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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

jueves, 20 de mayo de 2010

¡ES LA PATRIA QUIEN CUMPLE 200 AÑOS!

De lo acontecido en aquellas gloriosos días de 1810, siempre me pareció que la sesión del 22 de mayo fue la más rica, no solo por su alto contenido intelectual sino también porque dejó en evidencia que los verdaderos patriotas de entonces iban por más; que aún cuando se mantenía una especie de lealtad al Rey Fernando VII, eran inocultables los anhelos de independencia que campeaba en la mente y el corazón de muchos de ellos.
El hecho de deponer nada menos que al virrey es una elocuente demostración del espíritu revolucionario que los animaba. Esto que parece un contrasentido de reconocer la autoridad del rey y al mismo tiempo destituir y reemplazar de propia autoridad a quien lo representa, es la más cabal demostración de una estrategia política para alcanzar la soñada independencia que se concretó en 1816, aún admitiendo que no todos participaban de ese proyecto revolucionario, dado que hubo quienes solo admitían el cambio como una circunstancia provisoria hasta que se resolviera la situación en Europa.
Me detengo un momento en el debate del 22 de mayo porque realmente entusiasma la capacidad parlamentaria de sus actores. Doy por sabido que en España había sido depuesto el rey y Napoleón designa en su reemplazo a su hermano José Bonaparte.
La discusión en el Cabildo se centra entonces en la legitimidad del gobierno de estas colonias representado en ese momento por el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros.
Para impugnar su autoridad, se argumenta la teoría de la reversión o reasunción de la soberanía, que en síntesis consiste en sostener que cuando el monarca no esta en condiciones de ejercer el poder, los derechos de la soberanía retornan al pueblo quien tiene la potestad de crear un nuevo gobierno.
Como el rey estaba preso, su autoridad no podía trasladarse al usurpador Bonaparte sino que debía ser el pueblo quien debía decidir sobre el destino político de sus habitantes.
Este pasaje memorable inspirado en la sabiduría de algunos esclarecidos estadistas y su pasión libertaria, considero que instala la Revolución de Mayo en el sitial más alto de la historia argentina, porque con sus argumentos y encendida retórica, se introduce una incipiente idea de soberanía popular, que si bien en algunos países de Europa había alcanzado popularidad, era en extremo novedosa en estos australes territorios de la colonia española y fundamentalmente alumbró para los tiempos el camino hacia la democracia.
Tengamos en cuenta asimismo que de ese embrión nacido en las históricas jornadas de mayo con la creación de un gobierno elegido por el pueblo, nace lo más significativo, lo más trascendente; nace la idea de PATRIA. Aquellos sumisos súbditos de la monarquía española sintieron de golpe el orgullo de tener una patria y considero que la revolución de mayo fue el disparador de ese sentimiento que fortaleció los lazos afectivos de sus habitantes con este suelo.
Las vicisitudes vividas por los hombres de mayo no terminaron en las jornadas de Buenos Aires. Las distintas expediciones enviadas por la Junta al interior tuvieron una fuerte resistencia, y podemos decir que recién en 1824 con la batalla de Ayacucho se consolida definitivamente aquella gesta concebida por el grupo revolucionario de Mayo.
No caben dudas que las acciones de aquellos patriotas transitaban entre errores y aciertos, pero me llama la atención que aún hoy se oyen críticas provenientes de autorizados historiadores.
Recordemos que al paso de la expedición enviada al Norte, en la Provincia de Córdoba hubo un levantamiento organizado por el gobernador que representaba a las autoridades españolas al que se sumó un reducido grupo que pretendía reponer al virrey, entre ellos Santiago de Liniers. Los insurrectos intentaron organizar aquí una resistencia, pero al ver que no podrían sustentarla huyeron hacia el Alto Perú para unirse a los ejércitos españoles. Las fuerzas patriotas lograron capturarlos en el norte provincial, y luego de algunos cabildeos fueron fusilados, con excepción del cura Orellana a quien se le perdonó la vida por su investidura sacerdotal.
Pudo haber sido un exceso de rigor y es cierto que esa acción, como otras, despertaron malestar en aquellos tiempos en un gran sector de la población, pero, no me parece justo que hoy se pretenda desmerecer la epopeya de mayo, por episodios que, aunque graves, son muchas veces el costo de las grandes hazañas.
Luis Kessler

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