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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

jueves, 4 de septiembre de 2008

ADIOS AL MITO DEL TRABAJO ESTABLE

Por Alberto E. Moro
La gran incógnita es saber que hará la humanidad en su conjunto para evitar que sufran privaciones los más débiles y lograr una distribución más equitativa del ingreso global
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Hasta hace pocos años, todo el mundo podía aspirar razonablemente a conseguir un trabajo estable, quizás para toda la vida. Hoy, esto es cada día más difícil, sobre todo para los jóvenes. Tanto más cuando no han tenido la fortuna de nacer y crecer en un medio o un país que les garantice una adecuada educación técnica o profesional para integrarse a un mundo cada vez más competitivo y con mayor precariedad laboral.
Hace tan solo unas pocas décadas, había un fenómeno que ya no se da. La reproducción del status social se concretaba en gran parte a través del trabajo. El carpintero, el relojero, el campesino, el farmacéutico, el médico, sabían que probablemente sus hijos serían los continuadores de su tarea, aprovechando así el capital social y económico alcanzado por los padres: el campito, el taller, el negocio, el consultorio, y las relaciones personales o la clientela. Actualmente, en cambio, ningún padre puede asegurar que camino tomarán sus hijos. Los estudios y las oportunidades laborales necesarias para insertarse en el camino de la vida, se han multiplicado hasta el infinito. No hay ninguna seguridad ni estabilidad. Todo fluye y cambia a gran velocidad.
Lo que antes se daba en situaciones de grandes crisis, es ahora de observación cotidiana.
Hace unos días me sorprendió ver en un diario extranjero, una foto tomada seguramente en Nueva York en la época de la gran depresión post-crisis alrededor de los años treinta. Se ve un hombre de espaldas, con sobretodo y sombrero, aparentemente bien vestido, con una gran cartel colocado sobre su espalda, en el que puede leerse: “Tengo tres profesiones, hablo tres idiomas, he combatido tres años, tengo tres hijos, y no trabajo desde hace tres meses; pero yo solo quiero un trabajo”. Hoy, y desde hace unos pocos años, millones de personas relativamente jóvenes están en la misma situación en todo el mundo. Es sabido que en un país como la Argentina, por ejemplo, hay miles de personas, incluso capacitadas a nivel universitario, que manejan taxis o trabajan en lo que consiguen, sea lo que fuere, con tal de tener trabajo. Lo que era excepcional, se ha vuelto habitual. Y ni hablemos de las personas que no han tenido la fortuna de aprender un oficio o poder estudiar adquiriendo alguna profesión.
La robotización de la industria alimentaría, agrícola y metal-mecánica, produce desocupación en todo el mundo y éste es un aspecto casi inevitable del progreso tecnológico. Éste, a su vez es cada vez más rápido, haciendo que no solo las máquinas e instrumentos se hagan rápidamente obsoletos, sino que hace que las personas, aún las más capacitadas, queden en ciertos rubros descolocadas frente a la velocidad de los cambios. Antes el capital humano en conocimientos se iba retrasando lentamente. Ahora no. Como para entender mejor lo que quiero decir, un buen escribiente y mecanógrafo del siglo pasado, es hoy un analfabeto laboral si no sabe manejar una computadora. Y aún los que manejan esas maravillosas máquinas productos de la inagotable inventiva humana, tienen que actualizarse permanentemente, pues en muy pocos años quedarían fuera de competencia si no lo hacen. Su capital en conocimientos se pierde muy rápido.
Además hay muchas profesiones que están desapareciendo por que hay nuevos hábitos y nuevas tecnologías que hacen que ciertos implementos que requieren trabajo manual casi no se utilicen más. Hoy –para tirar algunos ejemplos- un jardinero bien provisto en maquinarias modernas, hace por sí solo el trabajo que muchos hombres hacían antes con herramientas que ya pueden considerarse primitivas, como la azada, la guadaña, la pala, el rastrillo o el serrucho. Cuando no había cosechadoras mecánicas, todo se levantaba a mano. Cuando no había máquinas viales de gran porte, ¿cuántos hombre se necesitaban para construir un camino o una ruta asfaltada? Un inmenso buque petrolero de nuestros días tiene poquísimos hombres a bordo ya que todo se maneja desde una consola. También hay muchos viejos trabajos que desaparecen: ahora es muchas veces mas conveniente comprar un zapato nuevo que llevar los usados al zapatero; y comprar un nuevo electrodoméstico antes que reparar el viejo. Hay cientos de ejemplos como éstos.
Como consecuencia de lo descripto, a las empresas dadoras de trabajo ya no les interesa tanto cuidar y mantener al empleado capacitado en un área determinada, porque saben que pronto lo que hace ya no se hará de esa manera y se requerirán nuevos empleados capacitados en las nuevas tecnologías. Y que habrá muchos aspirantes esperando el puesto. Los cambiantes escenarios laborales requieren más flexibilidad en la contratación y despido de los obreros y empleados para ajustarse a las nuevas exigencias, siempre cambiantes, por lo que los empleadores en general son renuentes a contraer compromisos permanentes, y prefieren contratar a plazo fijo a quienes quizás ya no necesiten el año próximo. Los nuevos escenarios dinámicos generan lo que hoy llamamos precariedad en el trabajo; es decir carencia de estabilidad e incertidumbre hacia el futuro. Y ni hablemos de la gente sin capacitación específica alguna, que están condenadas a realizar trabajos denigrantes o de poca monta, generalmente por muchas horas, a cambio de muy poco dinero, y sin estabilidad. Todo esto es consecuencia inevitable de los procesos llamados de globalización, que son una nueva condición de la humanidad, resultado del incesante progreso tecnológico, cibernético y comunicacional.
Los sindicatos van quedando descolocados, luchan contra lo inevitable, y no se sabe cual será su papel –si es que lo tienen- en el futuro. Para bien o para mal, el factor con mayor capacidad para beneficiarse con este estado de cosas es -¡cuando no!- el capital, que moviéndose ágilmente en un mundo sin fronteras, líquido, como diría Zygmunt Bauman (1), aprovecha todas las oportunidades disponibles. Y lo que es peor, cuando ya no obtiene las jugosas ganancias que pretende, suele retirarse dejando tierra arrasada, con un tendal de desocupados. Si observamos bien, veremos esto a diario. George Soros (2), el magnate pero también filántropo y activista político a favor de los pobres, acaba de declarar que “nos estamos adentrando en la crisis financiera mas profunda desde los años treinta”, y que el capitalismo, si no es prontamente regulado, “acabará por destruirnos a todos.”
Lo visto hasta ahora, no es para nada alentador. Nadie parece advertir, que de no modificarse esta situación cuanto antes, una tormenta social de proporciones nunca vistas, también a nivel global, se cierne sobre el horizonte.

(1) Sociólogo y filósofo europeo, autor de varios libros, entre ellos La Modernidad Líquida.
(2) Entrevista realizada por Katja Gloger. Diario La Nación, suplemento Enfoques, 24/8/08.

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