A Ricardo Camogli
Cuando muere un maestro del periodismo independiente
Por David Buccini
Una rara avis en un mundo donde hay muchos letrados sin principios, y muchos principistas sin periodismo.
Estoy, como tantas veces, como siempre, sentado frente a la Pc, dejando caer los dedos sobre el teclado que ignora, creo, lo que voy a escribir, lo que quiero decir.
Y quiero escribir hoy sobre un hombre, un periodista que acaba de morir en paz, haciendo la crònica de su propia muerte. Quiero escribir unas lineas en homenaje a Ricardo Camogli.
Recuerdo cuando llegaron a Punilla con su mujer y compañera, Ana Esteras. Ricardo venia ya de experiencias increibles en lo periodistico. Fue cordinador de la mitica Revista Humor, de Andrés Cascioli, que enfrentaba con ingenio la censura militar y decía desde aquellas pàginas lo que en la época ningún medio se atrevía a decir. Fue corrector de diarios como La Razón y Ambito Financiero, cuando los correctores eran los más sabios de las Redacciones y no existían ni las Pc ni el corrector de Word. Recuerdo como si fuera ayer el enorme diccionario de lengua española que, abierto, ocupaba toda una mesa en la Redacciòn del heddomadario (como gustaba decir) Punilla Norte, en el segundo piso del edificio “de Bonomi”, frente a las oficinas de la Epec.
Para la época gobernaba Córdoba Eduardo Angeloz; Enri “el Loco” Perez La Falda; el ahora Defensor del Pueblo Mario Decara era un intendente joven y prometedor de Huerta Grande; Eduardo Capdevilla fue primero ministro de Gobierno de Angeloz y luego primer Secretario de Seguridad de la Provincia, cargo creado luego que repercutiera con fuerza en el poder politico el asesinato del senador Regino Maders; y Carlos Caserio, cuya controlada Policia ahora se dedica a reprimir estudiantes y a robarle cámaras de fotos a los periodistas, en ese entonces un aspirante a su primer cargo electivo como legislador por el departamento.
De todos ellos, debo decirlo, el único que en mi opinión demostró tener una dimensión humana más allá de las banalidades irritantes de la politica, es el Loco Perez.
En aquel contexto, con Ricardo reconoci en el periodismo las cosas esenciales que siempre me habían acompañado. Tenia la chispa que enciende del oficio, pero Ricardo logró que se transformara en ideas más profundas, en razones inquebrantables. Senti el compromiso social con la verdad desde mi adolescente inicio. Ricardo me ensenó a buscarla con mayor responsabilidad, y con más humildad, entendiendo que en definitiva nadie la tiene de modo total, aceptando que el equivocado, finalmente, puede ser uno. Como consecuencia de esta logica aprendi a repensar siempre otra vez cada caso antes de escribirlo para su impresión, a chequear una vez más la información comprometedora, a contrastar la propia convicción con la de los otros.
Tenía la sonrisa desdibujada por la triste tragedia humana que descubria a cada paso, en cada crónica. Ricardo me ensenó que el humor y la ironia te salvan del seño fruncido y del pronto infarto, especialmente cuando uno aprende a reirse de si mismo.
Ricardo me hizo sin pretenderlo quizas un discipulo de sus principios y su coherencia acerada. Me enseñó a no desmayar jamás en el camino duro del periodismo independiente, ni ante las cabales derrotas.
Si con alguien aprendi a escribir lo que escribo con mayor o menor suerte ha sido trabajando cierre a cierre con Ricardo. Asi que no es para mí una muerte cualquiera.
En treinta años de sentarme a escribir (los primeros a una Olivetti mecánica) una sola vez pude ver a otro perder su dinero por sostener un periódico que decidía cada semana no resignarse a cambiar pauta publicitaria por notas complacientes o silencios dolientes.
Cuando los que haciamos la Revista El Quid y todas sus experiencias sucesoras conocimos a Camogli, de algun modo nos tranquilizamos. No éramos los únicos idiotas en perder dinero y posiciones económicas por seguir haciendo periodismo independiente. Por un momento me senti menos solo en la solitaria tarea del periodista.
No se trataba sólo de quien escribía las oraciones perfectas, de quien manejaba los intersticios del idioma como un maestro de la lengua. Se trataba, además, de un periodista con principios de independencia inclaudicables. Y esta especie resumida en sapiensa de las letras y etica profunda y sostenida aunque vengan degollando, esta ya casi extinta.
Sucede que hay muchos letrados sin principios, y muchos principistas sin periodismo. En este sentido profundo Ricardo fue una Rara Avis, un caso curioso y emocionante para quienes pudimos conocerlo y estrechar con él sutiles lazos de amistad.
En una carta que Ana envió a todos sus amigos, escribiò este parrafo:”Ricardo partió el pasado 27 de noviembre. Se fue entre risas y haciendo la crónica de su propia muerte, se fue a una fiesta donde lo esperaban su madre y su padre, nos iba contando cómo era todo... Humorista y periodista hasta el final. Se murió como vivió, de una manera muy especial. Como no podía dejarnos llorando, nos hacía reír.
Fue muy triste, pero muy mágico”.
Esta noche, a trece mil kilometros de su morada, me he tomado un vino a su nombre ìTu vida no ha sido en vano hermano!
El ahora, ha quedado con un vacio que el recuerdo no alcanza a compensar.
Por David Buccini
Una rara avis en un mundo donde hay muchos letrados sin principios, y muchos principistas sin periodismo.
Estoy, como tantas veces, como siempre, sentado frente a la Pc, dejando caer los dedos sobre el teclado que ignora, creo, lo que voy a escribir, lo que quiero decir.
Y quiero escribir hoy sobre un hombre, un periodista que acaba de morir en paz, haciendo la crònica de su propia muerte. Quiero escribir unas lineas en homenaje a Ricardo Camogli.
Recuerdo cuando llegaron a Punilla con su mujer y compañera, Ana Esteras. Ricardo venia ya de experiencias increibles en lo periodistico. Fue cordinador de la mitica Revista Humor, de Andrés Cascioli, que enfrentaba con ingenio la censura militar y decía desde aquellas pàginas lo que en la época ningún medio se atrevía a decir. Fue corrector de diarios como La Razón y Ambito Financiero, cuando los correctores eran los más sabios de las Redacciones y no existían ni las Pc ni el corrector de Word. Recuerdo como si fuera ayer el enorme diccionario de lengua española que, abierto, ocupaba toda una mesa en la Redacciòn del heddomadario (como gustaba decir) Punilla Norte, en el segundo piso del edificio “de Bonomi”, frente a las oficinas de la Epec.
Para la época gobernaba Córdoba Eduardo Angeloz; Enri “el Loco” Perez La Falda; el ahora Defensor del Pueblo Mario Decara era un intendente joven y prometedor de Huerta Grande; Eduardo Capdevilla fue primero ministro de Gobierno de Angeloz y luego primer Secretario de Seguridad de la Provincia, cargo creado luego que repercutiera con fuerza en el poder politico el asesinato del senador Regino Maders; y Carlos Caserio, cuya controlada Policia ahora se dedica a reprimir estudiantes y a robarle cámaras de fotos a los periodistas, en ese entonces un aspirante a su primer cargo electivo como legislador por el departamento.
De todos ellos, debo decirlo, el único que en mi opinión demostró tener una dimensión humana más allá de las banalidades irritantes de la politica, es el Loco Perez.
En aquel contexto, con Ricardo reconoci en el periodismo las cosas esenciales que siempre me habían acompañado. Tenia la chispa que enciende del oficio, pero Ricardo logró que se transformara en ideas más profundas, en razones inquebrantables. Senti el compromiso social con la verdad desde mi adolescente inicio. Ricardo me ensenó a buscarla con mayor responsabilidad, y con más humildad, entendiendo que en definitiva nadie la tiene de modo total, aceptando que el equivocado, finalmente, puede ser uno. Como consecuencia de esta logica aprendi a repensar siempre otra vez cada caso antes de escribirlo para su impresión, a chequear una vez más la información comprometedora, a contrastar la propia convicción con la de los otros.
Tenía la sonrisa desdibujada por la triste tragedia humana que descubria a cada paso, en cada crónica. Ricardo me ensenó que el humor y la ironia te salvan del seño fruncido y del pronto infarto, especialmente cuando uno aprende a reirse de si mismo.
Ricardo me hizo sin pretenderlo quizas un discipulo de sus principios y su coherencia acerada. Me enseñó a no desmayar jamás en el camino duro del periodismo independiente, ni ante las cabales derrotas.
Si con alguien aprendi a escribir lo que escribo con mayor o menor suerte ha sido trabajando cierre a cierre con Ricardo. Asi que no es para mí una muerte cualquiera.
En treinta años de sentarme a escribir (los primeros a una Olivetti mecánica) una sola vez pude ver a otro perder su dinero por sostener un periódico que decidía cada semana no resignarse a cambiar pauta publicitaria por notas complacientes o silencios dolientes.
Cuando los que haciamos la Revista El Quid y todas sus experiencias sucesoras conocimos a Camogli, de algun modo nos tranquilizamos. No éramos los únicos idiotas en perder dinero y posiciones económicas por seguir haciendo periodismo independiente. Por un momento me senti menos solo en la solitaria tarea del periodista.
No se trataba sólo de quien escribía las oraciones perfectas, de quien manejaba los intersticios del idioma como un maestro de la lengua. Se trataba, además, de un periodista con principios de independencia inclaudicables. Y esta especie resumida en sapiensa de las letras y etica profunda y sostenida aunque vengan degollando, esta ya casi extinta.
Sucede que hay muchos letrados sin principios, y muchos principistas sin periodismo. En este sentido profundo Ricardo fue una Rara Avis, un caso curioso y emocionante para quienes pudimos conocerlo y estrechar con él sutiles lazos de amistad.
En una carta que Ana envió a todos sus amigos, escribiò este parrafo:”Ricardo partió el pasado 27 de noviembre. Se fue entre risas y haciendo la crónica de su propia muerte, se fue a una fiesta donde lo esperaban su madre y su padre, nos iba contando cómo era todo... Humorista y periodista hasta el final. Se murió como vivió, de una manera muy especial. Como no podía dejarnos llorando, nos hacía reír.
Fue muy triste, pero muy mágico”.
Esta noche, a trece mil kilometros de su morada, me he tomado un vino a su nombre ìTu vida no ha sido en vano hermano!
El ahora, ha quedado con un vacio que el recuerdo no alcanza a compensar.
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