Siga, siga el corso
Por Alfredo Ferrarassi
En 1572 don Jerónimo Luis de Cabrera salió del Potosí, en el Alto Perú, hoy Bolivia, con la función de asumir como Gobernador del Tucumán y fundar allí entre Salta y Santiago del Estero, ciudades que sirvieran como un contrafuerte que garantizara el comercio y la defensa frente a la hostilidad indígena.
El conquistador andaluz que tenía una visión geopolítica diferente, estaba convencido que la ruta comercial que se usaba, por Panamá, era anticuada por el costo en tiempo y espacio que debía recorrer a lomo de mula entre ambos océanos y que de abrirse una ruta por el Plata los costo, al menos para el emporio minero de la Villa Imperial, serían notablemente menores, más rápidos, seguros y servirían para romper el monopolio sevillano instalado en Lima.
La estrategia de Cabrera se completaba con la fundación del Puerto de San Luis a orillas del Paraná, cercano a la antigua Santa Fe La Vieja, en la actual Cayastá, con lo cual Córdoba sería una combinación de mediterraneidad y fluvialidad, lamentablemente la desobediencia del fundador terminó con el brutal garrote, siendo su ciudad el “centro” de la futura Argentina, surcada por rutas, pero sin la posibilidad de aprovechar la navegabilidad soñada como salida y entrada de las riquezas que en ambos sentidos había advertido con antelación a todos.
La genialidad de Jerónimo Luis se podrá apreciar años después cuando la ecuación se complemente el 19 de Junio de 1613, al fundarse la Universidad (Nacional de Córdoba) y aquello que había sido solo un puñado de ranchos a orillas del Suquia en apenas 40 años tuvo su alta casa de estudios, la primera de nuestro país y la cuarta de América, en sus claustros se nutrieron los más importantes hombres de esta parte del continente y tuvo un papel preponderante en la vida política y libertaria argentina.
Si nos detenemos en esto veremos la dimensión del fenómeno que ha sido Córdoba en el contexto histórico nacional. De la nada absoluta, ya que lo único existente era la traza de la ciudad y sus tierras asignadas en un pergamino real, a marcarlas en el terreno, a erigir su plaza central, su cabildo, su iglesia con techo de barco invertido, el colegio frente a ella, con sus piezas para el internado, el que a su vez recibía de las estancias de la orden alimentos y ayuda para el funcionamiento, más las casas privadas en donde latía la vida, aquella que han relatado las magistrales plumas de Cristina Bajo o Reyna Carranza, Bernabé Serrano o Azor Grimaut, en menos de medio siglo las calles se poblaron de saber, de bullangueros jóvenes, de intrigas políticas y palaciegas, de amores clandestinos, en definitiva de vida con sus dimes y diretes, porque desde el 6 de julio de 1573 “Córdoba va y va….”.
Con el paso de los años, no solo atendió el nivel superior, sino que el Colegio de Monserrat fue “su escuela secundaria”, compartiendo este privilegio con otro instituto como el “Manuel Belgrano” que marcaron tendencias educativas en nuestra provincia.
Atrás quedaron las polémicas sobre si mujeres si, mujeres no, se dio la integración de géneros y continuaron la marcha educativa de manera normal, hasta que bajo esta conducción de signo K, que tiene el actual rectorado, este colegio ha decidido que el ingreso, que siempre había sido privilegiando la capacidad, pase a regirse por el azar, con lo cual se supone se igualan las posibilidades, aunque en realidad lo que aumentará será la baja del academicismo alcanzado y el aumento de los índices de deserción escolar. Medida esta que se enmarca dentro de la política demagógica que se lleva adelante desde el gobierno central y en la que la nivelación hacia abajo es la meta a alcanzar, como manera de perpetuación de un sistema que se basa en el verticalismo y la “obediencia debida” hacia la figura presidencial.
Las muestras de la decadencia cultural en la que estamos inmersos no son exclusividad nacional o provincial, sino también locales, ya que días pasados recobró más vigencia que nunca el robo al Museo Ambato y la recuperación de parte de sus piezas, con lo cual se desnudó el estado de abandono que sufrió la cultura en los ocho años marquistas en La Falda y sostenemos esto desde la autoridad que nos da haber sido los primeros y únicos que advertíamos lo que sucedería con el mismo antes que las piezas fueran al Edén Hotel, pero bastó que aquella fuera hecha desde una agrupación socialista para que se la subestimara y descalificara. Como consuelo queda que tiempo después los primeros defensores del Museo nos llamaran para pedirnos la documentación que habíamos juntado, siendo los únicos que reconocieron el esfuerzo de la investigación, luego el silencio, la discriminación, el mirar para otro lado y hacernos pagar las culpas, “por destapar la olla”, del affaire entre la Universidad de Morón y el gobierno de Simes, que fue el que produjo el primer golpe a este museo internacional.
El hallazgo de las piezas nos lleva de manera inexorable a un callejón sin salida, a un brete conceptual que reduce las cosas a un génesis sobre el cual deberán responder quienes eran los encargados de cuidar aquel patrimonio en guarda, y aunque lleve tiempo, ya es hora que quienes debieron velar por el paguen sus culpas con todo el rigor de la ley.
La sustracción de las piezas de la colección Rosso no se hizo de la noche a la mañana, pensar en el valor de ellas nos da la pauta que fue el primer robo intelectual de La Falda y también económico, que necesitó de una “inteligencia” previa, de una infraestructura importante para poder producir el movimiento de elementos como cajas, papeles para separar y proteger las reliquias, el conocer cuales carecían de valor comercial y cuáles no, en definitiva el volumen del desfalco debió significar un movimiento de logística importante que no pudo pasar desapercibido y que tampoco se hizo en un solo día o noche.
Pretender reducir este a una disputa política entre el gobierno nacional y el PRO es subestimar al ciudadano, a la opinión pública, ya que como expresara Américo Castillo, un ex director Nacional de Patrimonio y Museos, lo grave es “que aquí presenciamos la transformación criminal de un bien cultural en un bien de intercambio, con la particularidad de que estos bienes… contienen una información que solo se completa con el contexto físico, histórico y cultural en el que se produjo el hallazgo”.
Sin dudas lo de Matteo Goretti es bajo cualquier punto de vista censurable, ¿pero es él el responsable directo del vaciamiento del Museo Ambato? o ¿es simplemente un coleccionista que aprovecho la oportunidad de comprar piezas de altísimo valor artístico y cultural? Sin dudas estimamos que lo segundo, que ha sido un individuo que no pudo dominar el perverso deseo de contar con objetos únicos y no midió las consecuencias sabiendo que era un acto delictivo.
La clave es saber quien/quienes fueron los autores, quienes los cómplices, quienes tienen del © de esta acción, que tiene un sello personalísimo que cuando salga a la luz hará caer el velo a más de uno.
Tampoco debemos olvidar que esto se enmarca en lo que fue la falta de leyes que protegieran el patrimonio cultural y así ante aquella carencia se formaron colecciones privadas de toda naturaleza y las cuales se pretenden seguir formando a la luz del oropel que es internet.
Días pasados un periodista “multimediatico”, nos quiso convencer de la panacea que es la digitalización de todos los documentos, cosa que es cierta, lo que es grave es que esa tarea quede en manos privadas, que no se tenga respuesta sobre qué hacer con los originales, que destino y cuidado darles, ya que el hecho de que algún día puedan ser subidos no garantiza en nada que sean correctamente catalogados y que tengan así la debida utilidad teórica que se les pretende dar.
Lo grave de la coincidencia entre la tarea de Rosso y de este comunicador, es que a la larga terminan siendo colecciones privadas y que por la no aplicación de la metodología adecuada se puede llegar a perder el sentido y valor que de ser abordadas por especialistas tendría.
El historiador Robert Darnton nos demuestra que las transformaciones en la tecnología, en cualquier época, no generan de manera inmediata los cambios que suelen imaginar quienes creen, como es en este caso, que las universidades están casi demás, ya que cualquiera por el solo acceso a internet puede suplir los conocimientos surgidos de largos procesos de estudios, experimentación y por sobre todo manejo de la metodología científica específica.
Sostiene desde Harvard el autor de “El beso de Lamourett” que “es incorrecto imaginar la invención de Gutenberg como algo que eliminó las formas tradicionales de publicación. No sabíamos esto, pero resultó que la publicación de manuscritos continuó por tres siglos después que se invento la publicación de libros impresos. Creo que esto nos enseña una lección: no debemos imaginar que la revolución digital simplemente va a destruir a los viejos medios de comunicación que utiliza la impresión”. Quedando en claro que “toda era fue una era de la información, cada una a su manera y según los medios disponibles en ese momento”, para concluir que la coexistencia de ellos siempre ha existido y que pretender ser un fundamentalista del digitalismo es tan nefasto como es cualquier extremismo del signo que fuere.
Si no se aceptan las limitaciones, si pretendemos que sea el pequeño universo que nos rodea el ombligo del mundo, estamos equivocando el camino, si estimamos que es en vano el estudio, las especializaciones entonces nos estamos moviendo en un orbe disociado de la realidad. Para concluir advierte este especialista “La gente no es racional. Hace conclusiones rápidas. Tiende a simplificar demasiado. Estamos viviendo en un mundo en el que se simplifica demasiado con relación a estos grandes cambios. A la gente le gusta dramatizar, por eso produce nociones como la de la muerte del libro”.
El peligro es la nivelación hacia abajo, aquella del azar para poder entrar a estudiar en un colegio universitario, o la ausencia en un momento de las leyes que preservaran el patrimonio cultural de un país, entonces aparecen las colecciones privadas ante la ausencia de un estado que no atiende sus obligaciones las cuales son irrenunciables.
En el caso de La Falda deberá ser el Archivo Histórico el que administre esa documentación, el que la tenga, como es en todas partes del mundo, a disposición de quien la requiera, claro que antes deberá esta gestión crearlo y en base a lo existente, que no es poco, comenzar la tarea, pero no creemos que más allá de algunos documentos puntuales, sea necesario la tarea de subir todo a la red.
Estamos seguros que esta opinión será criticada porque es contraria al privatismo cultural y que lloverán las reprobaciones de café, por ello citar al escritor ecuatoriano Alfredo Pareja Diezcanseco, en pocas palabras nos permite trasmitir la razón por la que jamás hemos bajado los brazos en la lucha contra la indiferencia, el abandono cultural y la discriminación hacia el compromiso con las ideas, “escribo para impedir que las cosas exteriores me dominen; no para convencerme de que la existencia humana es una tarea para los otros, y que es menester trascenderla, no obstante la pavorosa limitación del lenguaje escrito”.
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