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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

jueves, 18 de septiembre de 2008

LOS GOBERNANTES Y LA SALUD MENTAL

Por Alberto E. Moro

El pasaje de la razón a la locura es una cuestión de grado,
y los seres humanos pueden caer en ella casi sin darse cuenta.


Tengo en mis manos el “disparador” de este escrito. Un interesantísimo libro francés de reciente aparición que me hice traer especialmente pensando en su aplicabilidad al caso argentino, aun no traducido al español y cuyo título es Esos locos que nos gobiernan (*). Nos pone al tanto de una especialidad científica relativamente nueva cuyos protagonistas (en el libro) son los perfiladores (profileurs), y cuyo sujeto (en la vida de todos nosotros) son los políticos, hombres o mujeres, que nos gobiernan. Para escribirlo, el autor recorrió el mundo para entrevistarse con los principales exponentes de estos estudios, todos los cuales examinan a los políticos con la minuciosidad de un entomólogo.
El procedimiento consiste en el análisis que diversos investigadores de la conducta humana hacen con el objeto de definir el perfil psicológico de esos raros personajes a los cuales sus propias virtudes o a veces sus defectos, junto al inevitable azar, y no pocas veces el fraude, colocan al frente de las naciones para dirigir su destino. El título del libro lo dice todo, puesto que muchas veces las particularidades o las anormalidades no siempre inocentes e inocuas de estos líderes, son las que los colocan en ese sitial de privilegio.
Obsérvese la importancia que adquiere, en las altas esferas de la política internacional, por ejemplo, conocer con la mayor precisión posible cuales son las características de la personalidad de los primeros mandatarios y sus motivaciones explícitas y ocultas, con sus temores inconscientes, sus frustraciones, sus hábitos de pensamiento, su bipolaridad, o cualquier otra seña de identidad psicológica que permita prever sus probables reacciones ante determinadas situaciones. Que estas situaciones pueden estar relacionadas con una guerra, el bombardeo de una ciudad, o la felicidad o la desgracia de millones de personas, ni hace falta decirlo pues la sagacidad de los lectores ya los ha puesto en alerta, seguramente.
Hace ya unos cuantos años, apareció el marketing político, una suerte de maquillaje que revolucionaría las instituciones democráticas, para empeorarlas según mi personal apreciación, pues se trata de un juego de apariencias que lleva a la remodelación del candidato mediante una verdadera manipulación de la imagen para hacerlo más “potable”. Tampoco es necesario hacer notar, puesto que es evidente, que está sobre-valoración de la imagen va en desmedro de la inteligencia, la pertinencia y el conocimiento de las propuestas que ese candidato debería hacer. Por eso ahora, muy claramente en nuestro medio, se evita el debate, no se dan a conocer las plataformas electorales, y nadie sabe hacia donde vamos, pero sí son visibles las superficialidades relacionadas con la imagen: los liftings, los peluquines, la ropa de marca, las carteras y relojes de lujo, y la dentadura perfecta para la sonrisa “Kolynos”. Es más importante caer simpático, que ser una persona honesta y responsable. Y tratar de lucirse con un tren bala es más importante que resolver el problema de millones de argentinos que viajan en condiciones peligrosas y deplorables.
Lo que estamos tratando en este artículo es lo contrario de este efecto decorativo, descrito en el párrafo precedente. La psicología política, inversamente, trabaja sobre la realidad. Le interesa descubrir quien es verdaderamente el hombre o mujer que se esconde detrás de esa fachada trabajosamente construida, de qué es realmente capaz, qué es lo que auténticamente lo anima, y qué es lo que lo condiciona, qué puede despertar su alegría y qué puede enfurecerlo. Haciendo política-ficción, imaginemos la importancia que este conocimiento puede tener para ambas partes en una eventual entrevista futura entre Barack Obama y Medvedev, o entre los primeros ministros de dos países en guerra.
Por supuesto que el dolor, el stress, la depresión, los problemas sexuales, la compulsividad, la paranoia, la megalomanía, las adicciones, y hasta un cierto grado de esquizofrenia, son estados que pueden afectar a cualquier ser humano, entre ellos a los gobernantes. Los especialistas consultados, muestran que muchos políticos encumbrados han recurrido y recurren a diversos métodos para descargar las insoportables tensiones que los acosan. En mi modesta opinión, un buen antídoto para las embriagueces del poder, podría llegar a ser la decisión personal inmodificable de moverse democráticamente, respetando a la oposición, respetando la independencia de los poderes y designando en los cargos a los funcionarios más capaces en cada área, lo cual disminuye las tensiones al repartir las responsabilidades.
¿De qué se vale esta nueva rama de la ciencia para armar el perfil de un político destacado? Es esta una pregunta muy compleja y difícil de condensar en un escrito tan breve, como no sea diciendo que, en esencia, se trata de una conjunción de métodos de psicología aplicada basados en las historias individuales, el lenguaje, el análisis del discurso, la gestualidad no verbal, las expresiones del rostro en diversas circunstancias, el tipo de personalidad y otros parámetros que la ciencia y el ingenio humano han ido forjando.
Una de las preguntas que se hace el autor en varias partes del libro, al conocer los resultados de estas investigaciones, es si estos homo politicus son casos psiquiátricos, o bien tienen capacidades psicológicas tales que les permiten resistir a contratiempos que harían perder la razón a cualquier otro ser humano. No cabe duda que el pasaje de la razón a la locura es una cuestión de grado, y los seres humanos pueden caer en ella casi sin darse cuenta, empujados por sus emociones. Así como nosotros votamos con nuestras emociones, los políticos gobiernan con sus emociones.
Como el tema es interesante, y en Argentina tenemos una casuística muy florida, es probable que muy pronto volvamos sobre el mismo.

(*) PASCAL DE SUTTER. Ces fous qui nous gouvernent. Comment la psychologie permet de comprendre les hommes politiques. Édition des Arènes. Paris, 2007.

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