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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Nelson Mandela, Ubuntu, y el deporte

Por Alberto E. Moro

“El deporte puede crear esperanza donde alguna vez hubo solo desesperación. Es más poderoso que los gobiernos para echar abajo las barreras raciales. Se ríe en la cara de todo tipo de discriminación”
Nelson Mandela

Como una demostración más de lo imbricadas que están las distintas lenguas a través de las cuales se comunican los hombres, el actual Presidente sudafricano Jakob Zuma ha declarado en la despedida oficial a Nelson Mandela, que acaba de morir a los 95 años de edad: “Con su muerte, nuestra gente ha perdido un Tata”. Tata significa “padre” en el idioma Zulú, expresión tan difundida curiosamente entre nuestra gente de campo. O quizás no tan curiosamente, dada la hoy olvidada y enorme presencia de africanos forzados a la esclavitud en nuestro continente.
Su vida ejemplar, la coherencia entre su pensamiento y sus acciones, tan poco usual, y la reconciliación y la libertad que gracias a él logro la nación sudafricana, lo colocan entre esos escasos seres ejemplares como Jean Henri Dunant (1), Pierre de Coubertin, Luther King, la Madre Teresa o el Mahatma Gandhi, que habitan el Parnaso de los héroes que con sacrificio personal y sin violencia logran hacer más habitable el entorno social para sus propios semejantes. De allí la adhesión universal que su figura siempre ha suscitado.
En el fondo, se trata del UBUNTU, un sistema filosófico ancestral de la etnia de sus orígenes, los Xhosa, totalmente coincidente con el pensamiento antropológico actual, en el que reconocer al otro sin menoscabarlo por sus características es algo que hoy parece elemental, pero no sin antes haber pasado muchos siglos de vejaciones, discriminación, y crueldades infinitas en el mundo entero y, como caso paradigmático, en el Apartheid sudafricano al que Mandela supo poner fin. “Yo soy lo que soy en función de lo que todos somos”, sería una síntesis de lo esencial del Ubuntu. Ninguno de nosotros sería “alguien” sino en función de su persona reflejada en el mundo gregario que nos caracteriza. Un hombre totalmente aislado de sus semejantes, directamente “no sería”. Este es precisamente el fundamento de la comprensión mutua de todos los humanos como una única especie diversificada en sus costumbres que habita el planeta. Desideratum largamente pregonado y, al parecer, muy difícil de alcanzar.
No ha sido casual sino deliberado en la escueta enumeración de estos líderes, relacionar a Pierre de Coubertin con Nelson Mandela, porque la motivación psicológica profunda que llevó al primero a refundar y refuncionalizar los Juegos Olímpicos, fue la de gestar un símbolo de paz que permitiera a todos los hombres del mundo compartir la experiencia de estar frente al otro, los otros, en una convivencia pacífica no obstante la dura competencia entre ellos, por mediación del reglamento deportivo y la pedagogía del deporte. A diferencia de Mandela, la obra gigantesca de Coubertin, que hoy disfruta el mundo entero, llevó muchos años en alcanzar su desarrollo universal, y no fue valorado en su momento para el Premio Nobel recientemente creado, lo que sin dudas hubiera merecido.
Nelson Mandela, habiendo sido boxeador en su juventud (ver foto), no ignoraba el extraordinario atractivo del deporte como sucedáneo civilizado de la guerra, y hay demostraciones contundentes de que supo valerse de la adhesión masiva que provocan los enfrentamientos sublimados que pueden darse a través de la competencia deportiva, sin sangre, aunque con sudor y lágrimas.
Sabía sin embargo al llegar a la presidencia de su país después de 27 años de cárcel por razones políticas, que para los blancos que temían perder sus privilegios, y para los negros que esperaban la hora de la venganza, la realidad cotidiana era todavía la del enfrentamiento, la desunión y la mutua desconfianza, bases sobre las cuales muy poco podría construirse. En Soweto, el barrio pobre y negro de Johanesburgo, lugar donde nuestro pugilista Santos Laciar conquistó el título mundial de su categoría, los ánimos seguían caldeados por tantos años de humillación y maltrato. Hervían las pasiones. Una guerra civil era más que una probabilidad, casi una certeza.
Una semana después de ser ungido Presidente y considerado todavía un terrorista por los blancos, pero sabedor de que el rugby era el deporte más popular entre los partidarios de la segregación, no titubeó en contactarse con los Springboks, el equipo que los representaba para pedirles ayuda en la pacificación. Después visitó varias veces la concentración y los entrenamientos hasta que llegó el gran día en que debían enfrentar a los temidos All Blacks de Nueva Zelanda para determinar quién sería el Campeón Mundial. Sorpresivamente, sin anuncios previos y antes del partido, Mandela hizo su entrada al campo de juego enfundado en la hasta entonces odiada camiseta local, saludando a todos los jugadores, entre los cuales había un solo negro. En el público, mayoritariamente blanco, nadie sabía qué hacer, si aplaudir o abuchear a quien todavía veían como su enemigo, el creador de la amenazante ala paramilitar del Congreso Nacional Africano, su partido.
El agónico encuentro terminaba empatado cuando un tanto sudafricano lo resolvió en su favor, ante el delirio de los espectadores. Segunda entrada al campo de Mandela, esta vez para entregar la Copa del Mundo 1995 al capitán del equipo sudafricano. Ambos se felicitaron y agradecieron mutuamente por lo que cada uno de ellos había hecho por su país. La multitud, primero muy tímidamente pero un crescendo que se tornó infernal, clamaba Nel-son, Nels-son, Nel-son! Madiba, con una intervención genial en la dinámica deportiva, había sido aceptado por los blancos como presidente del país (2). Los cuarenta millones de sudafricanos negros, blancos indios, y mestizos, eran una sola nación gracias a un hecho deportivo. Una semana más tarde, citó en su despacho al Jefe del Equipo informándole su deseo de que de allí en adelante, los colores de la camiseta nacional fueran un símbolo de unión y no de discordia, de reconciliación y no de opresión como había sido hasta entonces.
Casi seguramente, el ex rugbier argentino Hugo Porta, ha sido entre nuestros compatriotas quien mejor conoció a Mandela, y es una demostración más de la simbiosis que pretendemos demostrar entre el líder sudafricano y el deporte. Como jugador de rugby, ese “deporte de rufianes practicado por caballeros”, e integrante de la selección argentina, Porta jugó varias veces en Sudáfrica en la década del 1970, siendo admirado y respetado por Mandela, razón por la que fue designado embajador en ese país posteriormente, entre 1991 y 1995, con lo cual sus encuentros con el ya Presidente se volvieron más frecuentes y amistosos. Preguntado sobre sus intercambios personales, dijo simplemente: “Era mi amigo, él sabía que el deporte iba más allá de las fronteras y podía usarse para mejorar la política”.
Otra frase que se le atribuye a Nelson Mandela confirma su afinada percepción acerca de los beneficios del deporte como actividad niveladora de las clases sociales, que expresa de este modo: “El deporte puede crear esperanza donde alguna vez hubo solo desesperación. Es más poderoso que los gobiernos para echar abajo las barreras raciales. Se ríe en la cara de todo tipo de discriminación”.
Quien esto escribe coincide y opina por experiencia que en el trámite deportivo el respeto se gana con la perfomance, y a nadie se le ocurriría descalificarla en base a la clase social, a la confesión religiosa, o al color de la piel del actor. En el deporte se viven los principios liminares de la revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad, y los logros y las derrotas se celebran o se sufren colectiva y democráticamente.
La última aparición pública de Madiba se dio también en el marco de un hecho deportivo cuya gestación temprana, casi un sueño personal, se le atribuye: El Campeonato Mundial de Fútbol de Sudáfrica 2010. Ya muy menoscabado en su salud con sus 92 años a cuestas, se hizo presente sin embargo en el estadio Soccer City para entregar su primera copa mundial a la selección española, ganadora del certamen. Su amor al deporte había logrado sacarlo de su lecho de enfermo, convirtiéndose así en un símbolo de lo que pudo lograrse deportivamente gracias a la unión de un país ferozmente dividido: el primer torneo Mundial del continente negro.
Hoy, su muerte conmueve al mundo que ha visto en él a uno de los grandes protagonista del Siglo XX, destacable por su honradez intelectual, su trabajo incansable como unificador de su país, y su visión comprensiva y pacifista de la política, lo que le valió la adjudicación del Premio Nobel de la Paz en 1993, compartido con el presidente sudafricano que lo precedió, Frederik de Klerk, copartícipe de la hazaña.
Cerramos este escrito con el comentario que aparece, en idioma italiano, en un poster que también acompañamos (ver foto) y que lo muestra en una doble imagen: abrazando la Copa del Mundo y con los guantes puestos, su primer deporte: “Un vencedor, es un soñador que nunca se rindió”.


(1) Jean Henri Dunant recibió el primer Premio Nobel de la Paz en 1901, por haber creado el Comité Internacional de la Cruz Roja, con el fin netamente humanitario de prestar ayuda en los conflictos armados y en las catástrofes.
(2) Este acontecimiento espectacular fue muy comentado en su momento, dando origen posteriormente a un libro y una película: El factor Humano del inglés John Carlin, y el film Invictus, de Clint Eastwood


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