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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

jueves, 26 de abril de 2012

Nuestros estadistas

Por Alfredo Ferrarassi Entre la Argentina de hace un siglo con la actual hay similitudes y diferencias llamativas, en algunas aspectos parece que el tiempo no hubiese pasado, en otros, especialmente el de la tecnología, el avance es asombroso, aunque ello no significa que la calidad de vida en general haya cambiado sobre todo para los sectores más carenciados de la sociedad. Las discusiones sobre las razones de la indisimulada decadencia argentina suelen contar con un común denominador, un punto en que casi todas las corrientes o posiciones ideológicas coinciden, como es el de la cultura y educación, espacio que hasta la caída del gobierno de Arturo Humberto Illia se había sabido lograr, generando que se identificara a nuestro país como uno de los focos de mayor claridad en estos aspectos en América Latina. Desde la fatídica “Noche de los Bastones Largos” fueron desapareciendo aquellos sitios que son los generadores de las nuevas ideas, de los pensamientos de vanguardia que crecían como si tuvieran una conformación similar a las esporas, siendo incontables los centros de arte, revistas, colectivos culturales, que se desarrollaban marcando una tendencia de un país que avanzaba, lento para algunos, pero por ejemplo sin tener deuda externa y sin el más mínimo atisbo de censura, traduciéndose esa libertad a todos los centros provinciales, los cuales adecuaban estos nuevos aires a sus propias realidades y necesidades. Muestra de esta característica fue el rol que ocupó la prensa en sus críticas o el arte popular con aquellos monólogos vertiginosos de Tato Bores que eran salidos de la pluma prodigiosa de Cesar Bruto (Carlos Warnes) o los escritos cargados de ironía de Cesar Tiempo (Israel Zeitlin) o el legendario Landrú (Juan Carlos Colombres), años después las expresiones “populares” de esa cultura no oficial se manifestaría en las Revistas Crisis, dirigida por Eduardo Galeano o Fin de Siglo, Humor o Ceros y Peces, para mencionar algunas de las que tuvieron una amplísima influencia en ciertos sectores del pensamiento argentino o bien como formadoras de jóvenes que abrevando en sus hojas adquirían una formación militante en la vida social y política argentina. Tampoco debemos olvidar la recordada revista de cultura “Punto de Vista” que dirigiera por tres décadas Beatriz Sarlo y en la cual colaboraron Carlos Altamirano, Ricardo Piglia, Héctor Schmucler, Oscar Terán o Hugo Vezetti, para citar algunos de los más importantes intelectuales que desde 1978 poblaron sus páginas con las más alta calidad académica de los últimos cincuenta años, siendo tal vez con su desaparición el inicio de la marcada decadencia que observamos actualmente. Eso en el anterior siglo, pero en el XIX tenemos al recordado periódico El Mosquito (1863–1893) el cual pasó a ser diario y conservó el dominical suplemento de las características caricaturas. Fue una publicación “satírica y burlesca” que supo contar con la entonces impensada publicidad y resaltó las Fiestas Mayas, ya que para las Profecías faltaban los “curranderos” que las descubrieran. Años después en 1898 aparecería Caras y Caretas que llegaría hasta 1941 en su primera época, Eustaquio Pellicer fue su fundador y el director Sixto Álvarez (Fray Mocho), las ilustraciones estaban a cargo de Manuel Mayol, José María Cao y los dibujos eran de Hermenegildo Sabat, lo que habla del nivel alcanzado, en sus páginas publicó, por ejemplo, sus primeros cuentos Horacio Quiroga, lo que nos muestra la calidad lograda. Estos ejemplos nos sirven para poder apreciar aquellos extremos seculares en los que pudimos crecer merced a que se supo pensar un país a partir de la realidad que se observaba y que no era para nada alentadora en los años posteriores a Caseros, pero que gracias a la inversión en cultura y educación se alcanzó un desarrollo socioeconómico notable, mientras que en el XX gracias a medidas concretas en ciertas áreas se alcanzó un cierto bienestar que también se dejó traslucir en esos aspectos. Los países, salvo aquellos que por contar con la suerte de tener recursos que generan divisas sostenidamente, crecen a partir de contar con los proyectos que gestan los gobernantes que sobresalen por ser estadistas, con lo cual podemos diferenciar entre éstos, los caudillos o los políticos que alguna vez gobernaron. Sin duda alguna no todos los gobernantes son aquellos, ya que se limitan a administrar un país en el periodo que les toca desempeñarse sin pensar medidas más allá del lapso en el que se encuentran. Un político puede ser buen o mal gobernante, pero no dejará una impronta que le supere en el tiempo, lo suyo es netamente circunstancial, más allá que pueda tener tras de si una enorme carrera de militancia y lucha, sino pensemos en el ejemplo de Fernando de la Rúa, pero que a la hora de generar proyectos o solucionar situaciones conflictivas fue altamente ineficiente o bien aquellos que pasaron por la historia sin pena ni gloria, como por ejemplo Manuel Quintana o Luis Sáenz Peña. Ejercer la presidencia de cualquier país tiene un impacto sobre la sociedad epocal, más allá de lo contemporáneo, salvo que haya sido un desastre la gestión, puede, un tiempo después, no tener influencia alguna sobre la vida política, pasando rápidamente al olvido en un tiempo no muy largo. El caudillo generalmente es aquel que ejerce una influencia directa sobre el comportamiento de la masas que las conduce, que les habla demagógicamente diciendo lo que quieren escuchar o bien aquellos, como en la etapa de las Guerras Civiles Argentinas, que eran verdaderos “señores feudales”, como lo demostró Rubén H. Zorilla en su libro La Extracción Social de los Caudillos, los que al ser dueños de todo lo “conocido” en sus provincias eran seguidos por una enorme parte de la población que no tenía alternativa alguna frente a los deseos del hombre fuerte. Tal vez escape a este panorama Felipe Varela por su famoso Manifiesto a los Pueblos de América, en donde llama a la unidad para enfrentar al imperialismo británico al cual vislumbra como el enemigo continental y causa de los males que nos aquejaban. El resto de los caudillos han tenido muy poco desempeño en el campo de las ideas. Con Perón la situación cambió ya que no fue un caudillo típico como los que se habían conocido hasta entonces, copiando el modelo del Duce Benito Mussolini, impuso un estilo diferente, una manera de conducción propia en la que pretendió haber creado una tercera posición, que en realidad aquel gobernante italiano ya había manifestado en sus discursos teatralizados y que eran, en el caso del militar argentino, una mezcla ecléctica de teorías de izquierda y derecha, en términos actuales un “cortar y pegar” de poco vuelo creativo de John Maynars Keynes y Karl Marx. En cambio estadistas son aquellos que logran idear una sociedad futura a partir de transformaciones profundas en las estructuras establecidas, las cuales han servido de límite al cambio y son el verdadero freno a las necesidades que la sociedad demanda. En nuestra historia, podemos estar o no de acuerdo ideológicamente, pero nadie podrá desconocer que la llamada Generación del 80 fue la que pensó un país a partir de un desierto, creando una nación moderna y pujante a partir de lograr imponer un modelo educativo y cultural que nos posibilitó realizar modificaciones en el modelo económico. Coincidiremos en que hubo excesos, explotación, carencias habitacionales, pero no podemos desconocer el papel revolucionario e integrador que tuvo la escuela en aquel momento, como tampoco que gracias a ese fortalecimiento cultural pudimos conservar la identidad y entender a los inmigrantes que nos traían formas de organización social y sindical hasta entonces desconocidas. Esta profunda modificación permitió que una nación casi colonial en su vida y organización pasara a ser moderna, con una movilidad en la pirámide social hasta entonces inimaginable. Los cambios nos permitieron ganar puestos y llegar a estar entre los diez principales del mundo, “m’hijo el dotor” dejó de ser una novela para ser una realidad frecuente, era aquel sueño, de la hoy cuestionada generación la que daba estos frutos, eran las ideas de Alberdi, Sarmiento, Roca las que posibilitaron estos cambios y vendrían años después otros, como el voto universal, secreto y obligatorio o aquellos de la Reforma del 18. Era un país que marcaba rumbos en Latinoamérica y hacia que se nos mirara con cierta envidia, no solo por la insolencia de los porteños que en su afán de “tirar manteca al techo” eran verdaderamente insoportables para los otros países, sino por lo europeizante de su capital, lo cual era una contradicción también interna, ya que las provincias estaban más cercanas a las otras capitales del continente que lo que se pueda suponer. La interrupción de los gobiernos constitucionales trajo aparejada una salida “reparadora” casi lógica como la un periodo populista que “restaurara” aquellas libertades conculcadas por el orden conservador, pero lo paradójico del caso es que recayera esta tarea en un militar que supo desactivar las largas luchas operarias que eran conducidas por sindicatos clasistas, para ser controladas por una central obrera ideológicamente retardataria. El último estadista fue Arturo Frondizi, presidente por la fracción intransigente del radicalismo que había concurrido a los comicios divididos en dos, los del Pueblo y la UCRI, la cual a su vez cerró una alianza con el proscripto partido peronista, que fue lo que le posibilitó el triunfo pero a su vez le limitó en sus movimientos políticos. Frondizi, un correntino de familia numerosa, tuvo varios hermanos que se destacaron en la labor intelectual, como Risieri que era filósofo y llegó a ser Rector de la Universidad de Buenos Aires y Silvio, abogado y también docente, quien fue uno de los creadores del Grupo Praxis y uno de los principales teóricos de trotskismo mundial. Arturo Frondizi, un joven abogado escribió en 1954 un libro, Petróleo y Política, que tuvo en su momento enormes cantidades de seguidores por sus conceptos antiimperialistas respecto al uso de la riqueza del subsuelo nacional y la posibilidad del autoabastecimiento sin necesidad de capitales internacionales. Este estudio sobre un tema tan acuciante por el déficit de divisas que generaba, a pesar de contarse con enormes reservas petroleras que no podían ser extraídas, fue el que le generaría años después, estando en la presidencia, la mayor cantidad de criticas por el cambio rotundo en su visión respecto al capital extranjero en este tema que lo consideraba central en las políticas de estado. Frondizi entendió que para salir del estancamiento financiero que se observaba era necesario desarrollar ciertas áreas vitales de la economía, para ello apostó al crecimiento de industrias claves como la automotriz, la petroquímica, la química, la metalúrgica, la de maquinarias (eléctricas y mecánicas), la inversión del FFCC modernizando ramales y maquinarias (1), actividades que tuvieron una prosperidad notable, adquiriendo un impulso que en muchos casos llegó hasta nuestros días. Fue un gobierno que ideó un plan estratégico para el crecimiento nacional, el cual fue estudiado y lo es aún hoy, por diversos especialistas debido a la concepción que debía tener el desarrollo en la vida de un país. Lo suyo fue entonces el gobierno de un estadista, tal vez el único de los últimos cincuenta años del siglo XX y que logró, por caso, en el tema petrolero en el trienio 1958-61 un crecimiento en la producción petrolera y gasífera del 150%, algo totalmente impensado tan solo una década atrás, para ello debió desdecirse de sus ideas y recurrir al capital extranjero para poder lograr el despegue de dicha industria clave, su frase…”cambie mi postura porque prefiero renunciar a una actitud intelectual irreal, que mantenerla en desmedro de los intereses del país” es un reflejo de las prioridades que se debió fijar de cara al ejercicio real del poder. Su talón de Aquiles ha sido la lamentable política educativa que posibilitó la “privatización” del monopolio estatal respecto a aquella, lo cual generó luchas históricas entre laicos y libres y ver claudicar a un reformista como Gabriel del Mazo o la aplicación del famoso plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado), creación en realidad del gobierno de Perón, que permitía controlar de manera violenta las protestas sociales. Una nación sin estadistas está destinada a tener solamente políticas cortoplacistas, a actuar en el reducido espacio de la coyuntura, la aparición de aquellos, de los pensadores que planifican políticas de estado a largo plazo para modificar la estructura son los que permiten el verdadero crecimiento. Por cierto es que el estadista no necesariamente debe ser un presidente, sino también puede serlo un gobernador y un intendente, por ello es que reclamamos desde siempre que los mejores hombres (sin distinción de género) sean los que ocupen los cargos dirigenciales, puesto que de no ser así jamás podremos vencer el estancamiento en que desde hace décadas estamos inmersos, fruto del clientismo que generan las lealtades políticas, las cuales lamentablemente se suelen abonar con cargos para el cual un muy alto porcentaje no está, lamentablemente preparado, con los saldos que ya conocemos y que termina sufriendo el pueblo ante la mirada impávida de la clase dirigencial que parece ser ajena a todo lo que le rodea. 1) Ejemplo de la decadencia observada es que la maquina ferroviaria que se siniestró recientemente con el luctuoso saldo de más de 50 muertos fue parte de aquellas compras de hiciera Frondizi en la década del 60.

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