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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

jueves, 13 de junio de 2013

Los Selk’nam Fueguinos Extinguidos (VIII), la tragedia sigue su curso

Por Alberto Moro

No poca responsabilidad ante la violencia ejercida le cabe a las distintas estancias y a las sociedades capitalistas que las administraban, cuyas autoridades nunca demostraron tener escrúpulos ante "la necesidad de extirpar a los indios de Tierra del Fuego", para lo cual no trepidaron en utilizar los más deleznables procedimientos de lesa humanidad.

La estrategia de evitar el contacto fue útil durante largos años, mientras no se había iniciado la colonización terrestre sedentaria, pero dejó de serlo alrededor de 1880, cuando los mineros en primer lugar, y más tarde los criadores de ovejas, desembarcaron instalándose en la isla. Hasta entonces, los contactos se habían dado entre indígenas terrestres y blancos que, bien puede decirse, se mantuvieron siempre cerca de los barcos en los que venían y que constituían su única vivienda en el lugar. No fue sino mucho más tarde, casi en las postrimerías del siglo XIX, cuando comenzó a intentarse la explotación capitalista del interior de Tierra del Fuego.
Entre otros, el explorador chileno Ramón Serrano Montaner, miembro de la Comisión Chilena de Límites recorrió amplias regiones de la isla, sin contacto directo con los aborígenes a causa de la estrategia de desencuentro que practicaban y que ya hemos mencionado, pero visitando campamentos abandonados y recogiendo algunos elementos. Y descubriendo además la existencia de oro aluvional, hecho que desencadenaría a breve plazo el fenómeno conocido como "fiebre del oro", con la llegada también aluvional de mineros de las más variadas procedencias, entre los cuales se encontraban argentinos, chilenos, rumanos, alemanes, italianos y otros. Los mineros, aprovechando la supremacía de sus armas de fuego y su notoria carencia de sentido moral, solían raptar a las mujeres selk'nam para satisfacer sus bajos instintos, muchas veces matando a los hombres, lo cual como es de suponer, generó violentísimos enfrentamientos. Los indígenas llegaron incluso a abandonar su habitual estrategia, atacando los campamentos mineros en forma desesperada y nada conveniente, dada la disparidad tecnológica de sus armas respectivas.
No podemos dejar de mencionar en esta enumeración de los avatares interétnicos que sufrieron los Selk'nam, la actuación de un delirante personaje caracterizado como "El Dictador Fueguino" (Braun Menéndez, 1937, citado por Borrero), una de cuyas fotografías, tomada en 1886 y que aportamos, lo muestra de pie, con el fusil humeante, ante el corpulento cadáver de un aborigen. Era rumano y se llamaba Julius Popper. Se movía como si fuera un jefe de gobierno autónomo, con un grupo de vagabundos, delincuentes y fugitivos de la justicia bajo su mando, tratando de imponer condiciones de explotación a los mineros en su propio y exclusivo beneficio. Al mando de su pequeño ejército privado, protagonizó numerosos enfrentamientos armados, creyendo ser el fundador de un futuro imperio acorde con su megalomanía.
Una expedición argentina, al mando de Ramón Lista, explorador y funcionario del Ministerio del Interior, también tuvo, en el año 1887, nefastas consecuencias para los Selk'nam, ya que casi 30 de ellos perdieron la vida. Acompañado el grupo por un contingente de soldados, después de la matanza, no tuvieron mejor idea que capturar a gran número de mujeres, algunas de las cuales fueron trasladadas a Buenos Aires, no hace falta decir que en contra de su voluntad. Esta expedición llevaba consigo 50 ovejas para consumo de los expedicionarios y, como dato anecdótico, estas fueron seguramente las primeras ovejas que vieron estos cazadores-recolectores que más tarde verían invadidas sus tierras por centenares de miles de estos animales, desplazando a su principal y habitual recurso, que era el guanaco.
La presencia masiva de las ovejas haría inevitable que los indígenas las cazaran para sustentarse, con lo que desencadenaron el odio y la persecución por parte de los estancieros, que llegaron a contratar a cazadores profesionales de hombres, que organizaban partidas asesinas deliberadamente premeditadas. El viajero Bruce Chatwin, lo expresa gráficamente de este modo: "al principio, los indígenas mostraron gusto por el sabor del cordero asado, pero no tardaron en temer al guanaco más grande de color marrón, y a su jinete que escupía la muerte invisible por un caño." (Citado por Borrero, p.65). Estos individuos, también llegaron al salvajismo de envenenar a un cetáceo varado en la costa, manjar predilecto de los Selk'nam, que acudían siempre en gran número ante este acontecimiento. Según se cree, murieron más de 200. En otro hecho similar, en 1887 un ovejero mandó a inocular estricnina en el cuerpo de las ovejas que habían robado algunos indígenas y abandonado posteriormente. Cuando volvieron con sus familias para comerlas, alrededor de 50 hombres, mujeres y niños murieron envenenados en medio de horribles contorsiones.
Es una rareza en los anales antropológicos la subsistencia de un grupo nómade cuando las circunstancias lo enfrentan a grupos sedentarios y pastoriles, y en este caso, los Selk'nam no fueron la excepción. La introducción de nuevos animales, la apropiación de los campos, y el corte de los senderos habituales del nomadismo mediante alambrados, hicieron poco a poco insostenible la situación de los aborígenes. Algunos fueron conchabados por la estancias que fueron instalándose en distintas partes del territorio, debiendo cambiar drásticamente su sistema de vida. Ellos, que no habían podido beneficiarse con el denominado "horse complex", ¡terminaron muchas veces siendo domadores de caballos!
Los que no quisieron o no pudieron engancharse en las estancias, fueron cruelmente perseguidos, y muchos de ellos, especialmente las mujeres y los niños sobrevivientes de los enfrentamientos eran confinados en las misiones religiosas.
Monseñor José Fagnano, llegado a la isla con la expedición de Lista, y uno de los críticos de la matanza operada por ella, fundó en 1888 la misión de la isla Dawson, en el estrecho de Magallanes, destinada a contener a los canoeros Alakalufes, cazadores recolectores de los helados archipiélagos del oeste. Dicho territorio, perteneciente a Chile fue cedido por el gobierno a la misión salesiana por un lapso de 20 años, desde 1890 a 1910.
Este mismo sacerdote, funda cinco años más tarde la misión de La Candelaria, en la orilla norte del Río Grande, donde fue destruida por un incendio accidental dos años mas tarde, debiendo ser reconstruida, lo que se hizo en otro lugar, un tanto más al norte, donde se confinaba y se transculturaba a los selk'nam. Pero el problema era que tal confinamiento era relativo, pues su adscripción no era satisfactoria dada la persistencia de su atávico y compulsivo deambular de cazadores-recolectores. Esto motivó la queja de los colonizadores ante sus gobiernos, desnudándose así sus verdaderas intenciones y cual era el servicio que realmente esperaban por parte de las misiones: la solución de “su problema" indígena.
No poca responsabilidad ante la violencia ejercida le cabe a las distintas estancias y a las sociedades capitalistas que las administraban, en particular la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, cuyas autoridades nunca demostraron tener escrúpulos ante "la necesidad de extirpar a los indios de Tierra del Fuego", para lo cual no trepidaron en utilizar los más deleznables procedimientos de lesa humanidad.
También se hizo visible la poca predisposición de los gobiernos argentino y chileno en preservar la vida de los indígenas, lo cual ha sido siempre una constante en los nuevos estados latinoamericanos, desde entonces hasta ahora, más allá de las vacuas declamaciones de los políticos.
Es así como se decide, finalmente, que todo aborigen sorprendido "in fraganti" por los lugares donde no debía andar, sería deportado a la misión San Rafael de la Isla Dawson, enclave que por su naturaleza se convertía en una verdadera prisión, de escasa superficie, y de la cual era casi imposible escapar. Pero servía perfectamente a los designios de aquellos para quienes los indios significaban una molestia y un perjuicio económico. Los indios allí confinados contra su voluntad, impedidos de continuar con sus costumbres, fueron fácil presa de las enfermedades de los blancos, para las cuales no poseían inmunidad. El grupo étnico desapareció como tal, salvándose apenas algunos individuos. (Continuará)

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