Nombre:
Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

lunes, 16 de febrero de 2015

Séneca, “suicidado” por NERÓN, y la Justicia

Por Alberto E. Moro

La sociedad romana había perdido los valores de sus antepasados, dando lugar a una sociedad turbulenta, amoral y antiética, que al final la condujo a su propia destrucción

La expansión del Imperio Romano puso bajo su égida a la península ibérica, región conocida entonces como Hispania. Allí nació, en la ciudad de Córdoba, el aún hoy notorio filósofo y dramaturgo Lucio Anneo Séneca, quien vivió entre los años 3 A. de C. y 65 de nuestra Era. Ilustre representante de la escuela estoica, fue Cuestor, Pretor y Senador del Imperio Romano durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, además de ministro, tutor y consejero de éste último sin que tal educación permitiera a éste, al parecer, controlar las atrabiliarias inclinaciones por las que la historia lo recuerda.
Del filósofo se conservan numerosos tratados sobre distintos aspectos de la conducta humana, tales como la serenidad, la pobreza, la ira (“La ira: un ácido que puede hacer más daño al recipiente en la que se almacena que en cualquier cosa sobre la que se vierta”).
De estos últimos escritos, transcribo los siguientes pasajes, que nos ponen en contacto con un mundo de hace más de dos mil años, en el que algunos rasgos de la personalidad humana eran muy distintos, y otros sorprendentemente semejantes a los que hoy padecemos: “Si yo fuera perito en el arte de curar, no prescribiría el mismo tratamiento para todas las enfermedades.Siendo médico de los males públicos, veo también en las almas diversidad de dolencias, variedad de vicios, y debo aplicar un remedio diferente a cada uno. Aquí tendrá éxito la deportación, allá el dolor físico, más lejos la afrenta pública, la pérdida de los bienes, la pérdida de la vida.
Si me toca ser Juez, si he de ponerme la siniestra toga, si he de convocar al pueblo al son de la trompeta, subiré tranquilo al tribunal, sin enojo, sin animosidad, tan impasible mi rostro como la Ley, cuyo lenguaje solemne exige un órgano grave y desapasionado; y al ordenar la ejecución de la Ley, seré severo sin ninguna irritación.
Que haga yo caer una cabeza culpable bajo el hacha del ejecutor, o coser el saco de un parricida, o ejecutar a un soldado, o precipitar un traidor desde la roca Tarpeya, no se alterarán por eso mis facciones ni se agitará mi alma más que cuando aplasto bajo mis pies un reptil o un animal venenoso.
¿Pero es posible castigar fríamente? ¿Acaso la Ley os parece irritada contra personas que le son desconocidas, que no ha visto jamás, y cuya existencia no imaginaba? Digamos lo mismo: la Ley no se enfada, no ha hecho más que establecer una regla.
Si el justo se enfadara contra el delito, debería envidiar los éxitos de los malos. ¿Hay algo más repulsivo que ver a los malvados servidos por la fortuna, colmados de sus favores hasta la saciedad? Pues ni envidia sus ventajas ni le irritan sus crímenes. Un buen Juez no odia; condena lo que la Ley reprueba.”
Con estas palabras toma cuerpo el viejo apotegma latino originado en el Derecho Romano “Dura lex, sed lex”, cuyo significado podríamos traducir en lenguaje coloquial como “será dura, pero es la Ley” lo cual lleva implícito su cumplimiento para todos por igual. Pero como los dictadores de todos los tiempos siempre toman sobre sí la potestad absoluta de la ley, Séneca murió en Roma, a los 69 años, obligado por Nerón a suicidarse, aunque otorgándole –graciosa concesión de un déspota- el derecho a elegir el género de muerte de su preferencia. Acusado de traición por quien había sido su discípulo, mostró su desdén quitándose él mismo la vida tomando un veneno y abriéndose las venas.
En una moderna enciclopedia digital, encontramos esta frase que explica las condiciones decadentes de la sociedad de principios de nuestra Era en cuyo contexto el filósofo enfrentó estoicamente la muerte que le había sido impuesta por el poder omnímodo de un salvaje dictador: “La sociedad romana había perdido los valores de sus antepasados y se trastornó al buscar el placer en lo material y mundano, dando lugar a una sociedad turbulenta, amoral y antiética, que al final la condujo a su propia destrucción.”
Cualquier semejanza, es pura coincidencia…

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio