La seguridad y el espiral de silencio ante el síndrome situacional*
Meses pasado una reconocida organización de estudios sociales de Latinoamérica presento un informe sobre seguridad ciudadana, realizado a través de encuestas de opinión de los ciudadanos de distintos países. En el indica que América Latina ha sido y sigue siendo la región más violenta y más desigual del mundo como lo evidencia datos de las Naciones Unidas. En este informe se establece que la delincuencia y las pandillas, son el problema principal aún cuando se ha reducido los índices de pobreza. Lo preocupante de la situación que revela el estudio es que vivimos en sociedades percibidas por todos como violentas, pero no abordamos la violencia con políticas públicas, ello ocurre solamente en la medida que se transforman en un problema político. Muchos y variados son los factores que influyen en la seguridad pública, uno de los más importantes es el rol del Estado. Se cita a Guillermo O´Donnell quien escribe cómo el Estado fallaba en América Latina: el Estado falla en su tamaño, en el dominio del territorio, en la capacidad de imponer la ley a todos por igual (obligaciones), y finalmente en la capacidad de otorgarle los derechos a todos por igual”. En tanto la repuesta de la población a una sociedad percibida como injusta suele ser el Fraude Social, transgresiones masivas aceptadas y toleradas por los habitantes. Los latinoamericanos observan al Estado como la entidad que debe hacerse cargo del problema de la seguridad; pero no confían en la policía (66%) y solo el 16% denuncia los delitos. Una realidad inquietante de la que no somos ajenos en la ciudad de La Falda, parafraseando a las autoras de este estudio se podría decir que ya no existen islas de la paz. Muchos son los factores que convergen a la situación en que se encuentra la seguridad publica en nuestra ciudad, podríamos comenzar a mencionar la inacción; que se evidencia en la ausencia de una política pública en tal sentido. No solo se trata de descomprimir situaciones emergentes, o el voluntarismo asumido con medidas cortoplacistas, se requiere de una planificación, un programa consensuado con la ciudadanía para encausar la demanda de acción en el contexto socio político actual, el liderazgo en materia de seguridad es indispensable para la gobernabilidad y el fortalecimiento de la democracia.
El espiral de silencio al que me refiero particularmente en el titulo de este breve escrito, parte de la teoría en que las personas tienen miedo al aislamiento y, al manifestar sus opiniones primero tratan de identificar las ideas, para luego sumarse a la opinión mayoritaria o consensuada; y siendo la principal fuente de información los medios de comunicación, estos definirían el clima de opinión sobre los asuntos de que se trate. En una ciudad turística en que la que se puede instalar en la opinión pública como zona insegura no le hace nada bien a sus habitantes que han realizado importantes esfuerzos por ubicarse como el centro comercial más importante del norte del departamento Punilla. Aún más se originan debates estériles que profundizan diferencias entre distintos sectores de nuestra sociedad. El protagonismo que se requiere de la política pública no solo debe servir para tener menor cantidad de víctimas, sino también de generar los liderazgos sociales y políticos que permitan conducir los climas sociales de opinión de acuerdo cómo evolucionen, a fin de no estar a la deriva de la agenda informativa. Un tema no menor en esta coyuntura en que se encuentra la seguridad de La Falda, está relacionada a la política social, la que con frecuencia ha sido utilizada con intereses personales, sin importar las consecuencias para la sociedad a largo plazo. Hoy podemos decir que el crecimiento demográfico y económico de la ciudad y aquella política a la que hago alusión, está dando sus frutos, la exclusión social y psíquica de un sector de nuestra sociedad nos muestra su realidad más cruel; dicho esto a la luz del los acontecimientos que vivieron vecinos de La Falda días pasados. Cabe reflexionar entonces con mayor profundidad sobre el discurso y el hacer político de los últimos años en este sentido, el que parece haber tenido una fuerte relación con la conservación del poder y distribución de privilegios, y en menor grado transitó bajo la perspectiva de reducir las desigualdades siendo la pobreza** uno de sus efectos mas devastadores. Pero el efecto político no acaba allí. También produce exclusión social, que tiene como perjudicados a los que han sido privados de recursos y de oportunidades. Se describe a la exclusión social como la ruptura de lazos sociales, que también implica una degradación profunda de las pautas culturales, de la base económica, del desarrollo personal y la privación de los bienes políticos, afectando el presente y condicionando el futuro de las personas. El Dr. Julio Virgolini en su libro la Razón Ausente, en una línea argumental sobre los orígenes de la exclusión social, expresa que esta es de alguna manera el resultado de la corrupción, ya que existe un nexo causal claro, por lo menos a partir del hecho de que la corrupción produce una transferencia de recursos y de oportunidades que si tiene beneficiarios, tiene como perjudicados a los que han sido privados de esos recursos y de esas oportunidades, y estos suelen ser numéricamente mayoritarios. Pero la realidad es que solo percibimos al criminalidad en los hechos de crimen callejeros, invisibilizando otros problemas tan graves como aquellos, como los delitos económicos, la corrupción y la violencia domestica. Lo que ha quedado como visible en estos días es que existe una demanda concreta de un sector de nuestra comunidad, de bienes políticos, dignidad, igualdad ante la ley e inclusión social. Que resulta un desafío de liderazgo el encontrar canales de resolución para evitar la violencia activa, ante una realidad percibida por aquellos como privada de opciones que quizás sea como se ha dicho la forma más pasiva de violencia. Las circunstancias socio políticas que vive hoy nuestra ciudad demanda que la política pública no solo responda a los hechos criminales visibles en el espacio público, si no que a los distintos grados de violencia percibidas y existentes. Por que como ya mencione, una parte de la violencia percibida por la sociedad está dado por los grados de desigualdad y discriminación, que no son tenidos en cuenta por aquellos que llevan adelante la lucha contra el crimen. A la sazón el principio de responsabilidad de nuestras autoridades debería estar a la altura del dominio de sus responsabilidades “éticas” para no contribuir con “el prejuicio y el odio”, y no motivar la generación de una “categoría de sospechosos”. La seguridad es una aspiración legítima de la vida en democracia por ello debemos atenderla y entenderla en toda su complejidad y en tiempo real, a fin de garantizar la convivencia y la paz social.
Javier Benavidez
*Jean Pier Homodemens_60@hotmail.com
**La comisión Económica para América Latina (CEPAL) definió la pobreza como Síndrome Situacional en el que se asocian el infraconsumo, la desnutrición, las precarias condiciones de vivienda, los bajos niveles educacionales, las malas condiciones sanitarias, una inserción inestable en el aparato productivo, actitudes de desaliento y anomia, poca participación en los mecanismos de integración social, y quizá la adscripción a una escala particular de valores, diferenciada en alguna medida de la del resto de la sociedad “ (Oscar Altimir)
El espiral de silencio al que me refiero particularmente en el titulo de este breve escrito, parte de la teoría en que las personas tienen miedo al aislamiento y, al manifestar sus opiniones primero tratan de identificar las ideas, para luego sumarse a la opinión mayoritaria o consensuada; y siendo la principal fuente de información los medios de comunicación, estos definirían el clima de opinión sobre los asuntos de que se trate. En una ciudad turística en que la que se puede instalar en la opinión pública como zona insegura no le hace nada bien a sus habitantes que han realizado importantes esfuerzos por ubicarse como el centro comercial más importante del norte del departamento Punilla. Aún más se originan debates estériles que profundizan diferencias entre distintos sectores de nuestra sociedad. El protagonismo que se requiere de la política pública no solo debe servir para tener menor cantidad de víctimas, sino también de generar los liderazgos sociales y políticos que permitan conducir los climas sociales de opinión de acuerdo cómo evolucionen, a fin de no estar a la deriva de la agenda informativa. Un tema no menor en esta coyuntura en que se encuentra la seguridad de La Falda, está relacionada a la política social, la que con frecuencia ha sido utilizada con intereses personales, sin importar las consecuencias para la sociedad a largo plazo. Hoy podemos decir que el crecimiento demográfico y económico de la ciudad y aquella política a la que hago alusión, está dando sus frutos, la exclusión social y psíquica de un sector de nuestra sociedad nos muestra su realidad más cruel; dicho esto a la luz del los acontecimientos que vivieron vecinos de La Falda días pasados. Cabe reflexionar entonces con mayor profundidad sobre el discurso y el hacer político de los últimos años en este sentido, el que parece haber tenido una fuerte relación con la conservación del poder y distribución de privilegios, y en menor grado transitó bajo la perspectiva de reducir las desigualdades siendo la pobreza** uno de sus efectos mas devastadores. Pero el efecto político no acaba allí. También produce exclusión social, que tiene como perjudicados a los que han sido privados de recursos y de oportunidades. Se describe a la exclusión social como la ruptura de lazos sociales, que también implica una degradación profunda de las pautas culturales, de la base económica, del desarrollo personal y la privación de los bienes políticos, afectando el presente y condicionando el futuro de las personas. El Dr. Julio Virgolini en su libro la Razón Ausente, en una línea argumental sobre los orígenes de la exclusión social, expresa que esta es de alguna manera el resultado de la corrupción, ya que existe un nexo causal claro, por lo menos a partir del hecho de que la corrupción produce una transferencia de recursos y de oportunidades que si tiene beneficiarios, tiene como perjudicados a los que han sido privados de esos recursos y de esas oportunidades, y estos suelen ser numéricamente mayoritarios. Pero la realidad es que solo percibimos al criminalidad en los hechos de crimen callejeros, invisibilizando otros problemas tan graves como aquellos, como los delitos económicos, la corrupción y la violencia domestica. Lo que ha quedado como visible en estos días es que existe una demanda concreta de un sector de nuestra comunidad, de bienes políticos, dignidad, igualdad ante la ley e inclusión social. Que resulta un desafío de liderazgo el encontrar canales de resolución para evitar la violencia activa, ante una realidad percibida por aquellos como privada de opciones que quizás sea como se ha dicho la forma más pasiva de violencia. Las circunstancias socio políticas que vive hoy nuestra ciudad demanda que la política pública no solo responda a los hechos criminales visibles en el espacio público, si no que a los distintos grados de violencia percibidas y existentes. Por que como ya mencione, una parte de la violencia percibida por la sociedad está dado por los grados de desigualdad y discriminación, que no son tenidos en cuenta por aquellos que llevan adelante la lucha contra el crimen. A la sazón el principio de responsabilidad de nuestras autoridades debería estar a la altura del dominio de sus responsabilidades “éticas” para no contribuir con “el prejuicio y el odio”, y no motivar la generación de una “categoría de sospechosos”. La seguridad es una aspiración legítima de la vida en democracia por ello debemos atenderla y entenderla en toda su complejidad y en tiempo real, a fin de garantizar la convivencia y la paz social.
Javier Benavidez
*Jean Pier Homodemens_60@hotmail.com
**La comisión Económica para América Latina (CEPAL) definió la pobreza como Síndrome Situacional en el que se asocian el infraconsumo, la desnutrición, las precarias condiciones de vivienda, los bajos niveles educacionales, las malas condiciones sanitarias, una inserción inestable en el aparato productivo, actitudes de desaliento y anomia, poca participación en los mecanismos de integración social, y quizá la adscripción a una escala particular de valores, diferenciada en alguna medida de la del resto de la sociedad “ (Oscar Altimir)
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