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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

jueves, 12 de marzo de 2009

Investidura y autoridad

Hace unos días atrás, casi de manera fortuita, pude observar el programa televisivo de un canal cordobés, en el que aparecen cuatro jóvenes haciendo algo semejante a una canasta de noticias de actualidad, una especie de “fast food” de opinión y comentarios.
Nada hay que criticar al respecto.
Por otra parte fast-food de noticias comentadas podemos sintonizar fácilmente en la mayoría de los canales del país. Así que, de ninguna manera es mi intención cuestionarle alguna cosa a los chicos, que seguramente informan y opinan con honestidad –dentro de los tiempos y códigos de la TV- y se expresan con su juvenil frescura y desparpajo y, por lo poco que pude observar, lo hacen respetuosamente, tratando seguramente de entender algo de este complicado mundo que han de heredar de sus mayores.
Sin embargo, en el desarrollo del programa aludido se tocó un tema de vital importancia para todos, alrededor del cual se generan opiniones un tanto enfrentadas que trataré de reproducir en forma sintética a continuación.
No es que se trate de un tema nuevo. Es todo lo contrario. Se trata de cosas analizadas en muchas oportunidades, ya sea con mesura o con apasionamiento y con distintos enfoques. Pero como el asunto está nuevamente “en el tapete” cobrando actualidad, vamos a tratarlo aquí para aclarar algunas aristas y hasta pretendemos hacerlo desde una perspectiva distinta y novedosa.
En el programa televisivo de marras, uno de los jóvenes intentaba convencer a sus colegas de panel que se debía analizar a nuestros gobernantes y/o representantes, haciendo una separación total entre dos aspectos, a saber, por un lado el desempeño en sus vidas privadas y por otro sus actos y decisiones de gobierno (sean yerros o aciertos).
En términos más simples: “¡Qué me importa que el individuo sea un ciudadano desprolijo y corrupto, con una conducta y testimonio deplorable en su familia y su barrio, que presente un accionar moralmente disipado, o que goce de una fortuna de procedencia poco transparente! ¡Lo que importa es que tome decisiones correctas para mí y el país!”.
La opinión es de una lógica simplista llamativa, pero aceptada con superficial frecuencia.
¿Por qué esto es así? Pues por la vigencia de filosóficas relativitas y pragmáticas tan en boga que no se preocupan demasiado por las convicciones y la verdad, sino que relativizan aquellas y trocan éste por conveniencia y utilidad.
Probablemente, para un sano esclarecimiento de este importante tema, fuese conveniente recordar aquí que nuestros gobernantes y/o representantes “proyectan” sobre nosotros una autoridad que podemos analizar desde dos puntos de vista bien definidos.
El primer tipo de autoridad es el que confiere la “investidura”. Por eso en el sistema democrático el pueblo le entrega el bastón de mando a los gobernantes elegidos. Esto, por supuesto, no significa reconocerles cualquier decisión arbitraria futura, pero si se entiende que “por su investidura” se los debe honrar y respetar, dando por sentado su celo por la Constitución y en general por las leyes del país. La idea es que deben ser respetados incluso en aquellas cuestiones en que tomen decisiones que no sean de nuestro particular agrado.
Pero, hay otro tipo o concepto de autoridad que –independientemente de su investidura- emana de la persona misma. En otras palabras: hay individuos que constituyen una autoridad para mí (y la acepto de buen grado) pues han demostrado, y puesto en evidencia testimonial, una “naturaleza” tal que me hace confiar en su decisiones inteligentes, o mejor aún, en sus determinaciones sabias. Como para darle un nombre a éste tipo de de autoridad la llamaremos “autoridad de naturaleza” para diferenciarla de la “autoridad de investidura”.
Habiendo hecho esta aclaración, lanzo aquí mi tesis –pidiendo desde ya perdón por mi ingenuidad- en el sentido de que debemos anhelar gobernantes y/o representantes que amalgamen los dos “tipos de autoridad”, la de su investidura y también la autoridad de naturaleza.
Es por eso que quise intervenir en esa controversia suscitada durante el programa televisivo, al escuchar al joven que trataba de convencer a todos que “lo único que interesaba era alguna que otra decisión en la gestión y que poco importaba el comportamiento personal”.
También quería recordarle a ese chico (y a todos los ingenuos como yo) que, si bien las filosofías relativistas y pragmáticas de moda existen, al mismo tiempo también existen (aunque posiblemente en vías de extinción) hombres y mujeres con convicciones, por más que las nombradas escuelas filosóficas los ignoren.
La firmeza de las convicciones tiene mucho que ver con la “integridad” de las personas. Lo integro nos da la sensación de entero, completo, de algo que no está desgajado, que es de una sola pieza.
Quiero remarcar esto y asegurarle a ese joven de la TV (sin pretender darle los consabidos y odiosos concejos) y solamente en calidad de atento observador de la vida, que sólo y únicamente será una verdadera autoridad, en toda la amplia y rica acepción del vocablo, aquel que reúna los dos conceptos, a saber, quien sea legítimamente instalado habiendo recibido la investidura correspondiente a su cargo, y simultáneamente demuestre probidad y una naturaleza integra.
Por el contrario, es seguro, de seguridad total, que quien sea por naturaleza mentiroso, injusto, corrupto o infiel en su vida privada y de relación, tarde o temprano (generalmente muy temprano) terminará mintiéndole a sus representados, impondrá cargas discriminatorias e injustas en su propio beneficio, e indefectiblemente –de una manera u otra- será desleal en sus procederes.
En realidad todo este concepto acerca de la autoridad y la integridad debiera tratarse a nivel espiritual, que aquí no intentaremos ya que sólo estamos haciendo una simple reflexión. Por otra parte, de ningún modo queremos incursionar en consideraciones religiosas y/o ideológicas. Pero nada nos impide recordar la sabia sentencia escritural: “El buen árbol da buenos frutos”.
No es cuestión de pretender autoridades que jamás se equivoquen, pero queremos gobernantes y representantes que nos den las garantías como autoridades de investidura, lo mismo que de naturaleza (sea que pertenezcan al oficialismo o a la oposición, porque aquí no estamos para hacer valoraciones políticas sino sólo nos interesa aclarar un concepto que consideramos de suma importancia). Que se equivoquen, pero nos digan la verdad, que nos den números sin engañarnos, que cuando lloren, lloren de verdad al contemplar la enfermedad, el dolor y la tragedia; que no se preocupen tanto en captar mayores espacios sino en leer atentamente en los rostros y escuchar las voces de clamor de sus conciudadanos, o como leí en algún lado: “el grito de las profundidades”. Eso solamente será audible para quien sea “integro” que, por serlo, será también autoridad “para mí”. Y por haber sido distinguido con la confianza del electorado tiene –simultáneamente- la “investidura” y las posibilidades de dar las respuestas del caso (ya que para eso fue elegido). Quienes no posean esa autoridad total, no serán “autoridades totales”, valga la perogrullada. Es posible, incluso, que los tales tengan algunos aciertos aislados de gestión, pero eso no altera nada de lo dicho. En los momentos difíciles, en los instantes “singulares”, cuando el escenario se complica o como se dice habitualmente, en forma poco académica: “cuando las papas quemen”, quien carezca de convicciones “por naturaleza” no tendrá la sabiduría de afrontar las mencionadas instancias, y de poco valdrán las estadísticas, ni la enumeración reiterada de algunos aciertos, ni la declaración de algunos lemas o consignas. La investidura puede ser que persista algún tiempo más, “pero ya no habrá “autoridad en el sentido integral” que hemos analizado, por haber sido eclipsada por cualidades que casualmente pertenecen a la esfera de lo personal del individuo, como la arrogancia, la soberbia y otras semejantes. Los griegos, filólogos por excelencia, llamaban “perfecto” a lo “integro”, lo “completo”, lo “total”. Para ellos el vocablo “perfecto” no se refería a la ausencia de yerros o equivocaciones, sino se acercaba más al concepto de la “totalidad”, de lo “no-parcializado”, de lo que “no está sectorizado” en si mismo. Es lo que hoy entendemos por “integridad”.
Si, joven amigo de la TV.
Lo personal y lo público se relaciona ¡y mucho!
Los relaciona la sabiduría o su ausencia.
Hay quienes viven demasiado preocupados exigiendo su cuota de respeto debido a su “investidura”, pero no advierten que dicho respeto depende, fundamentalmente, de su propia integridad, que –indefectiblemente- en algún momento saldrá a relucir.

Debo terminar, pues me doy cuenta que mi ingenuidad y extemporaneidad no tiene límites.
Demetrio Miciu
demetriomiciu@arnet.com.ar

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