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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

viernes, 27 de febrero de 2015

La continuidad gubernamental y la defensa de la Democracia en el futuro inmediato

Sin dudas, que a consecuencia de un pasado que no nos permitió gozar en todo su contenido de la democracia, los argentinos podemos decir hoy que tenemos un sistema democrático joven. Apenas hemos superado las tres décadas continuas en el ejercicio, que no es poco, pero tampoco es mucho, si se observa con criterios de madurez social y con proyección de futuro. Más aún, si las intenciones son las de consolidación de un sistema político y de vida sustentado en el marco de una realidad en permanente cambio en lo que refiere al poder propio de la nación y su inserción en la geopolítica internacional.

Es así, que allá por 1983 cuando comenzábamos a dar por hecho los primeros pasos hacia la recuperación de las instituciones y los valores ciudadanos, también nos iniciábamos en la comprensión de que para hacerlos efectivos, necesariamente, había que comprometerse y asistir a aquellos que habíamos elegido para conducir lo que por entonces era una intención. Y fue así, que apreciábamos que primero había que consolidar la cuestión política hacia dentro, porque era evidente que el poder que se desplazaba había generado una red de sustentación que no tan sólo tenía poder interior sino también asistencia e intereses provenientes del exterior. Pudo conseguirse, gracias a que el conductor guardaba, en si, los atributos del patriota, aquellos predispuestos a dejar de lado toda razón personal en pos de afianzar los principios rectores con los que había llegado a liderar. Logrando superarse las constantes asonadas militares con la reacción movilizadora de los espacios ciudadanos comprometidos, llevándose adelante, la no menos significativa, elevación a los tribunales judiciales de las causas por derechos humanos para esclarecer y juzgar el pasado reciente que había enlutado el país y expulsado a conciudadanos al destierro. Muchos esfuerzos fueron orientados en esa dirección, pero eran una prioridad para consolidar el sistema en esa etapa. Obvio es, que otras cuestiones tuvieron menos atención, porque también había que enfrentar un fuerte endeudamiento que se había recibido como herencia, el que tenía incidencia en ese presente, la tiene hoy y la tendrá en el futuro. Y fue precisamente por la economía por donde se coló el hecho desestabilizador, y ahí apareció la firme convicción democrática del conductor, que abocándose a sostener sus más altos propósitos, dio el paso al costado, sacrificando, en pos del interés del conjunto, su poder político.
Vendría a continuación la década del noventa, signada por lo económico, bajo la consigna que el derramamiento de la copa llena, beneficiaría a los sectores más desposeídos, lo que no llegó a ser una realidad, porque la copa contuvo la socialización de la deuda privada del empresariado nacional y los beneficios que se le acordaron a las estructuras de poder económico del país. Pero en ese ínterin, comenzamos a observar el avance de la corrupción del poder político, la estructura del Estado como fuente de negociados de todo tipo y color, se dieron a conocimiento público indicios y pruebas de ellos, algunos dignos de los hechos criminales y delictivos condenados a las mafias. Sólo por recordar algunos con alcance internacional, atentados contra la AMIA y la DAIA, que irrumpen en el presente como acontecimientos recientes; venta de armas a Ecuador y Croacia, violando tratados internacionales y volando un pueblo cordobés en un intento de encubrir a los involucrados; e incluso la muerte de un hijo del Presidente, que recién veinte años después se anima a decir que no fue consecuencia de un accidente sino de un atentado, lo que lo convierte en un homicidio. Esta última es la prueba, irrefutable, de la existencia de un poder que supera al poder del Estado y sus representantes. Sin embargo, ese personaje de la política sigue siendo un privilegiado hombre que ocupa una banca en el Congreso. Ni hablar de la cantidad de muertes sospechosas, cuando menos, relacionadas con sólo estos tres hechos.
El intentar mantener la insolvencia atada al dólar hizo eclosión y la corrupción galopante hizo que se dejara al Estado en total indefensión al concluir el gobierno.
Después llegaría un corto lapso presidencial que divagó entre el disenso propio de una alianza basada solo en lo electoral, la ineptitud y la incapacidad para enfrentar la herencia que le habían transferido, terminó acordando con aquellos a quienes debió tener en las antípodas, y se fue en medio del desquicio económico y con derramamiento de sangre en las calles.
Vendría a continuación una de las más grandes crisis políticas e institucionales que haya tenido el país, siete, si mal no recuerdo, presidentes en contados días, y la toma de decisiones, de palabra, sin contenido, ni proyecto alguno que las sustentasen, y una salida electoral como única repuesta hacia un futuro sin predicciones y basado sólo en la providencia (del cual fue participe, una vez más, aquel Presidente y hoy Legislador que perdió a su hijo mientras ejercía la primera magistratura). Tal vez, porque Dios es argentino, la providencia de nuestro suelo y algunas medidas políticas acertadas nos permitieron salir del ostracismo en que habíamos caído.
Como este es sólo un ejercicio parcial de memoria, me voy a abstener de resumir los últimos doce años, por ser historia reciente y entender que están frescos en la memoria de todos, de no ser así, seguramente el lector será un extranjero recientemente radicado o un irresponsable ciudadano que sólo se ocupa de si mismo y carece de todo interés por lo colectivo. Pero, sí hay que decir, que el entramado de corrupción parece haberse mantenido, el tráfico de influencias y el uso de información privilegiada ha continuado siendo utilizado por los desleales apátridas de siempre para enriquecerse en forma espuria, e indicios y pareciera pruebas hay de ello.

Es decir, que 32 años después de recuperada la democracia, y cuando aquel primer abanderado que llegara a la Presidencia, con solo el rezo laico del preámbulo de la Constitución, estimaba que con 25 años llegaríamos a consolidarla, sus predicciones no se han hecho realidad, pero sigue siendo el objetivo a lograr por grandes estratos de la ciudadanía. Claro que el accionar de un amplio porcentaje de aquellos que se nos proponen desde la política para conducir el Estado continúan poniendo en tela de juicio las bondades del sistema democrático, lo que se plasma en su extrema ambición en algunos casos o en su incapacidad en otros, felizmente no son todos, y en ese espectro están sustentadas las esperanzas. Pero, es de considerar que el tamizado no logrará excluir, en un corto lapso, las lacras que se deben desechar. Por eso, como ciudadanos responsables que debemos delegar nuestro poder para conducir el Estado, debemos reflexionar a la luz de los hechos que hemos vivido y de los que, activa o pasivamente, hemos sido parte. Por ello, entre los tantos cuestionamientos que debemos hacernos están, entre otros, ¿Es posible hacer recaer toda la responsabilidad de la situación crítica por la que atravesamos en solo el Poder Ejecutivo de un gobierno? ¿Es posible que los poderes Legislativo y Judicial, como direccionador y contralor de las políticas de gobierno uno y como investigador y juzgador el otro, no hayan cumplido con su fiel accionar? ¿Es posible que los cientos de personas que componen el Poder Ejecutivo no hayan podido ser controladas por las miles que componen los otros poderes? ¿Es posible que todos estén involucrados y que la lucha sectorizada sólo consiga que, de vez en cuando, se saquen la careta para conseguir el poder y proponer gatopardismo en su más cruda esencia? ¿Es posible que personeros de los tres poderes instituidos estén ligados a intereses ajenos al poder del Estado en lo interno? ¿Es posible que personeros de los tres poderes estén ligados a intereses extra nacionales? ¿Es posible que todos sean cómplices apátridas y que solo respondan a los dioses poder y dinero?, puedo continuar, pero, por ahora, me parece suficiente.
A estos cuestionamientos algunos responderán que sí, otros dirán que sí con algunas reservas, otros que se generaliza y argumentarán en contrario, rescatando los hechos positivos, que los hay, sin dudas. Pero, guste o no, finalmente se podrá conciliar que las cosas no están como deben y que hay que producir cambios de fondo si lo que realmente nos impulsa es el espíritu democrático.
Instalados ante la situación, como simples ciudadanos, pero conscientes de que el poder está en nosotros, porque somos los más y los que delegamos el poder, tendremos que asumir la responsabilidad que nos compete, pero no de palabra, sino de hecho. Esto significa in-vo-lu-crar-se y com-pro-me-ter-se, juntos, no separados, involucrarse y comprometerse, de ahora en más y no flaquear antes las situaciones adversas. Lo que deviene en participar dentro de los partidos políticos y recuperar su valía, la que han perdido en su esencia a raíz de la lucha interna por los liderazgos y el arriado, ante estos, de sus banderas ideológicas. Es ahí, donde puede conocerse y apreciarse los valores de los hombres y mujeres que se postulan para manejar el Estado y se les puede dar el respaldo necesario, a lo que hay que sumar el estar debidamente informados para tener un criterio ajustado a la realidad y actuar electoralmente en consecuencia.
Caso contrario, la Democracia Argentina será una expresión de deseos y cada día estaremos más cerca de algún tipo de tiranía.

A qué viene todo esto, se estará preguntando el lector. Lo hago porque me parece se hace necesario reflexionar sobre la democracia en el futuro inmediato, ya que nos encontramos en un año electoral, en el que, a nivel nacional, estaremos saliendo de una estructura de poder político que se ha mantenido, bajo un mismo liderazgo, durante doce años, en los que ha producido cambios sustanciales, algunos acertados, otros a corregir y otros a desdeñar, y que para generar cualquier tipo de rectificación se hará imprescindible un manejo prudente y a conciencia de las cuestiones a afectar y una evaluación previa ajustadísima de las consecuencias que pueden desprenderse de esas decisiones. Es, entonces, porque los ciudadanos somos los primeros y principales afectados, negativa o positivamente, y porque somos los que elegimos, que tenemos que tener en claro que el próximo presidente conducirá un gobierno de transición, al que no podremos exigirle medidas de fondo, en algunas áreas, en el corto plazo, pero que si podremos hacerlo en cuanto a que su gestión, desde el primer día, debe estar signada por la honradez, la transparencia, el respeto por las normas legales establecidas y por el más amplio espíritu de perseguir la corrupción, juzgarla y condenarla, en todos los poderes del Estado. Me parece que si no tenemos en mente esto, desde el mismo momento en que comencemos a evaluar a los candidatos que se postulan para tomar la posta gubernamental, podremos contribuir a empeorar la situación institucional critica del Estado y a deprimir, aún más, las inestables condiciones de nuestra democracia.

N.H.

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