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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

jueves, 18 de julio de 2013

Sebastián Piana se bastaba bien al piano

Por Alberto E. Moro

Un gran músico argentino que contribuyó con su arte a la difusión del tango, esa música autóctona enriquecida por el aporte generoso de los inmigrantes que vinieron a poblar nuestras tierras.

Cuando ya ha pasado tanto tiempo, uno puede hacer memoria con nombres y apellidos, dado que nada de lo que diga afectará el buen nombre y honor de los personajes mencionados. El tiempo todo lo diluye con el poderoso solvente del olvido. Hecha esta aclaración, vamos a los recuerdos.
En la adolescencia tardía de los 17 o 18 años, solía este escriba ir a un boliche situado en la ciudad de Buenos Aires que se llamaba “Salón Azul”, en el barrio de Flores cerca de la plaza, a media cuadra de Rivadavia, en una de las laterales, propiedad de un simpático y próspero italiano cuyo nombre era Serafino Cerbini y cuya casa particular estaba en la calle Pedro Goyena del barrio de Caballito, no lejos de allí.
Era un lugar de copas con pesadas cortinas azules, luz mortecina y cómplice, que funcionaba con números en vivo que comenzaban alrededor de las diez de la noche y eran casi siempre los mismos, contratados por el dueño. Un tal Nello Chiapetta cantaba canzonetas italianas, y un pianista calvo de anteojos desgranaba tangos y milongas al piano. Este último era –vean que lujo- nada menos que el maestro Sebastián Piana, que “se ganaba el mango con esas changuitas”, como diría un lunfa, y que hoy es reconocido como uno de las grandes de ese género. Silencioso, humilde y callado, nos regalaba su arte sin que nuestra insuficiencia de conocimientos musicales nos permitiera valorarlo debidamente. Tímido como era yo, solo una vez intercambié con él algunas palabras, compadeciéndolo por esa casi fatal servidumbre que tantos artistas deben ofrecer para subsistir cuando la sociedad aún no reconoce su jerarquía.
Recuerdo muy bien haber frecuentado ese lugar, que era lo que se llamaba una “Boite” entonces, porque sucesivamente estuve muy enamorado de las dos hijas de ese señor, la pelirroja Nora y la pelinegra Edda, sin que jamás se me diera la ocasión de verlas a solas a ninguna de las dos. ¡Se salvaron de un joven sátiro hambriento! Los padres de aquellos tiempos eran verdaderos guarda-bosques omnipresentes en cuanta reunión bailable se hiciera. Porque todo sucedía a horas razonables. Hoy en cambio, ningún padre puede “seguirles el tren” a los chicos que hacen vida nocturna entre la una y las seis o siete de la mañana, con el visto bueno de los dealers, los bolicheros, los vendedores de alcohol y los corruptores de menores, que ven así facilitado su deleznable modus operandi.
Pero la idea expuesta en el juego de palabras del título, es poner sobre el tapete el legado de aquel músico extraordinario que fue Sebastián Piana, nacido en 1903 y muerto en 1994, no sin antes hacer un aporte incuestionable a la historia musical del Tango. Su madre María de los Ángeles Álvarez, hija de andaluces lo tuvo a los 14 años, un año después de haberse casado con Sebastián Ángel Piana, hijo de piamonteses y músico aficionado que amenizaba reuniones familiares, llegando a presentarse en distintos cafés de barrios porteños como Palermo y Villa Crespo.
Como cuenta José Gobello en una de sus obras (1), cuando Piana se inició tempranamente, alrededor de los quince años, la mayoría de los músicos tangueros eran, como él los denomina, “orejeros”. Es decir, que tocaban de oído. No fue el caso de Piana, cuya máxima aspiración era ser concertista; razón por la cual se recibió de Profesor de Piano y Solfeo, perfeccionándose en diferentes conservatorios y con distintos y excelentes maestros en armonía, órgano, y aún más en el piano.
Pero la música popular de Buenos Aires ya lo había capturado y a la edad de apenas 25 años ganó un premio en un concurso de los cigarrillos Tango con “Sobre el pucho” (letra de González Castillo: […] pero tu inconstancia loca / me arrebató de tu boca, / como pucho que se tira / cuando ya ni sabor ni aroma da.). Y un año más tarde Azucena Maizani le estrenó, un tango que más adelante grabaría también Gardel: “Silbando” (letra de Cátulo Castillo: […] Y al son que el fuelle rezonga / y en el eco se prolonga, / el alma de la milonga / va cantando su emoción). Incluimos estos fragmentos de letras para refrescar la memoria de los lectores, ya que Piana fue músico pero no letrista.
Cuando él era joven, el género denominado “milonga”, aunque era una palabra de origen africano, representaba a la música campera y no se tocaba en las ciudades, lo que luego ocurriría paulatinamente al imponerlas sobre todo las cantantes Rosita Quiroga y más tarde Mercedes Simone, “la negra del Tango”, a la que vi muchas veces pues vivía a dos cuadras de mi casa, en la calle Emilio Mitre, frente a la bicicletería donde yo alquilaba una ”dos ruedas” ocasionalmente y donde se juntaban la calle Monte y Avenida del Trabajo, a las que hoy ya les cambiaron el nombre los políticastros en cuya mente solo caben este tipo de iniciativas.
Son innumerables los tangos y milongas que musicalizó Sebastián Piana, entre ellos: Viejo ciego, El pescante, Tinta roja, Milonga sentimental, Milonga triste, Milonga del 900, Milonga de los Fortines, Pena mulata, Milonga de Puente Alsina, Papá Baltasar, No aflojés, Arco iris, El parque de artillería, Cornetín, Juan Tango, y Carnaval de antaño, éste último compuesto para la película que llevó ese nombre. Entre los valses recordamos Esquinas porteñas, Serenata gaucha y Caserón de Tejas, que hoy se toca más que nunca.
Diferentes films argentinos fueron musicalizados por Sebastián Piana entre 1933 y 1975, cuya lista sería muy larga, por lo que solo mencionaremos algunos títulos a manera de ejemplo: Tango (1933), Sombras porteñas (1936), Nobleza gaucha (1937), Las de Barranco (1938), El hombre que nació dos veces (1938), Los muchachos se divierten (1940), El último payador (1950), Arrabalera (1950), Derecho viejo (1951), La parda Flora (1952), He nacido en Buenos Aires (1959), Mi Buenos Aires querido (1961), Los orilleros (1975), y muchísimas otras películas que a lo largo de tiempo incluyeron algunas de sus obras musicales en la trama (2).
Con la inevitable nostalgia del tiempo y las oportunidades perdidas a causa del desconocimiento juvenil, he enhebrado estos recuerdos asociándolos a los datos precisos de la trayectoria inimitable de este gran músico argentino que contribuyó con su arte a la difusión del tango, esa música autóctona enriquecida por el aporte generoso de los inmigrantes que vinieron a poblar nuestras tierras. Y que hoy vuelve a ser admirada por el mundo con renovados autores, intérpretes y bailarines para reforzar nuestra identidad rioplatense.



(1) José Gobello. Mujeres y hombres que hicieron el Tango. Centro Editor de Cultura
Argentina. Buenos Aires, 2002.
(2) Datos de Jorge Lomuto. Revista El Arca Nº 67-68. Buenos Aires, Noviembre 2012.

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