El Tráfico de Mercancía Humana
Por Alberto E. Moro
El flagelo mundial del el tráfico mayorista y minorista de personas con diversos fines siempre ilegales es, paradójicamente, una deleznable actividad humana cargada de inhumanidad.
Los seres humanos somos los únicos animales que en el proceso evolutivo han tenido la oportunidad de desarrollar, más allá del conocimiento y los comportamientos instintivos, un pensamiento lógico y racional. Siendo esta última palabra por definición, la posibilidad de actuar en contra de los imperativos del instinto, surge naturalmente y aparece en el horizonte la palabra responsabilidad en todas las vertientes psicológicas, pero en primer lugar hacia sus propios congéneres. Como seres gregarios que solo pueden alcanzar su pleno desarrollo psicológico en función del otro, deberían idealmente –o mejor sería decir “deberíamos”- tener sentimientos altruistas con respecto a esa corporación biológica y cooperativa que es la humanidad.
Lamentablemente no ha sido así a lo largo de la historia, y estamos perdiendo la esperanza de que alguna vez los sueños utópicos de la convivencia armónica y ordenada de la sociedad planetaria puedan alcanzarse. Entre las dualidades cósmicas, la presencia del bien y del mal, al parecer ambos inexorables, quizás sea una constante de la condición humana.
Ya hemos escrito alegatos en contra de las esclavitudes monumentales, de la trata de mujeres, el crimen de la guerra, y la manipulación política de las masas, actividades todas que implican el uso indiscriminado de personas de carne y hueso como si fueran simples mercancías. Hoy lo estamos haciendo horrorizados por las tragedias que se originan en diversas partes del mundo a causa del traslado de grupos numerosos de personas en condiciones de desprotección y hacinamiento inhumanos que no pocas veces los llevan a la muerte.
La historia, desde sus más remotos orígenes, da cuenta de la propensión de los humanos más favorecidos por la fortuna y el desarrollo tecnológico (tecnología en sentido antropológico) a abusar de sus congéneres más débiles o menos desarrollados, en una suerte de “darwinismo social” en el que prevalece la supervivencia del más fuerte. Estamos hablando de Occidente, sin dejar de pensar que en regiones lejanas cuya historia no conocemos a fondo, es casi seguro que hubo y hay también despiadadas y cruentas acciones de lesa humanidad como las que estamos condenando.
Como antecedentes catastróficos relativamente recientes tenemos como desgraciado ejemplo la trata de esclavos desde África hacia las naciones supuestamente civilizadas que durante un par de centurias diezmó principalmente a los jóvenes de ambos sexos del continente negro. Miles de ellos eran capturados como animales en brutales redadas organizadas por otros africanos, que a su vez los vendían como mercancía de exportación a los ”negreros” que los trasladaban por mar en condiciones tan infrahumanas que muchos de ellos no llegaban a destino, siendo sus cadáveres arrojados al océano para pasto de los peces.
Toda América era uno de los grandes destinos para estos pobres infelices desarraigados violentamente. Los argentinos se las ingeniaron para “depurar la raza” a su manera –tema en el que no queremos entrar por ahora- y hoy ya casi no quedan afro-descendientes en nuestro país, pero no podemos ni debemos olvidar que en el año 1810 el 30% de la población de Buenos Aires eran esclavos de ese origen. Lo mismo, en porcentajes que desconozco, sucedía en las principales ciudades argentinas, Córdoba entre ellas. Y por supuesto, en toda Latinoamérica y el sud de Norteamérica.
Hoy, no obstante el fantástico desarrollo de los medios de comunicación masiva, las gentes no parecen ver que bajo diferentes ropajes, esto sigue sucediendo, con el agravante de que en el mundo hay incontables parias, personas desplazadas de su lugar de origen por la barbarie religiosa o política con el agravante de que la explosión demográfica impide que haya trabajo para todos, quedando recluidos en campamentos precarios, sin dignidad, salud, higiene, ni alimento adecuados, dependiendo de la caridad pública humanitaria, siempre insuficiente.
El crimen organizado, a favor de la lenidad de las leyes y la corrupción de los políticos, mientras tanto, hace su agosto con la venta de estupefacientes, la infamante trata de mujeres, y aún con el traslado de las multitudes que huyen del horror en sus propios países en busca de un mejor horizonte para ellos, sus familias y sus hijos. En estos días, y con una recurrencia que espanta, varios centenares de personas murieron ahogadas tratando de cruzar el Mediterráneo hacia Lampedusa, la isla italiana más cercana al continente negro, en frágiles chalupas despachadas por inescrupulosos traficantes que previamente los despojan de todos sus ahorros, trabajosamente conseguidos con esa finalidad.
Sucede que los africanos quieren cruzar a Italia, Francia y España, al otro lado del Mediterráneo, porque dominan el idioma debido a que fueron primero colonizados y después abandonados a su suerte. Y en algunos casos contratados por temporada como mano de obra barata sin protección social, y luego de su utilización, devueltos compulsivamente a sus lugares de origen después de haber probado las mieles de una convivencia más civilizada.
También sucede que del otro lado del “mare nostrum” está la prosperidad y la posibilidad de una vida digna, sin salvajismos ostensibles, sin hambre ni sed, sin revoluciones mesiánicas ni déspotas criminales. Esto ocurre en países que jugaron a un ingenuo multiculturalismo del cual están seguramente arrepentidos sin poder remediarlo y ahora están viendo como se degradan sus propias sociedades. Nadie parece encontrar solución “sustentable” en el tiempo a estos problemas.
Pero en el medio están los traficantes de mercancía humana, que insensible a todo lo que no sean sus propias ganancias, la envían a alta mar sin los más mínimos recaudos de comodidad y seguridad, hacinados en las bodegas de inmundos paquebotes, en los cuales ni siquiera pueden tener acceso a un inodoro, debiendo viajar entre sus propias heces. Y aún más, sin dejar que se muevan para no desequilibrar las sobrecargadas y precarias embarcaciones.
Las terribles y furiosas guerras de exterminio provocadas por grupos tan fanáticos como incultos en diferentes regiones de la geografía planetaria, han hecho que en el mundo haya cientos de millones de refugiados, es decir, gente que ha debido huir despavorida de los lugares en que vivían, perdiéndolo todo, incluida la dignidad. Principalmente en África y Asia Menor.
En América del Sur tenemos el caso paradigmático de México, país en el cual un infamante y riesgoso tráfico de personas en manos de ávidos e inescrupulosos traficantes de personas, intentan escapar del crimen y la pobreza pasando a la meca del primer mundo norteamericano, aún siendo indocumentados y, por lo tanto, perseguidos con no poco de racismo, como hemos visto en el estado de Arizona, donde hasta se formaron cuadrillas de voluntarios dispuestos a la caza armada de inmigrantes ilegales.
México, al igual que Colombia, se han visto desangrados durante largos años por las guerras del narcotráfico, actividad muy rentable del crimen organizado que implica y está asociada también a la trata de personas, en especial mujeres muy jóvenes, que son raptadas y trasladadas por la fuerza, borrando sus rastros y su identidad para obligarlas a ejercer bajo permanente coacción un comercio infamante.
Y entre nosotros, en Argentina, es una modalidad delictiva en franco incremento, ante la pasividad de las autoridades, para las cuales la inseguridad es solo una “sensación”. Todos los días desaparecen mujeres casi niñas, cada vez con más frecuencia. Y se repiten además los accidentes por el transporte de “ganado” humano en trenes sin seguridad, pertenecientes a empresas saqueadas por los amigos del poder.
Estos ejemplos, al parecer no han sido suficientes para los últimos gobiernos argentinos, que por omisión y probable complicidad de sus funcionarios, han creado el caldo de cultivo para el desarrollo de los grupos delictivos sin combatir la corrupción política, policial, judicial y empresarial, desmantelando además todo el sistema de custodia de las fronteras nacionales para que las avionetas de la droga circulen libremente por nuestro territorio. Esto no sucedería si no hubiese interesadas complicidades políticas del más alto nivel.
La eficacia para alcanzar el poder de cierto grupo políticamente canceroso, solo comparable en magnitud con su capacidad para apoderarse de los dineros públicos vaciando una y otra vez las arcas nacionales, sumado a la ostensible decadencia educativa y ética de los potenciales votantes, es la causa esencial que permite el florecimiento de la delincuencia en todos los ámbitos. Políticos corruptos y mendaces, carencia total de institucionalidad, jueces venales, fuerzas de seguridad asociadas y partícipes del crimen, tienen como consecuencia casi automática la proliferación del delito en el seno de la sociedad. Nadie parece tomar nota del grave peligro en que se ha colocado a la Nación Argentina, otrora el faro de América en educación, movilidad social y distribución de la riqueza. Es cruel ver como los demagogos inescrupulosos sin visión alguna de futuro, y sin la menor honestidad, consiguen ser votados por las masas plañideras a las que les arrojan las migajas del festín. Como dijo Einstein, dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo, aunque de éste último no estaba tan seguro. Junto a la estupidez, yo agregaría la maldad, que también puede ser infinita…
El flagelo mundial del el tráfico mayorista y minorista de personas con diversos fines siempre ilegales es, paradójicamente, una deleznable actividad humana cargada de inhumanidad.
Los seres humanos somos los únicos animales que en el proceso evolutivo han tenido la oportunidad de desarrollar, más allá del conocimiento y los comportamientos instintivos, un pensamiento lógico y racional. Siendo esta última palabra por definición, la posibilidad de actuar en contra de los imperativos del instinto, surge naturalmente y aparece en el horizonte la palabra responsabilidad en todas las vertientes psicológicas, pero en primer lugar hacia sus propios congéneres. Como seres gregarios que solo pueden alcanzar su pleno desarrollo psicológico en función del otro, deberían idealmente –o mejor sería decir “deberíamos”- tener sentimientos altruistas con respecto a esa corporación biológica y cooperativa que es la humanidad.
Lamentablemente no ha sido así a lo largo de la historia, y estamos perdiendo la esperanza de que alguna vez los sueños utópicos de la convivencia armónica y ordenada de la sociedad planetaria puedan alcanzarse. Entre las dualidades cósmicas, la presencia del bien y del mal, al parecer ambos inexorables, quizás sea una constante de la condición humana.
Ya hemos escrito alegatos en contra de las esclavitudes monumentales, de la trata de mujeres, el crimen de la guerra, y la manipulación política de las masas, actividades todas que implican el uso indiscriminado de personas de carne y hueso como si fueran simples mercancías. Hoy lo estamos haciendo horrorizados por las tragedias que se originan en diversas partes del mundo a causa del traslado de grupos numerosos de personas en condiciones de desprotección y hacinamiento inhumanos que no pocas veces los llevan a la muerte.
La historia, desde sus más remotos orígenes, da cuenta de la propensión de los humanos más favorecidos por la fortuna y el desarrollo tecnológico (tecnología en sentido antropológico) a abusar de sus congéneres más débiles o menos desarrollados, en una suerte de “darwinismo social” en el que prevalece la supervivencia del más fuerte. Estamos hablando de Occidente, sin dejar de pensar que en regiones lejanas cuya historia no conocemos a fondo, es casi seguro que hubo y hay también despiadadas y cruentas acciones de lesa humanidad como las que estamos condenando.
Como antecedentes catastróficos relativamente recientes tenemos como desgraciado ejemplo la trata de esclavos desde África hacia las naciones supuestamente civilizadas que durante un par de centurias diezmó principalmente a los jóvenes de ambos sexos del continente negro. Miles de ellos eran capturados como animales en brutales redadas organizadas por otros africanos, que a su vez los vendían como mercancía de exportación a los ”negreros” que los trasladaban por mar en condiciones tan infrahumanas que muchos de ellos no llegaban a destino, siendo sus cadáveres arrojados al océano para pasto de los peces.
Toda América era uno de los grandes destinos para estos pobres infelices desarraigados violentamente. Los argentinos se las ingeniaron para “depurar la raza” a su manera –tema en el que no queremos entrar por ahora- y hoy ya casi no quedan afro-descendientes en nuestro país, pero no podemos ni debemos olvidar que en el año 1810 el 30% de la población de Buenos Aires eran esclavos de ese origen. Lo mismo, en porcentajes que desconozco, sucedía en las principales ciudades argentinas, Córdoba entre ellas. Y por supuesto, en toda Latinoamérica y el sud de Norteamérica.
Hoy, no obstante el fantástico desarrollo de los medios de comunicación masiva, las gentes no parecen ver que bajo diferentes ropajes, esto sigue sucediendo, con el agravante de que en el mundo hay incontables parias, personas desplazadas de su lugar de origen por la barbarie religiosa o política con el agravante de que la explosión demográfica impide que haya trabajo para todos, quedando recluidos en campamentos precarios, sin dignidad, salud, higiene, ni alimento adecuados, dependiendo de la caridad pública humanitaria, siempre insuficiente.
El crimen organizado, a favor de la lenidad de las leyes y la corrupción de los políticos, mientras tanto, hace su agosto con la venta de estupefacientes, la infamante trata de mujeres, y aún con el traslado de las multitudes que huyen del horror en sus propios países en busca de un mejor horizonte para ellos, sus familias y sus hijos. En estos días, y con una recurrencia que espanta, varios centenares de personas murieron ahogadas tratando de cruzar el Mediterráneo hacia Lampedusa, la isla italiana más cercana al continente negro, en frágiles chalupas despachadas por inescrupulosos traficantes que previamente los despojan de todos sus ahorros, trabajosamente conseguidos con esa finalidad.
Sucede que los africanos quieren cruzar a Italia, Francia y España, al otro lado del Mediterráneo, porque dominan el idioma debido a que fueron primero colonizados y después abandonados a su suerte. Y en algunos casos contratados por temporada como mano de obra barata sin protección social, y luego de su utilización, devueltos compulsivamente a sus lugares de origen después de haber probado las mieles de una convivencia más civilizada.
También sucede que del otro lado del “mare nostrum” está la prosperidad y la posibilidad de una vida digna, sin salvajismos ostensibles, sin hambre ni sed, sin revoluciones mesiánicas ni déspotas criminales. Esto ocurre en países que jugaron a un ingenuo multiculturalismo del cual están seguramente arrepentidos sin poder remediarlo y ahora están viendo como se degradan sus propias sociedades. Nadie parece encontrar solución “sustentable” en el tiempo a estos problemas.
Pero en el medio están los traficantes de mercancía humana, que insensible a todo lo que no sean sus propias ganancias, la envían a alta mar sin los más mínimos recaudos de comodidad y seguridad, hacinados en las bodegas de inmundos paquebotes, en los cuales ni siquiera pueden tener acceso a un inodoro, debiendo viajar entre sus propias heces. Y aún más, sin dejar que se muevan para no desequilibrar las sobrecargadas y precarias embarcaciones.
Las terribles y furiosas guerras de exterminio provocadas por grupos tan fanáticos como incultos en diferentes regiones de la geografía planetaria, han hecho que en el mundo haya cientos de millones de refugiados, es decir, gente que ha debido huir despavorida de los lugares en que vivían, perdiéndolo todo, incluida la dignidad. Principalmente en África y Asia Menor.
En América del Sur tenemos el caso paradigmático de México, país en el cual un infamante y riesgoso tráfico de personas en manos de ávidos e inescrupulosos traficantes de personas, intentan escapar del crimen y la pobreza pasando a la meca del primer mundo norteamericano, aún siendo indocumentados y, por lo tanto, perseguidos con no poco de racismo, como hemos visto en el estado de Arizona, donde hasta se formaron cuadrillas de voluntarios dispuestos a la caza armada de inmigrantes ilegales.
México, al igual que Colombia, se han visto desangrados durante largos años por las guerras del narcotráfico, actividad muy rentable del crimen organizado que implica y está asociada también a la trata de personas, en especial mujeres muy jóvenes, que son raptadas y trasladadas por la fuerza, borrando sus rastros y su identidad para obligarlas a ejercer bajo permanente coacción un comercio infamante.
Y entre nosotros, en Argentina, es una modalidad delictiva en franco incremento, ante la pasividad de las autoridades, para las cuales la inseguridad es solo una “sensación”. Todos los días desaparecen mujeres casi niñas, cada vez con más frecuencia. Y se repiten además los accidentes por el transporte de “ganado” humano en trenes sin seguridad, pertenecientes a empresas saqueadas por los amigos del poder.
Estos ejemplos, al parecer no han sido suficientes para los últimos gobiernos argentinos, que por omisión y probable complicidad de sus funcionarios, han creado el caldo de cultivo para el desarrollo de los grupos delictivos sin combatir la corrupción política, policial, judicial y empresarial, desmantelando además todo el sistema de custodia de las fronteras nacionales para que las avionetas de la droga circulen libremente por nuestro territorio. Esto no sucedería si no hubiese interesadas complicidades políticas del más alto nivel.
La eficacia para alcanzar el poder de cierto grupo políticamente canceroso, solo comparable en magnitud con su capacidad para apoderarse de los dineros públicos vaciando una y otra vez las arcas nacionales, sumado a la ostensible decadencia educativa y ética de los potenciales votantes, es la causa esencial que permite el florecimiento de la delincuencia en todos los ámbitos. Políticos corruptos y mendaces, carencia total de institucionalidad, jueces venales, fuerzas de seguridad asociadas y partícipes del crimen, tienen como consecuencia casi automática la proliferación del delito en el seno de la sociedad. Nadie parece tomar nota del grave peligro en que se ha colocado a la Nación Argentina, otrora el faro de América en educación, movilidad social y distribución de la riqueza. Es cruel ver como los demagogos inescrupulosos sin visión alguna de futuro, y sin la menor honestidad, consiguen ser votados por las masas plañideras a las que les arrojan las migajas del festín. Como dijo Einstein, dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo, aunque de éste último no estaba tan seguro. Junto a la estupidez, yo agregaría la maldad, que también puede ser infinita…
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