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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

jueves, 27 de junio de 2013

Homenaje a los que brindan su vida a los demás

Uno de los segmentos del Programa Viva la Radio de Cadena Tres, conducido por Rony Vargas, se denomina “Aquellos que aman” y está dedicado al recuerdo de sentimientos entrañables. En ese marco se dio lectura, el último lunes, bajo el título que precede, a la siguiente carta que rescata la entrega profesional y humana del Dr. Benjamín Malamud, en la vivencia del Dr.Tato Alfonso.

La misiva decía:
“Esto sucedió allá por el año 1975, yo estaba de Guardia Médica en el Hospital Regional de La Falda, era jueves, alrededor de la diecinueve, cuando me llamaron del Hospital de Cosquín solicitando trasladar una beba fruto de un aborto espontáneo, a la que habían dado por muerta. Me dijeron que estaba muy grave, que no era posible derivarla a la Ciudad de Córdoba. La recién nacida tenía cinco meses de gestación. Pedí que me llamaran en veinte minutos, que hablaría con el especialista en neonatología y Jefe del Servicio de Pediatría del hospital. Entonces, llamé al Dr. Benjamín Malamud, a su consultorio particular, su respuesta fue acéptala Tato, que la traigan y fíjate qué podes hacer hasta que yo vaya. Me esforcé por hacerle entender que era inútil ingresarla, que seguramente iba a morir, pero la respuesta del doctor fue muy simple “y la vas a dejar morir sin atención médica, si en Córdoba no la reciben”. Sus razones eran indiscutibles. Fue así, que al rato, yo estaba en el consultorio de la guardia revisando una linda ratita de quinientos cincuenta gramos, que me remitieron en una caja como de zapatos y sobre un lecho de algodón. Esto lo digo sin ninguna intención peyorativa, ni burlona, sino con la intención de que comprendan mejor la situación que estaba viviendo. Con la ayuda de la enfermera nos ocupamos de la beba, la canalizamos e hidratamos, le dimos antibióticos y la pusimos en una incubadora. Allí nos quedamos cuidándola para ver su reacción. Alrededor de las diez de la noche, llegó el Dr. Malamud, extenuado, luego de un día de arduo trabajo en su consultorio, se puso ropa estéril y me dijo “Gracias, yo me hago cargo”. Me fui a cenar y a dormir. Al día siguiente, antes de partir hacia otro hospital, pasé por neonatología y el Dr. aún estaba al lado de esa incubadora, me dijo que había luchado por la vida de la beba toda la noche, y lo seguía haciendo en la mañana. Saludé y me fui. Volví a mi guardia, el jueves siguiente, una enfermera me dijo que el Dr. Malamud me esperaba para decirme algo, que estaba en la Sala de Neonatología, allá fui, y me encontré a un hombre destruido, agotado, todavía al lado de la incubadora de la negrita, era la sombra de mi amigo médico; qué ocurre Benjamín, le dije, desde el otro lado del vidrio que nos separaba, levantó la vista y me pidió que lo reemplazara para poder ir a su casa a comer algo y descansar. Así, me enteré que desde la noche en que recibimos a la beba, ocho días antes, no se había apartado de la incubadora, no había asistido a ningún otro paciente, ni en el hospital, ni en su consultorio particular, que en la salita anexa había comido algo, las veces que pudo, y que allí también su esposa le había llevado ropa para que se cambiara. Todo eso, para no descuidar a la bebita que ya respiraba por sus propios medios y aparentemente se había estabilizado en sus funciones vitales. Entonces, me hice cargo de la niña, la controlé y revisé muchas veces, esa tarde, hasta que regresó Malamud, alrededor de las once de la noche, dispuesto a asumir nuevamente su puesto de lucha, le hice entender que no era indispensable, que lo hiciera, que se fuera a dormir, que lo llamaría de ser necesario. Me hizo caso y luego de revisarla exhaustivamente de nuevo se fue a casa. En ocho días, era la primera vez que descansaría en su propia cama. Cada jueves, cuando ingresaba a mi guardia, preguntaba cómo está la negra, y la iba a visitar, a ver sus progresos, a hablar con las enfermeras que estaban a su lado todo el turno. Mí querida negra avanzaba a pasos agigantados cada semana, yo me alegraba enormemente con sus progresos, y debo confesar que me dolía el hecho de que casi la había dejado morir sin atención médica. Pasaron cuatro meses, nunca conocí a sus padres, pero sabía que ellos la visitaban permanentemente y que estaban muy agradecidos al Dr. Malamud, a las enfermeras y al hospital. Un jueves, entré a tomar la guardia y a cumplir mi rutina de ver cómo avanzaba mi negra, cuando llegué a neonatología encontré su incubadora vacía, corrí a la Sala de Pediatría contigua y allí tampoco estaba, me largue a llorar, como lo estoy haciendo ahora, pero, justo apareció, como un ángel, la enfermera para darme la feliz noticia de que le habían dado el alta, que esa mañana los padres la habían llevado a su casa. Me sentí abatido, me dolía aún mi actitud primera, pero me dio fuerza saber que finalmente la negra estaba con sus padres y que estaba bien. Nunca más supe de ella, ya hace treinta y tres años que vivo en General Deheza y mi querida negra debe tener cerca de cuarenta, espero que Dios la haya bendecido con una vida muy feliz, que haya engendrado varios niños y tenga una buena familia.
Una de las causas que me impulsó a escribir todo esto, fue dar a conocer la grandeza profesional, espiritual y personal del Dr. Benjamín Malamud, su entrega logró salvar esa y muchas vidas. Es mi homenaje sincero y humilde al Doctor, un médico como pocos, un tipazo, a él mi reconocimiento de por vida. En su honor me gustaría escuchar “Honrar la vida”.

Tato Alfonso
Gral. Deheza- Córdoba
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