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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

viernes, 29 de agosto de 2014

Del Hombre-Mono al animal simbólico

Por Alberto E. Moro

“El simbolismo se constituye en un elemento esencial para la comunicación en todas sus formas, ya que a través de los valores culturales que mediatiza, guía a los actores en la orientación de la acción.”
Talcott Parson


Cuando vemos las películas de Tarzán “el hombre-mono” o las más actuales Planeta de los Simios y sus sucesivas remakes, estamos asistiendo a un relato novelado que contiene en sí mismo una aproximación antropológica a la posibilidad de que un niño pequeño pueda ser “criado” por los antropoides, dando por supuesto que son de la misma familia biológica y que el hombre no es más que una forma más evolucionada de aquellos. Esto no es exactamente así, pues aunque las semejanzas genéticas en su ADN son extraordinarias, la ciencia solo está en condiciones de admitir la posibilidad de que en tiempos muy remotos, los chimpancés, orangutanes, gorilas y hombres de hoy tuvieron un antepasado común denominado Rhamapitecus. Si bien la estructura corporal, algunos gestos, y hasta el libertinaje de los monos nos muestra el parentesco –más o menos lejano, pero parentesco al fin- hay algo esencial que coloca a los seres humanos en un plano diferente frente a la vida: la apropiación del entorno, y las posibilidades de supervivencia creando accesorios tecnológicos. Esas circunstancias propia del hombre se deben una evolución cerebral que permite el pensamiento abstracto, es decir, la capacidad de analizarse a sí mismo, proyectarse en sus realizaciones más allá de la naturaleza, prever y planificar el futuro, e imaginar hechos y situaciones inexistentes en la realidad pero que resumen nuestras creencias simplificándolas simbólicamente.
Desde muy antiguo –Aristóteles y aún antes- sabemos que el hombre es un ser “racional” y un animal “político”, pero frecuentemente se olvida, fuera del ámbito de las ciencias sociales, que es también y fundamentalmente un ser que ha sido capaz de crear un gran universo de símbolos con los que puede comunicarse de un modo totalmente original, sin antecedentes en la vida sobre el planeta. Desde las letras y las palabras con que esto se está escribiendo, pasando por todas las formas del arte, la técnica y la política, y culminando con el fenómeno antropológico de sus dioses y religiones, todo pasa por un florido e inacabado universo simbólico. Hasta al intangible sonido de la música universal, hemos logrado ponerlo en símbolos sobre un pentagrama.
Para el filósofo Ernst Cassirer (1874-1945) (1), quien sostenía que aún estamos muy lejos de tener una idea suficientemente clara acerca de la famosa pregunta ¿Qué es el Hombre?, la racionalidad le ha permitido “ser un animal capaz de representar, descifrar y comunicar el mundo a través de símbolos que no solo crea, sino que vive (inmerso, diría yo) en ellos”,
Precisamente porque somos “racionales” hemos podido escapar en cierto modo a la irracionalidad caótica y acumulativa de miles de millones de personas deambulando en un mundo donde las oportunidades de tener una vida “humanitaria” escasean cada vez más. Cuando todos los seres humanos que rondábamos por el mundo éramos unas relativamente pocas bandas de una docena de personas cada una cuando más, que deambulaban como cazadores recolectores, ya había claros indicios de simbolización que servían como reaseguro ante las incertidumbres de la vida. Se adoraban el sol, la luna, y muchos otros entes y seres imaginarios como protectores simbólicos a los que había que rendir pleitesía. Hemos podido “pensar” previamente los símbolos, y por ello los tenemos como invalorable ayuda para organizarnos como especie. Tantos más, cuanto más evolucionamos. ¿Qué es Internet sino un universo extraordinario, una impresionante “nube” simbólica, llena de símbolos valga la redundancia, que nos sobrevuela virtualmente?
Algunos de los lectores, no obstante lo dicho hasta aquí, posiblemente sigan preguntándose: Pero… ¿Qué son en definitiva y esencialmente los símbolos?, como nos hemos preguntado todos los que alguna vez tuvimos que rendir examen sobre estas inmateriales y abstrusas cuestiones. Por lo que aprovecharé algunas investigaciones bibliográficas realizadas para escribir uno de mis libros (2) que lo explicarán de la mejor manera que nos permite el lenguaje que compartimos.
Karl Jung (1875-1961), en palabras que rescato de uno de sus textos (3), nos dice que “los símbolos tienen más de un significado. Los símbolos señalan en direcciones diferentes de las que abrazamos con la mente consciente; y por lo tanto se refieren a algo que es inconsciente. […] No se pueden formular de manera que satisfaga al intelecto y a la lógica. […] La intuición es así indispensable en la interpretación de los símbolos. […] Son integrantes de importancia de nuestra constitución mental y fuerzas vitales en la formación de la sociedad humana, y no pueden desarraigarse sin grave pérdida”.
Aniela Jaffé (1903-1991) (4), por su parte, nos informa que el símbolo “es un objeto del mundo conocido sugiriendo algo que es desconocido; es lo conocido expresando la vida y el sentido de lo inexplicable.” A su vez, Marie-Louise Von Franz (1915-1998) (5) escribe que “las poderosas fuerzas del inconsciente aparecen en el material mitológico, religioso, artístico, y en todas las demás actividades culturales con que se expresa el hombre”.
Y ya finalizando con estos aportes, citamos al sociólogo norteamericano Talcott Parsons (1902-1979) (6), quien viene en nuestra ayuda con estas palabras: “En la interacción social, el simbolismo liga a los actores entre sí, y se constituye en un elemento esencial para la comunicación en todas sus formas, ya que a través de los valores culturales que mediatiza, guía a los actores en la orientación de la acción.”
Nadie ignora cuáles son los símbolos y emblemas de la República Argentina, establecidos por la Constitución, y aunque no todos puedan explicar en detalle la historia y el significado de esos símbolos, todos saben en su fuero íntimo, aunque sea vagamente, que es lo que representan. Y ése es precisamente el valor de los símbolos, quizás no sepamos con precisión lo que significan, pero entendemos qué representan.
Aprovechando la anestesia racional que genera un Mundial de Fútbol, sobre todo en los países sudamericanos en los cuales ese deporte es casi lo único que podemos exhibir en niveles de “primer mundo” como emergente de la sociedad, ha ocurrido un hecho notable y a la vez deleznable que ha sido escamoteado a la discusión pública con toda premeditación. La Cámara de Diputados, con su mayoría oficialista y la cooperación inexplicable de algún trasnochado opositor, aprobó el proyecto kirchnerista que declara al pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo como “Emblema Nacional Argentino”. Lo cual –dicho sea de paso- es nulo de toda nulidad porque lo que hicieron no se encuentra entre las Facultades del Congreso Nacional por más mayoría circunstancial que tenga. (Cito al constitucionalista Alejandro Fargosi, Consejero de la Magistratura del Poder Judicial de la Nación).
No es extraño que los dictadores y los aspirantes a serlo quieran siempre modificar los símbolos representativos de la unidad democrática, para suplantarlos por emblemas o símbolos partidarios más afines con su personalismo exacerbado. Entre nosotros, Rosas (7) y Perón (8) lo intentaron. Hoy, también vemos la bandera argentina tapada por el sello de La Cámpora.
Y ahora, el grupo de clepto-gobernantes que tenemos, abusando y agrediendo de nuevo a la nacionalidad argentina, han agregado uno nuevo, como hemos dicho en el párrafo anterior. Solo que ese pañuelo, que en un principio representó la lucha denodada y aún peligrosa de madres cuyos hijos habían “desaparecido”, ha dejado de tener la pureza original al ser mancillado por madres y abuelas que no solo justifican el injustificable terrorismo, sino que hacen negocios multimillonarios a la sombra de un poder corrupto como el que nos rige en estos momentos. Como la impresentable bruja Hebe de Bonafini y la oportunista Estela de Carlotto. Ante las últimas y felices noticias, ponemos entre paréntesis a esta última, para celebrar junto a ella el reencuentro con su nieto, que es un luminoso acto de plena justicia que renueva nuestra esperanza en un país mejor. Mejor gobernado, claro, ya que como país la Argentina es ciertamente inmejorable.
Por lo demás, si bien el código de los Derechos Humanos creados en 1948 después de la Segunda Guerra Mundial fueron y son un noble intento de tipificar cuales son los crímenes de lesa humanidad que no deben vulnerarse, sabemos que los gobiernos de la dupla Kirchner, que no registran antecedentes en su valoración sino todo lo contrario, tan solo los eligieron como bandera propagandística en la seguridad de que serían un símbolo al que muy pocos dejarían de adherir.
Por último, una recomendación a los lectores: no dejarse confundir. Hablamos de símbolos. No estamos evaluando ni juzgando a “las madres y abuelas” sino a los oportunistas y sinvergüenzas que usufructúan su dolor para beneficiarse política y económicamente.

1) Wikipedia. Antropología filosófica.
2) Conmociones en el Olimpo, La Falda 2008.
3) El Hombre y sus símbolos, Aguilar, Madrid, 1969.
4) El simbolismo en las artes visuales, ídem anterior, 1969.
5) La ciencia y el inconsciente, en ídem anterior, 1969.
6) Citado por Guy Rocher en Teoría General de la Acción, 2003.
7) Rosas dispuso que el color celeste pertenecía a los unitarios, y que la bandera sería “de azul oscuro con un sol rojo en el centro, y en los extremos el gorro punzó de la libertad”, ordenando en cierta oportunidad quemar todo lo que fuera celeste en el Ejército, siendo estos abusos corregidos luego por Urquiza, después de Caseros (Isidoro J. Ruiz Moreno).
8) Perón reemplazó al Escudo Nacional por el escudo peronista, y al Himno por la consabida “marchita” que tantos ingenuos, “vivos”, o aprovechados siguen cantando.

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