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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

viernes, 31 de octubre de 2014

Nosotros, los argentinos, y la televisión

Por Alberto E. Moro

La televisión podría ser un extraordinario vehículo para cambiar radicalmente nuestra obvia y lamentable decadencia cultural y educativa. Pero no lo hace. Por el contrario, es estupefaciente.

Todos saben cuáles son nuestros cinco sentidos, pero no todos han tomado nota de que somos seres esencialmente visuales. La vista es nuestro sentido principal pues es a través de ese “canal” que percibimos mejor el mundo que nos rodea, la presencia de amigos o enemigos, la cercanía o la ausencia de alimento, los obstáculos que nos ponen en peligro; y es también a través de la vista que nos comunicamos, muchas veces con más eficacia que con las palabras. Eso lo saben bien los enamorados. A propósito, ¿por qué cierran los ojos los enamorados cuando se besan? Porque cerrando ese poderoso canal de la vista se potencian los otros, entre ellos el tacto, por ejemplo. Es también lo que ocurre con los ciegos, hipertrofian la sensibilidad olfativa, táctil, auditiva y gustativa, para suplir, solo en parte, ese esencial mecanismo de supervivencia que tenemos los humanos. A diferencia nuestra, es probable que para los perros y los tiburones por ejemplo, sea más importante el olfato que la vista.
La vista es en definitiva, en nuestro caso, un órgano altamente sensible que nos abre la puerta hacia el pensamiento, permitiendo que el encéfalo procese los datos que los ojos le proporcionan. A través de lo que vemos podemos experimentar el horror, el asombro, la tristeza, la alegría, el amor o el odio. Con la vista aprendemos a leer y a escribir, e incorporamos fecundos “conocimientos” a nuestro cerebro.
Por eso mismo es importante lo que los seres humanos, pero especialmente los niños ven en sus hogares, en la escuela, en la sociedad donde viven. Lo que ven del comportamiento ajeno, de sus padres, de sus compañeros, de sus amistades, de sus maestros, de los funcionarios de su país, de la comunidad en general. Esas adquisiciones “intelectuales” se encuentran hoy extraordinariamente potenciadas por los medios de comunicación masiva omnipresentes, en particular la televisión, las computadoras y los teléfonos “inteligentes”, que permiten una interacción visual como nunca antes se había dado en la historia humana, generando nuevas sensaciones y nuevos hábitos que no necesariamente son positivos. Cada vez, nosotros y nuestros niños pasamos más tiempo de nuestras vidas frente a una u otra pantalla y, como en tantas otras cosas, todo lo bueno o lo malo que ello nos aporte, dependerá del grado de inteligencia con que lo instrumentemos, lo recibamos, y lo pongamos en práctica.
Como en todas las realizaciones humanas, el progreso tecnológico siempre pudo ser utilizado para bien o para mal, para educar o esclavizar, para construir o para destruir, para la muerte o para la vida. Por eso ya se anticipaba Campoamor al poetizar que “en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”. Y hoy esto es más cierto que nunca pues todos, todo el tiempo, estamos viendo el acontecer del mundo a través de una pantalla de cristal, líquida o sólida. Y todo eso que vemos nos afecta consciente o inconscientemente, racional o subliminalmente, haciendo inducción de pensamiento, e influyendo sobre nuestra mente, nuestras costumbres, y determinando, en suma, nuestro accionar. Son las complejidades y sutilezas del pensamiento abstracto que nos caracteriza y su intrínseca sugestibilidad. Por eso es tan importante lo que vemos por televisión, y lo que ven nuestros niños. Lo que emiten los aparatos en imágenes y palabras nos moldea en mayor o menor grado, querámoslo o no.
¿Y qué es lo que vemos? Vemos lo que nos hacen ver quienes solo se desvelan por la competencia feroz en captar a las audiencias o televidencias y que, lamentablemente, apelan al “amarillismo” y a los bajos instintos, mostrando todo el tiempo catástrofes, conductas aberrantes, crímenes atroces, sangre, restos humanos, y variados puteríos de todos contra todos acompañados por una profusa exhibición de partes pudendas (que por algo se llaman así) sin pudor alguno.
En otros tiempos mentalmente más saludables la gente dedicaba su tiempo libre a la reflexión, a la lectura, o a la irremplazable y revitalizante introspección de quienes tienen “algo” en la cabeza y no necesitan llenar su tiempo vacío con ruidos estentóreos, ni con el escaso contenido intelectual de casi todas las pantallas de los canales nac. & pop, como hoy sucede.
Y están los programas que en un tiempo llamábamos “programas ómnibus”, hoy supuestamente “entretenidos”, que ocupan las largas horas de menor audiencia. Estos programas de chismes vulgares y escandalosos, o de entretenimientos para oligofrénicos, contribuyen con su aporte “basura” a la destrucción de la cultura y la educación en un país como el nuestro, que supo estar en el campo educativo entre los primeros del mundo. Lo mismo ocurre con los horarios centrales antes o después de los programas de noticias, copados por supuestos empresarios “vivísimos”, desprejuiciados, oportunistas, ávidos e inescrupulosos, que han descubierto que vender carroña y grosería es un buen negocio.
No los nombro, porque todo el mundo sabe quiénes son esos “famosos” auto producidos por ellos mismos, con el dinero que fácilmente ganan a puro grito y guarangada. Algunos de estos “exitosos” nos infligen, a toda la sociedad, novelones de cuarta en los que campea la ordinariez del lenguaje coloquial de hoy entre los porteños, o bien programoides donde fundamentalmente se exhiben pulposas señoritas moviendo el esqueleto y se somete a burlas y escarnio a todos los participantes. Éstos últimos, “atendidos por sus dueños”, gente sin habilidad artística alguna, que gritan como energúmenos a voz en cuello y haciendo muecas ridículas que ellos suponen graciosas, pues han encargado a los camarógrafos ponerlos siempre en primer plano. De este modo se “construyen” adquiriendo cierta fama entre la plebe; fama que no se compadece en absoluto con sus inexistentes atributos personales o actorales. Solo los justifica el dinero que la estolidez humana les ha permitido acumular para moverse en los medios audio-visuales.
Estoy hablando, naturalmente, de la televisión a la que tienen acceso la mayoría de las personas en la Argentina, que no es la de canales sofisticados con excelentes programas que también existen, los más originados en el extranjero, pero cuyo acceso está limitado tan solo a una parte de la población con elevado poder adquisitivo. El resto, las grandes mayorías nacionales, han sido colocados en ese decadente tobogán de la desculturización, funcional a las destructivas políticas públicas que hemos padecido desde la famosa “recuperación de la democracia”, pues esa “deseducación” –si se me permite el neologismo- ha sido promovida desde siempre por el partido político que cosecha sus votos entre la gente menos educada, carente por ello del espíritu crítico necesario a la hora de elegir a sus gobernantes, que no les deja ver de qué modo ni de que mil maneras son permanentemente estafados, robándoseles no solo la dignidad sino también la democracia prometida. Una porción enorme de los dineros públicos va a parar a manos de un imperio mediático de poca monta pero costosísimo, cuya única finalidad es hacer propaganda política al gobierno de turno, denostar a los opositores y exaltar a los autoritarios y sus mentiras demagógicas. Todo ello pagado, claro, como ya hemos dicho con el dinero del pueblo que debería ir a los hospitales y a las escuelas.
Como corolario, me viene a la memoria una frase que si mal no recuerdo es del ex presidente y constitucionalista norteamericano James Madison, considerado uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, quien dijo alguna vez refiriéndose al sistema democrático: “Cuando un presidente habla todos los días, algo anda muy mal en tu país”. El panorama que he descripto se completa con las insoportables, chabacanas, impropias, agresivas, insultantes, verborrágicas, delirantes y reiteradas “cadenas nacionales” de la primera mandataria.
Como suele suceder, hay honrosas excepciones, aun en la grilla popular, como - para mencionar solo dos ejemplos- los programas Juego Limpio, En el camino, y Le doy mi palabra, que por supuesto no son los únicos, aunque no pueda abundar en citas dada mi escasa adicción televisiva por las razones apuntadas. Como sabemos, las excepciones no hacen más que confirmar la generalidad de los sucesos que se le oponen.
Y de este triste modo se está desperdiciando en la Argentina uno de los medios de comunicación masiva más penetrantes y poderosos desde el punto de vista social; que de no haber caído en manos de gentes como las que he descripto más arriba, podría ser un extraordinario vehículo para cambiar radicalmente nuestra obvia y lamentable decadencia cultural y educativa. Pero no lo hace. Por el contrario, estupidiza o, lo que es lo mismo, es también un estupefaciente. Hecho que todos pagamos muy caro, puesto que los pueblos tienen gobiernos cuya mentalidad y moralidad se parece a la de sus grandes mayorías.


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