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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

jueves, 27 de septiembre de 2012

HAGAMOS MEMORIA DE VERDAD! (V y última nota)

Por Alberto E. Moro

En esa “humanidad profunda, apretada contra sí misma”, sigue trabajando “el topo de la historia”, moviendo subterráneamente el ajedrez de las ideas. Es “la chispa que no muere; la luz que no se extingue”, usando palabras de Karl Marx.

La muerte de Néstor Kirchner nos ha dejado como herencia una nave sin rumbo, pues queda claro que el ya famoso “modelo”, por demás inexistente, consiste tan solo en que el grupúsculo pueda perpetuarse en el poder para seguir haciendo fructíferos negocios a espaldas y a costas del pueblo al que impúdicamente dicen defender.
Nadie fue capaz de vislumbrar y anunciar a la ciudadanía, en la “Era K”, qué país queremos ser. Nadie tiene una visión de futuro basada en el conocimiento de la historia y de la evolución social. No hay un solo intelectual entre ellos, salvo los mercenarios de Carta Abierta. Nadie entre sus gobernantes y capitostes fue capaz de decir hacia dónde nos están llevando, y a dónde queremos llegar como nación. Pero, basados en las declaraciones, las fotos, los abrazos calientes y también los desprecios ostensibles, parecería que queremos –ellos quieren- que nos parezcamos más a Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia, que a Uruguay, Chile, Perú y Brasil, para quedarnos solo con ejemplos latinoamericanos.
También nos ha dejado Kirchner una corrupción ampliada y desenfrenada, un desorden social en las calles y rutas de la República, y un sindicalismo desbordado en sus negocios y en sus ambiciones que entorpece el desarrollo económico con una metodología mafiosa, mientras sus dirigentes se enriquecen desaforadamente y aspiran a co-gobernar, y aún a gobernar el país tan solo con su “gorilismo”, término derivado de una calificación que a nadie le cae mejor que a ellos.
Queda ahora la viuda presidenta con su corte de obsecuentes y aprovechados cómplices para cambiar para bien, con el diálogo intersectorial y la recuperación de las instituciones avasalladas, o para persistir en el mal profundizando los rencores y enfrentamientos hasta sumir en la anarquía a la República. El final está abierto, con la esperanza de que algún día los populismos sean tan solo un mal recuerdo, y tengamos un país normal. A eso, tan sencillo en apariencia, es a lo que aspiramos las verdaderas grandes mayorías nacionales. A vivir en un país normal, con el poder distribuido equitativamente entre los tres poderes, como manda la Constitución, sin la necesidad de falsos líderes providenciales proclives al cesarismo, necesitados de adulaciones genuflexas y sumisiones bastardas para apuntalar sus resentimientos, sus envidias y sus complejos de inferioridad. Que del juego normal de las instituciones democráticas surja un verdadero “modelo” de país, con metas claras y métodos transparentes para alcanzarlas.
Para ir acercándonos al final en esta serie de notas, me referiré a una recomendación de la investigación antropológica relacionada con el análisis del comportamiento de los diferentes grupos humanos: la noción de “extrañamiento”. Es el concepto de que después de haber convivido, compartido, gozado y sufrido junto a otros en la “observación participante”, el investigador necesita tomarse un tiempo de reflexión alejado del lugar de los hechos para evaluar las conclusiones obtenidas. Estas no deben ser apresuradas, sino pasar por un proceso de sedimentación para clarificarlas, evaluarlas y, sobre todo, eliminar el aporte subjetivo personal del observador. Es decir, tratar de dejar de lado la propia historia que puede llevar a una opinión sesgada acerca de los hechos observados.
Y hago estas consideraciones porque creo que, después de haber vivido la verdadera, triste y cruel dictadura del primer peronismo, y haber observado sus nefastas secuelas en la sociedad argentina a lo largo de las últimas seis décadas, que llevaron a nuestro país a perder el tren de la historia hasta constituirse, en palabras de Raymond Aron en “la gran decepción del siglo XX”, estoy listo para hablar con cierto “extrañamiento”, con la calma y la certeza que solo traen los años, cuando son muchos y bien vividos. Y aún más “extrañamiento” si cabe, puedo certificar considerando que desde hace más de tres décadas vivo en las sierras cordobesas, alejado del teatro de operaciones porteño donde sufrí en carne propia como ciudadano el avasallamiento de las libertades constitucionales por los peronismos de toda laya que ensombrecieron a la República.
Aquí en la tranquilidad de la montaña, con menor densidad poblacional, no se padece tanto el desorden cotidiano que producen estos regímenes autoritarios, verborrágicos y venales que incitan siempre al desencuentro, lo que permite una valoración más desapasionada de los hechos políticos que se suceden a través del tiempo, y un mejor análisis de la copiosa información que hoy está a nuestro alcance.
Lo que he vivido y estudiado me permite, creo, reafirmar con la más absoluta convicción que el desconcierto y el atraso argentino en todos los órdenes, desde más de sesenta años a la fecha, tiene una causa con nombre y apellido, que es la aparición del movimiento “peronista” de Juan Domingo Perón, con su cultura del discursismo, el decisionismo, la negativa al consenso, la falta de escrúpulos y el enfrentamiento permanente. He aquí el “movimiento peronista”, tan laxo ideológicamente, tan desprovisto de ética, tan flexible como para albergar en su seno a todo el espectro político, bamboleándose entre el “combatiendo el capital” de Perón y “las relaciones carnales” de Menem con el supuesto imperio económico. Estos dos mandatarios constituyen ejemplos paradigmáticos que ponen en evidencia la maleabilidad de un movimiento capaz de ponerse cualquier careta, con un perfil tan acomodaticio como anémico en ideas, convicciones y valores.
Esa carencia de fronteras o limitaciones ideológicas, esa flexibilidad comparable a lo que en medicina se denomina un himen complaciente, es lo que les permite albergar tanto a la extrema derecha como a la extrema izquierda, a los pacíficos como a los violentos; y a todas las clases sociales, tanto a los ricos como a los pobres, con la única condición de someterse a sus designios dejando de lado todo reparo cultural o moral a cambio de una promesa, una prebenda, una dádiva, o un suculento negocio. Los mil disfraces y máscaras al servicio del ego y la ambición del mesiánico de turno en el Partido Justicialista. Y el infantilismo de aspirar a un líder paternalista que piense por nosotros, entre los votantes argentinos.
Dentro del “movimiento” hoy tenemos a numerosos aspirantes de paladar negro a la corona política nacional o a las provinciales, que sin tener el más mínimo pedigree para ser considerados y aceptados como peronistas, fingen serlo especulando con ser ungidos mediante el efectivo y prepotente “aparato” electoral de esa fracción pragmática, afortunadamente minoritaria –aunque ellos crean lo contrario- de la política vernácula. No hace falta que nombre a esos oportunistas. Todos sabemos a quienes me refiero.
Este es el “movimiento” que cuando es gobierno gobierna mal, despóticamente, vaciando las arcas nacionales con infames negociados y entregando las riquezas del subsuelo al capitalismo internacional; y cuando no gobierna se dedica a hacer fracasar a quienes pretenden gobernar democráticamente. Al grito de “Lorenzo querido” (Lorenzo Miguel) y más tarde “Saúl querido” (Saúl Ubaldini), decretaban “paros generales” (recurso extremo y poco frecuente en países democráticos) en los dos últimos días de la semana, para que fueran acatados alegremente por todo un pueblo irresponsable que no percibía el daño infligido a la economía del país.
¡Trece paros generales al primer gobierno de la “democracia recuperada”, malversada y mancillada entonces y ahora por el salvajismo de los dirigentes peronistas, apoyados en las presiones corporativas y extorsivas del sindicalismo fascista! ¿Cuál fue el premio al capitoste de la CGT que paralizó el país trece veces, con las pérdidas consiguientes, solo para moverle el piso al gobierno y al primer presidente de la democracia recién recuperada? Un asiento vitalicio en la Cámara de Diputados para un jerarca cegetista absurdamente incapaz de presentar o discutir proyecto legislativo alguno, como no ser el de la puesta en práctica de la prepotencia sindical.
En todo el texto precedente no hay ninguna invención malintencionada. Esto es lo que sucedió, la verdad de los hechos relatada por un testigo presencial que no tiene adhesiones incondicionales con ningún partido político y no está influenciado por ideología alguna, pero tiene bien claro el significado de las palabras Democracia y República.
El gran escritor, americanista, político y diplomático colombiano Germán Arciniegas, conocido por sus profundos estudios sobre las desventuras de América Latina, escribía en 1956, en la segunda edición de su libro Entre la Libertad y el Miedo: “La sola caída de Perón señala un cambio tan fundamental en la escena que pintaba yo en 1951, que parecen dejar definitivamente consagradas estas páginas como una obra histórica. Como la historia de una pesadilla. Pero aún así, es posible que el libro sea de actualidad. El peronismo está muerto pero no enterrado…”. Sus visionarios temores se confirmaron, todavía estamos inmersos en la pesadilla, y no terminamos de enterrar a los causantes de la misma.
Por su parte, actualmente, cincuenta y cuatro años más tarde, el reciente Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, reconocido luchador por la libertad de los pueblos y la dignidad de las personas, ha manifestado recientemente: “La Argentina era un país desarrollado, próspero y se ha ido sub-desarrollando por razones puramente políticas… y para mí eso tiene un nombre: peronismo. Mientras la Argentina no deje atrás esa experiencia fundamentalmente populista y un sistema prácticamente monopólico del poder, no va a despegar ni recuperar lo que fue”, sentenció. Agregando: “El retroceso argentino se debe a la incompetencia de sus políticos, que han ido empobreciendo a un país que era un ejemplo para toda América Latina” .
Todos los intelectuales verdaderos del mundo vieron siempre la naturaleza cancerígena de la enfermedad política argentina. Numerosas declaraciones y publicaciones de todos estos años, así lo atestiguan. Mientras tanto, los intelectuales argentinos fueron comprados, acallados o “ninguneados”. Opiniones como las que acabo de transcribir se han reiterado hasta el cansancio sin que los argentinos de arriba o de abajo hayan tomado nota, cultivando una “sordera” fatal que nos hunde en la desesperanza.
La decadencia educativa general que como hemos visto viene de lejos y es intencional, la manipulación de las personas y las situaciones que hace la maquinaria electoral o “aparato” peronista, son la causa de que hayan estado tanto en el poder como fuerza anti-democrática, gobernando mal o no dejando gobernar, para terminar de destruir a la República, proceso en el que, al parecer, todavía están empeñados.
Cabe preguntarse, como se pregunta el mundo: ¿A qué juego está jugando la Argentina? ¿Al de dejar pasar y perder el tren de la historia? Esperemos que pronto deje ese juego y un renacer político nos saque del marasmo, aunque yo y muchos otros no lleguemos a verlo. En el último siglo, muchos pueblos han sufrido por años experiencias totalitarias instaladas con la excusa de hacer justicia, que tarde o temprano han ido llegando a su fin, pero después de arruinarles la vida a millones de personas.
Pero en “esa humanidad profunda, apretada contra sí misma”, sigue trabajando “el topo de la historia”, moviendo subterráneamente el ajedrez de las ideas. Es “la chispa que no muere; la luz que no se extingue”, en palabras de Karl Marx.
La luz de la libertad que aspira a la justicia, también llegará a nosotros, alguna vez. Lo estamos esperando como colectividad, aunque algunos no lleguemos a verlo.

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