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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

sábado, 9 de mayo de 2015

Dispersión primaria y reunificación secundaria de la raza humana en la ocupación territorial del planeta Tierra


Por Alberto E. Moro


Los seres humanos se diferenciaban y diversificaban mientras descubrían el planeta, y ahora se reunifican y se reencuentran, pero aún muy trabajosa y conflictivamente, según se ve.

El hombre como especie y sus antepasados filogenéticos llamados homínidos siempre “caminaron” el planeta, en un principio limitados por su especificidad de alimentación y por las barreras geográficas insalvables. Pero poco a poco, a medida que incorporaban tecnologías básicas de supervivencia que les permitían alejarse del territorio conocido y seguro, ese deambular se fue ampliando más y más, aunque con no pocos retrocesos, aumentando así su expansión territorial. En un proceso de cientos de miles de años de lucha contra el clima adverso, las cordilleras, los ríos, los animales salvajes, y otros hombres claro, culminaron en lo que hoy conocemos: su increíble adaptación a todos los hábitats posibles, incluyendo los helados polos, la estratósfera y el fondo de los mares. Puede decirse que esa eterna “caminata” de ansiosa búsqueda propia de nuestra especie, llegó a su fin hace alrededor de 8.000, años cuando el hombre ya había ocupado la superficie del globo en su totalidad. Pero la globalización de su presencia habría de seguir…
Hablamos de avances y retrocesos y de clima adverso porque además de las interminables y asesinas “edades de hielo”, se sabe de una gigantesca erupción volcánica ocurrida hace 74.000 años en un volcán de Sumatra (Monte Toba) que provocó un “invierno nuclear” de 6 años y una instantánea edad de hielo de 1.000 años, que mató a casi todos los humanoides que habían salido de África desplazándose hacia el Oriente y llegado a las costas del Pacífico. Se cree que de ese grupo que había empezado a colonizar el continente asiático poblando lo que hoy es India, Tailandia, Laos, Camboya, Vietnam, China, etc., solo han de haber sobrevivido una decena de miles de individuos, al margen de los que quedaban siempre “caminando” en África.
En los siguientes 10.000 años, mientras todo el norte del planeta se mantenía en la Edad de Hielo, volvió a repoblarse esa zona del sur de Eurasia, llegándose hasta el continente australiano y las islas de Nueva Guinea. Y no fue sino muchos miles de años después cuando en ese lento pero incansable caminar, a favor de un notable calentamiento del planeta, pudieron llegar a lo que hoy es Europa, atravesando el estrecho del Bósforo en la actual Turquía. Estamos hablando de lo sucedido hace aproximadamente 50.000 años.
Va de suyo que cabalgando en la evolución “experimental” de la Naturaleza, estos grupos pre-sapiens se iban diversificando en sus características físicas con rasgos propios diferentes del “modelo” original, lo que lamentablemente daría irónicamente y muy cerca de nuestro tiempo de Homos Sapiens, la creencia de que se trataba de “razas” diferentes sobre cuyas supuestas aptitudes se montaron las crueles e inaceptables concepciones del racismo.
Al parecer, según los hallazgos de material lítico y su estudio por parte de los arqueólogos, en esa época hicieron su aparición las herramientas de piedra, que se difundieron rápidamente entre todos los grupos de inquietos “caminantes” cuyas trayectorias hemos descripto someramente, que recorrieron en los siguientes 10 o 15.000 años la parte sur de Europa, llegando hasta la península ibérica. Mientras tanto, y casi al mismo tiempo –siglo más, siglo menos- los grupos que habían quedado en el territorio africano también llegaron al Mediterráneo, con lo cual quedaba configurado el “Mare Nostrum” donde se “cocinó” a fuego lento la futura historia de Occidente. El norte de Europa, aún congelado, no ofrecía demasiadas oportunidades a la historia antropológica de esta nueva especie, la nuestra, que resultaría ser tan andariega y una de las últimas en llegar a la tierra firme que desde hacía millones de años ya habitaban tantas sucesivas filogenias de diferente estirpe.
Se calcula que los siguientes desplazamientos, siempre a pie, en los que llegaron al Ártico tanto los grupos que se movían por la futura Europa como los que lo hacían en Asia, ocurrieron entre los 40 y los 25.000 años A.P. (antes del presente). Al final de este período se registran las primeras manifestaciones artísticas rupestres, según las dataciones que se han hecho en diferentes cuevas y refugios que las pusieron a salvo de la furia destructiva de los elementos.
Habiendo alcanzado los helados límites del círculo ártico, quedo abierta la posibilidad de la última gran conquista: llegar a lo que hoy es el territorio americano, cosa que seguramente hicieron pasando por Beringia (Siberia unida con Alaska) a través de dos rutas posibles: por la costa, y por un estrecho entre los hielos (1). Aunque no hay registros fósiles, los pocos que lograron pasar –recuérdese que los nómades eran grupúsculos de no más de una decena de personas- fueron luego devastados por la última y más reciente Edad de Hielo, instalada entre los 22 y los 18.000 años A.P., período inclemente en el que se cree que solo unos pocos individuos pueden haber sobrevivido sin prosperar hasta el advenimiento miles de años más tarde, de una segunda oleada humana que ingresó al continente hace 15.000 años, y que fue la que logró finalmente instalarse en América, el único gran espacio que aún era virgen para la huella humana.
La exuberancia vegetal y la megafauna que poblaba entonces el continente americano, permitió a esos hombres, mujeres y niños, a través de la caza y la recolección, y de múltiples generaciones constantemente renovadas, llegar hasta el sur de Chile en alrededor de mil años lo cual es una hazaña incomparable teniendo en cuenta que no tenían otros medios de locomoción que sus propias piernas.
La epopeya que acabamos de describir a muy grandes rasgos hacer perder la noción de tiempo y distancia y requiere hacer una pausa reflexiva para valorar y admirar el impulso aventurero, explorador y reproductivo que significó esa marcha solitaria de una especie casi nueva que con pasión y sufrimientos seguros pero inimaginables, se extendió como un manto sobre la superficie terrestre, a fuerza de tremendos esfuerzos rayanos en el sacrificio, poblando esa esfera azul que sigue impertérrita girando en el espacio sideral con nosotros a bordo.
Ese ir y venir a través de los milenios, jamás se interrumpió. Sigue hoy, más acelerado que nunca, cabalgando sobre las fantásticas superestructuras tecnológicas que han creado los humanos con ese novedoso engendro adaptativo y transmisible que denominamos “cultura” y que implica un conocimiento cada vez más profundo del mundo que habitamos, anulando las barreras geológicas y biológicas para que los hombres puedan moverse cada vez a más velocidad sin respetar siquiera los límites de su planeta, con la mirada puesta en las estrellas.
Los grandes desplazamientos humanos que observamos hoy, más impactantes, trágicos y cuantiosos que nunca, la mayor parte provocados por hambrunas, guerras y salvajes crímenes lindando con el genocidio, como los de Estado Islámico y Boko Haram, forman parte y son sin embargo, las manifestaciones actuales del lento y multi-milenario proceso que acabamos de describir en los párrafos precedentes. Los mecanismos de que se sirve la historia para la mezcla genética inevitable que ocurre desde hace milenios, no siempre sucede del modo que nos gustaría. No todo el mundo viaja por placer; la mayoría lo hace por necesidad o para salvar su vida y la de su familia. Obsérvese la migración desde África hacia las costas italianas, que lleva el sello de la desesperación, y en la cual mueren ahogados en el intento de a centenares cada vez (entre 700 y 900 ahogados en un naufragio entre Libia y la isla italiana de Lampedusa el día en que esto se escribe 19/4/2015). De acuerdo a lo que se acaba de informar, solo en los primeros tres meses del presente año, llegaron a las costas de Italia 57.300 refugiados procedentes de África (2). Y solo en lo que va del aún inconcluso mes de Abril, ya murieron en el mar más de 1.300 inmigrantes frustrados (3). Hay por lo demás no pocas veces, en esta necesidad humana de moverse por el planeta en busca de oportunidades y un mínimo de derechos humanos, un negocio infame de trata de personas, como ocurre en el caso mencionado y en muchos otros, como el de los migrantes centroamericanos y mexicanos que intentan llegar a los Estados Unidos en busca de un futuro mejor que el que pueden proporcionarles sus convulsionados países de origen.
Una de las maneras más simples que se han usado en la biología para identificar y diferenciar a las especies, aun cuando no es cien por ciento exacta, es ver si pueden copular entre sí y tener descendencia. Desde este punto de vista ínfimo, por si hiciera falta algo más que el gran hallazgo científico del desciframiento del genoma humano y la tipificación del ADN, no cabe duda alguna que la especie humana es hoy una sola, al margen del color de la piel u otras características morfológicas. Y esa única especie que en los albores de su evolución acabó violentamente con otros grupos similares pero no idénticos, carga con una violencia innata, y es aquella a la cual todos pertenecemos. La actual globalización multicultural va en camino de mezclarlo todo, borrando las diferencias a medida que se produce el sempiterno mestizaje, no pocas veces violento que siempre sucedió en mayor o menor medida, en todos los procesos históricos en los que se reencontraron grupos humanos dispersos en la Tierra que habitamos.
Los seres humanos se diferenciaban y diversificaban mientras descubrían el planeta, y ahora se reunifican y se reencuentran, pero aún muy trabajosa y conflictivamente, según se ve. Hoy se sabe –y no está de más repetirlo- que lo que en algún momento se creyó eran distintas razas, son una sola, la del Homo Sapiens, no obstante las diferentes características que culturalmente los separan.
Es como si en los planes del creador, se hubiera programado una dispersión primaria hasta poblar todo el planeta, para luego confluir en una reunificación posterior globalizadora, para culminar la cual aún no podemos vislumbrar cuántos milenios más serán necesarios para lograrlo plenamente. A juzgar por lo que se observa, los procesos civilizatorios son muy disímiles en las diferentes áreas de nuestro mundo terrestre, y el primitivismo social que se observa todavía en algunas regiones, no permite alentar muchas esperanzas.
Siempre hemos vivido enfrascados e inmersos en utopías inalcanzables. Pero el “creced y multiplicaos” sigue vigente. También, aunque no se diga, el “caminad” y “mezclaos”. Estos determinismos están inscriptos en los genes como pulsiones insuperables, no pocas veces descontroladas.


(1) El seguimiento de la traza genética así lo ha demostrado.
(2) Diario La Nación, Buenos Aires, 19/4/2015, Pág. 10 (Del diario El País – España)
(3) Diario La voz del Interior, Córdoba, 24/4/2015.
Nota: Fuente de datos y fechas filogenéticas: Internet: http // bradshawfoundation.com / journey /

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