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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

jueves, 11 de julio de 2013

El encuentro fortuito de Gardel y Sinatra

Por Alberto E. Moro

Carlos y Frank en la memoria, dos estrellas de la canción,
idéntica historia, y un solo corazón…


Puede haber circunstancias puntuales en la vida de las personas que obran como disparadoras de un cambio de rumbo significativo y que solo se valoran o se aceptan como tales cuando, ya transcurrido el tiempo, paseamos la mirada retrospectiva que todos hacemos alguna vez al llegar a la madurez y un poco más allá, en pos de la sabiduría que solo otorga el paso del tiempo.
Circula por Internet una anécdota verosímil sobre un encuentro fortuito pero fructífero entre “El morocho del Abasto” y “La Voz”, conocidos apodos de quienes fueron contemporáneos por corto tiempo ya que Sinatra nació en 1915 y Gardel murió en 1935. Sobre esta coincidencia temporal a la que no podemos darle el carácter de verdad histórica, podemos sin embargo aplicarle con toda justicia la conocida frase italiana: “Se non é vero, é ben trovato”.
Al parecer, en 1934 Carlos Gardel, recién llegado de Francia, estaba viviendo en la ciudad de Nueva York contratado por los Estudios Cinematográficos Paramount a fin de realizar una serie de films para el público hispanoparlante, algunos de las cuales todos los argentinos hemos visto alguna vez. La gran depresión de aquellos años no fue óbice para la continuidad de la industria de las comunicaciones y el espectáculo, y fuera de los sets de filmación no faltaron oportunidades para que se difundiera su voz maravillosa. Ya a principios de ese año se anunciaba la presentación del “barítono argentino” todos los días a las 21 horas en la National Broadcasting Corporation cuya audiencia no se limitaba a los inmigrantes latinos sino que era seguida con devoción por millones de estadounidenses.
Como ya dijimos, en diciembre de 1915 en New Jersey, suburbio de Nueva York, había nacido un niño hijo de inmigrantes italianos, padre siciliano y madre genovesa, apodado Francesco Albertino Sinatra Agravantes, del que nadie podía imaginar entonces que en el futuro le aguardaba un gran destino como cantante y actor de fama planetaria. Muchacho de barrio, creció enfrentando como tantos, las duras condiciones que suelen rodear la vida de quienes en busca de un mejor destino, dan sus primeros pasos en un entorno extraño a sus tradiciones familiares y al que por lo tanto cuesta adaptarse. Según se dice, trabajó en esos jóvenes años como “canillita”, chico de los mandados y también chofer, en ninguno de los cuales pudo prosperar. Pero la vida teje sus redes y el muchachito era también rápido para conectarse con gente de avería perteneciente a las numerosas mafias locales, lo que –como no podía ser de otra manera- fue también la causa de su paso prontuariado por diversas comisarías.
En esas andaba, cuando una noviecita bien intencionada cuyo nombre era Nancy Barbato, de su barrio y también hija de italianos, para alejarlo de las malas compañías lo invita una noche a los estudios de la NBC para ver y escuchar al renombrado cantante argentino Carlos Gardel. Una simple deducción basada en la matemática irrefutable del tiempo, nos indica que, de ser cierto, este encuentro sucedió cuando Sinatra tenía 19 años y Gardel alrededor de 45, pues aún se discute si nació en 1890 o en 1898.
Al parecer, en aquel invierno neoyorkino y fascinado por la voz de Gardel, el tano Francesco que más adelante sería Frank se acercó un tanto cohibido junto a su novia para saludarlo. Como casi siempre sucede, la primera en tomar la palabra fue Nancy, quien le explica a Carlitos que su enamorado también tiene muy buena voz, pero que en lugar de cultivarla e intentar llevar su vida por ese lado, suele compartir su tiempo con amigos poco recomendables.
Según el relato que circula sin que al menos yo haya podido saber de su autor, es entonces cuando Gardel, que no manejaba el inglés pero algo de italiano había aprendido en Europa, le pone una mano en el hombro al joven Sinatra diciéndole, palabras más, palabras menos: “Mirá ragazzino (muchachito), cuando yo tenía tu edad andaba a los tumbos por Buenos Aires, cerca del Abasto, con algunos “malandrini” (mal vivientes), como vos hacés ahora en Nueva York, y cada dos por tres me metían en cana… No te voy a decir que ahora soy un santo, pero el cantar me sacó de la mala dándome fama y dinero, alejándome de la cárcel y la violencia que seguramente me aguardaban. Según parece, Gardel le aconseja anotarse en ese mismo momento en un concurso de cantantes que había en la radio llamado “Major Bowes Amateur Hour”, acabando su consejo con un muy argentino “¡Hacélo, con probar nada se pierde”!
Con el poco trecho que hay del dicho al hecho, Frank se presentó acompañado por un trío apodado Three Flashes, y con el nombre artístico de Hoboken Four (Los cuatro de Hoboken, que era el barrio al que todos ellos pertenecían, cercano a New Jersey). No solo ganaron el concurso, sino que fueron premiados con una Gira Artística, de la cual Sinatra desertó a los tres meses, después de haber dado esos primeros pasos seguramente determinantes para su fantástica y fulgurante carrera posterior.
Se cuenta que la única vez que Sinatra vino a la Argentina, en 1981, para hacer su Show en el Luna Park de Buenos Aires ante 20.000 personas, acordó con el agregado cultural de la Embajada Norteamericana realizar un paseo por los lugares que había frecuentado Gardel en el Abasto, tales como el Mercado, y el café O’Rondeman, del que por entonces no quedaba más que un baldío en la esquina de las calles Agüero y Humahuaca.
Entrando ya al romántico paisaje imaginativo de la leyenda urbana, verosímil por cierto si lo que antecede es comprobable, se dice que después de chapurrear un tango gardeliano en el que Gardel rememora a personajes tales como “Traverso, el Cordobés, el Noy, el pardo Augusto, Flores y el morocho Aldao”, los guapos del Abasto que rimaron su cantar", Sinatra dijo por lo bajo: -"Thanks for helping me to live, Mister Gardel" (Gracias por ayudarme a vivir, Señor Gardel).
Más allá del relato que acabamos de hacer, es sumamente interesante constatar el notable paralelismo que hay en la vida de estas dos figuras que alcanzaron repercusión internacional y que se encontraron fortuitamente a pesar de vivir a más de 8.000 Km de distancia. Ambos compartieron el ser hijos de inmigrantes europeos, una adolescencia con amistades inconvenientes del bajo fondo de sus ciudades, las entradas a la policía con su prontuario correspondiente, haberse reivindicado y realizado a través del canto, y haber alcanzado fama internacional. Solo que, a diferencia de Sinatra, Gardel murió aún joven.
Y lo que es aún más asombroso, haber cruzado sus vidas en un momento dado y a edades disímiles, en una demostración cabal de cómo el destino teje sus redes incansablemente. Vidas paralelas, con perdón de Plutarco. Carlos y Frank en la memoria, dos estrellas de la canción, idéntica historia, y un solo corazón…

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