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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

jueves, 7 de mayo de 2009

LA DEMOCRACIA ES DELIBERATIVA, O NO ES TAL

Por Alberto E. Moro

En las actuales circunstancias, no basta con el voto.
La democracia es mucho más que ir a votar periódicamente


La Constitución Argentina establece que “el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes.” Esto es así para evitar las complejidades y los requerimientos de civilización que tiene una democracia directa como ha sido la de Suiza durante muchos años. ¿Pero qué sucede cuando los representantes del pueblo olvidan a sus mandantes apenas asumen los cargos para los que aquellos los designaron, y se dedican a jugar un perverso juego de intereses personales y partidarios sin importarles las verdaderas necesidades de la gente que los votó? Creo que no hace falta que explicite en qué país estoy pensando al escribir estas líneas…
Se da la contradicción de que habiéndose establecido que el pueblo no delibera sino por medio de sus representantes, éstos, especialmente los del oficialismo, tampoco lo hacen, buscando con mas ahínco el enfrentamiento que el diálogo, mientras que el Poder Ejecutivo toma resoluciones importantes para la vida comunitaria sin consultar ni siquiera a sus propios ministros, en un ejercicio arbitrario y soberbio absolutamente impropio de una verdadera democracia.
Cuando se habla de Democracia, etimológicamente se está diciendo “gobierno del pueblo”. Tenemos así una grave confusión en la que el verdadero mandante, que es el pueblo, es un convidado de piedra que debe aceptar con resignación despóticos ucases (llamados Decretos de Necesidad y Urgencia) o la adopción de medidas que perjudican notoriamente a ellos y al conjunto de la sociedad y, lo que es mucho peor, son tomadas en forma inconsulta, a puertas cerradas, por dos o tres personas que se creen omnipotentes. Tristemente, esto ocurre en diversos países del mundo, y no solo aquí, por lo que podemos hablar de una suerte de devaluación de la democracia a favor de dirigentes con mentalidad totalitaria. Una de las reacciones propuestas ante la carencia de diálogo entre los representantes del pueblo entre sí y ante su mandante natural, es el ejercicio de una pública deliberación popular que sea inclusiva, influyente e igualitaria, para lo cual debe asegurarse que cualquier participante tenga a su alcance adecuados elementos expresivos, una sólida información, y un elenco de prioridades. Además, es necesario que se organicen grupos deliberativos poniendo el acento en la mutua consideración y respeto, el entendimiento y la comprensión (es necesario hacer un esfuerzo para entender a los demás, poniéndose en su lugar), definir los problemas y pensar en las probables soluciones teniendo en cuenta sus ventajas y desventajas, y todo ello partiendo de valores “clave” previamente reconocidos. Buscar los medios de que estas deliberaciones populares sean tenidas en cuenta por los “representantes del pueblo” que hoy tenemos, es otro cantar, pero no caben dudas de que se estaría trabajando en la dirección correcta desde el punto de vista de la verdadera democracia, que no es solamente poder votar en elecciones por lo general amañadas e inconducentes desde el punto de vista de las necesidades populares. Hay que buscar, desde fuera de los gobiernos autistas, que la voz de los pueblos sea escuchada. De otro modo, no podemos hablar de Democracia.
Para que estos intentos deliberativos populares sean fructíferos, es necesario hacer un esfuerzo para acercarse a ellos sin la soberbia muy argentina de creer que “sabemos todo sobre todo” y que es tan válida la opinión de los especialistas como la del vulgo. Realmente no es así de fácil. Después de tantos años de nivelar para abajo, se ha perdido el respeto a la gente especialmente preparada para dirimir ciertos problemas complejos, y hay mucha soberbia y falta de humildad al emitir opiniones. La actual crisis internacional pone en evidencia la altísima complejidad de la economía global y las nefastas repercusiones que el accionar de grupúsculos especuladores tiene sobre la vida de millones de personas.
Estos problemas que nos afectan a todos debe debatirse empezando por los de cada país en particular, pues así como “pintando tu aldea pintarás el mundo”, resolviendo los problemas de tu aldea estarás contribuyendo a resolver los problemas del mundo. Para ello, hay que capacitarse leyendo y escuchando con respeto a los que más saben, para poder debatir con fundamentos sólidos los pro y los contra de las medidas políticas que se están tomando, y hacer oír nuestra opinión. En caso contrario, como está sucediendo en muchas partes del planeta, el ciudadano medio queda excluido del debate de los grandes problemas nacionales y mundiales por no entenderlos y por no poder expresarse con convicción y contundencia ante sus gobernantes. Queda así expedito el camino para el juego acumulativo de las elites ricas y del capitalismo salvaje que no tienen consideración ética alguna a la hora de maximizar las ganancias.
La inspiración de este artículo, proviene del conocimiento de dos experiencias realizadas en dos países, uno en el hemisferio norte, y otra en el hemisferio sur. Me refiero a la Citizens Assembly, desarrollada en Canadá en el 2002, en la que un centenar de ciudadanos elegidos al azar se reunieron con los científicos de los temas a tratarse todos los fines de semana por varios meses, elaborando juntos y gradualmente, una serie de alternativas que serán elevadas a las autoridades como sugerencias políticas concretas. El otro caso, es el Citizens Parliament, que comenzó este año en Australia, donde 150 ciudadanos, también elegidos al azar, estudiaron una serie de reformas al sistema político, pero dedicando una gran parte del tiempo al análisis de lo valores esenciales que se quieren preservar, a los cuales debían estar supeditadas las reformas propuestas.
Estas iniciativas, tomadas si se quiere en los dos extremos del mundo, ponen en evidencia que en las actuales circunstancias no basta con el voto. La democracia es mucho más que ir a votar periódicamente. Debiera ser un estado deliberativo permanente entre el pueblo y sus representantes. Tanto más cuando esos representantes no están, en muchísimos casos, a la altura de sus responsabilidades, habiendo llegado al poder o a sus escaños digitados por algún poderoso del momento, en alguna “lista sábana”, o como ignotos segundones de alguna grotesca “candidatura testimonial”.

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