Nombre:
Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

sábado, 20 de junio de 2015

Historias de Vida: Familia Trenkel – La Falda

Por Alberto E. Moro

Entrevista realizada el día sábado 6 de junio de 2015 para la Junta Municipal de Historia de La Falda

A mi pedido, la Sra. Úrsula Trenkel, de 76 años, se presta gentilmente a una entrevista con la finalidad de rescatar recuerdos de otro tiempo que puedan ser interesantes para la historia de la ciudad.
Ella es hija de Alfredo Trenkel, quien fuera jardinero del Edén Hotel en sus apogeo y hasta que el mismo se cerrara, lo cual sucedió cuando Argentina declaró –tardíamente como sabemos- la guerra al Eje, momento en que el hotel pasa a ser utilizado para la internación de la colectividad japonesa. Para entonces, nuestro hombre ya se había casado con Agnes Haufler, hija de alemanes y nacida en Rusia, país del que ella y sus padres debieron huir cuando estaba convulsionado por el asesinato del Zar y su familia. Al parecer, el romance comenzó en uno de los badenes de Villa Edén que solían incrementar notablemente su cauce en épocas de lluvia, cuando en una ocasión él la ayudó a cruzar el arroyo. Como siempre sucede en la eterna comedia humana, ella fue primero reticente, pero después aceptó. Son los padres de Úrsula, nacida en La Falda, a quien estamos entrevistando.
Bastante azarosa fue, como verán los lectores, la búsqueda de un lugar en el mundo para Alfredo, nacido en 1906, quien a los 26 años decidió irse de Alemania porque no “estaba conforme” con su vida allí, según relata su hija. No menos azarosa que la de tantos emigrantes que salían de sus países cruzando el Atlántico para encontrar nuevos caminos en la tierra de promisión, pero desconocida para ellos, que era entonces la Argentina.
Como sabemos los que hemos visitado el Hotel de los Inmigrantes en Buenos Aires y nos hemos aproximado un poco a su historia, había allí no solo una oficina de recepción y los alojamientos provisorios adecuados, sino también una oficina de reubicación de los recién venidos, a los cuales se les daba u otorgaba un destino con trabajo inciertamente remunerado. Sabemos por múltiples historias que se han relatado al respecto, y además por estadísticas oficiales que conocí en el VII Seminario de Patrimonio Cultural realizado en Buenos Aires en 1999 (1), que una enorme cantidad de esos recién venidos no quedaron satisfechos con los destinos adjudicados y tarde o temprano volvieron a sus países de origen. Pero otros, quizás más tenaces y decididos, siguieron buscando su lugar dentro de ese país semipoblado que era, y en muchos lugares aún sigue siendo, la Argentina.
Éste fue el caso de Alfredo, cuyas alternativas eran ir a trabajar a Misiones o a Salta. La provincia de Misiones, le fue desaconsejada por el clima húmedo, lluvioso, y sin estructura vial, con caminos barrosos e intransitables que quien esto escribe ha conocido y de cuya inoperancia podría dar fe. Recaló finalmente en el sur patagónico, en un obraje de Choele-Choel, donde trabajó como cocinero, debiendo además alimentar a los caballos. Según relata su hija, tuvo algunos encontronazos con los capataces del lugar, que tenían sus quioscos o almacenes y le reprochaban que él no gastara su sueldo allí porque ahorraba, razón por la cual decidió irse, no sin antes verse obligado a firmar múltiples planillas en las que esos jerarcas de poca monta se aseguraban seguir cobrando los sueldos que a él le correspondían en el futuro inmediato. La eterna viveza que no sabemos si es tan solo criolla, o simplemente humana para quien no ha recibido o desarrollado una educación moral adecuada.
Su nuevo destino fue Las Rosas, en Santa Fe, donde las condiciones de trabajo dejaban también mucho que desear. A la hora de comer, comenzaban a pasar una olla para que se vayan sirviendo, y a él que estaba ubicado al final de la mesa, solo le llegaban el aroma humeante y alguno que otro hueso. A la hora de dormir, su lugar era un galpón en el que las ratas le caminaban por encima mientras intentaba reposar, y la letrina, a la que todos tenían acceso pero nadie limpiaba, estaba lejos, en una loma. Tampoco duró mucho allí.
Estando de regreso en Buenos Aires, en 1932 se entera por un conocido que el Hotel Edén de La Falda estaba buscando empleados y que había muchas oportunidades pues el hotel era como una ciudad autosuficiente donde todo se hacía allí, hasta el pan y los fiambres, con los productos de sus huertas, establos, jardines y viveros. Vino entonces a La Falda para trabajar en el hotel. Y allí desempeñó la función de jardinero y encargado del vivero, no sin realizarse además como paisajista aficionado. Sus flores eran las que adornaban los salones del gran hotel en las grandes celebraciones, que eran muy frecuentes. Según me relatan, en un momento dado la huerta se cerró porque al administrador Constantin von Renenkampf -a quien este escriba conoció y atendió cuando ya anciano en algunas oportunidades- decidió cerrar la huerta porque le resultaba más ventajoso comprar afuera esos insumos. Luego hizo algunas plantaciones de piretro, vegetal muy utilizado entonces para elaborar espirales ahuyenta-mosquitos, pero no lo dejaron cosecharlo y todo eso se perdió cuando el hotel cesó sus actividades turísticas para albergar a los japoneses.
Seguramente viendo venir estos avatares de la post-guerra mundial, para entonces Alfredo y su esposa, precavidamente, ya habían instalado un negocio en la Avenida Edén, llamado Florería La Falda, inaugurado en 1944, y que perduró allí algunos años que no puede precisar, aunque sí recuerda que por lo menos hasta la muerte de Eva Perón, porque memoriza la gran demanda de flores que hubo en ese momento.
No mucho después, edificaron la casa y el negocio de la calle Sarmiento 156, donde vivirían el resto de sus vidas, instalando allí, en la parte baja, su venta de flores.
En ese lugar y en esa casa vive hoy Úrsula, nuestra generosa informante.
Alfredo, a quien tuve el gusto de conocer fugazmente cuando vine a vivir a La Falda –hablé una sola vez con él, aunque lo vi muchas veces- murió en 1992, a los 86 años. Permaneció entonces, casi 60 años en nuestra ciudad de La Falda. Su mujer Agnes, o Inés como aquí le decían, falleció en 1973, a los 64 años. Afortunadamente, una de las hijas de ambos, Úrsula Trenkel está aquí para contarnos estas interesantes historias. Su hermana Erika, casada en Argentina, se fue a Alemania en 1978, donde vive en Schweikeim, una localidad cercana a Stuttgart.

Orígenes del Club Alemán

Cuando el Hotel Edén funcionaba a pleno, seguramente por la ingénita necesidad de entablar relaciones sociales en una especie gregaria como la nuestra, se fundó una agrupación denominada Unión Germánica, que si bien el nombre le identificaba sus orígenes, incluía entre sus adherentes a polacos, ucranios, españoles y, desde luego, también criollos. Muy propio de una “melting-pot” o crisol de razas, como insistentemente se caracterizó a los países como el nuestro receptores de inmigrantes y abierto, en nuestro caso, a “todos los hombre de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino”, tal como reza el Preámbulo de la Constitución Nacional Argentina.
Esa sociedad tenía su sede en un “localcito” (sic) situado entre el gallinero y las caballerizas del Hotel, que no obstante las promesas realizadas nunca llegó a escriturarse a nombre la entidad. Quizás por ello algunos años más tarde Doña Aida Eichorn, esposa de Walter, por intermediación de Alfredo cedió el terreno donde se encuentra hoy el llamado Club Alemán, cuya verdadera denominación actualmente y al parecer desde aquellos tiempos “Asociación de Simpatizantes de la Cultura Alemana”.

Sobre las relaciones con Europa

Al parecer Doña Aída era amiga del Führer (2), al que los unía un conocimiento antiguo por haber sido vecinos de la misma localidad. Los dos matrimonios Eichorn se delegaban mutuamente sus funciones en el Hotel Edén, y se alternaban pasando seis meses cada una en Alemania, ocasiones en las que casi con seguridad se encontraban con Hitler. Pero, a despecho de algunos historiadores aficionados proclives al sensacionalismo, que siempre menean esa conjetura, según ella el jerarca nazi jamás puso un pie en el hotel.
Según relata nuestra informante, su papá también trabajó como jardinero y paisajista en el llamado Castillo de Mandl en La Cumbre, propiedad de un austríaco poseedor de una fábrica de armas en su país. Allí se alojaba, al parecer frecuentemente, el hijo de Mussolini, participando en las frívolas reuniones sociales de la época, siempre adornadas por la presencia de bellas mujeres y conocidas artistas, una de las cuales, de cuyo nombre no está segura pero cree que era Hedy Lamarr, estaba casada con Fritz Mandl.

La Junta Municipal de Historia de La Falda, agradece muy especialmente la cooperación de la Sra. Úrsula Trenkel.

1) VII Seminario de Patrimonio Cultural. Museos y Diversidad Cultural, Viejas culturas, Nuevos Mundos. En el Museo y Archivo Histórico del Banco de la Provincia de Buenos Aires. 23 al 25 de Junio de 1999.
(2) Palabra alemana que significa jefe, líder, muy usada en Alemania para designar a los jefes militares.


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