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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

domingo, 16 de agosto de 2015

La mortificación del cuerpo en las sociedades humanas

Por Alberto E. Moro

No se agota seguramente aquí, la enumeración de las mortificaciones a que ha sido sometido el cuerpo humano, en desmedro de una supuesta “racionalidad” que debería caracterizar al Homo Sapiens, en defensa de ese frágil instrumento que le ha sido transitoriamente asignado.

Decía el poeta alemán Holderlin (1770-1843) que el hombre es un pigmeo cuando piensa, y un dios cuando sueña. Así es como muchas veces, impulsado por sus diurnos sueños delirantes juega a ser dios modificando el cuerpo que la naturaleza le otorgó, con diferentes motivaciones descargadas por su subconsciente que se transforman en realidades de auto-agresión, a veces temporarias, y otras definitivas, con resultados no pocas veces peligrosos. E incomprensiblemente mutilantes en muchos casos.
La “Cultura”, una de las cosas más difíciles de definir, pero que simplificando mucho podríamos identificar por oposición con todo lo que no es naturaleza, es la culpable. La cultura en sentido antropológico, no es ni buena ni mala, ni responde cánones estéticos universales, y es lo que nos permite identificar las complejas diferencias entre las comunidades que habitan el planeta. Los humanos no se conforman con modificar su entorno como ningún otro animal puede hacerlo, sino que también lo intentan con su propio cuerpo motivados por distintos impulsos relacionados con la moda, la religión, el lucro y las costumbres, ya sean éstas tribales o civilizadas.
El maquillaje y el llamado “Body Art”, aunque ha habido casos de muerte por ello, son algunas de sus expresiones más inofensivas, ya que no son invasivas ni definitivas; son tan solo una ornamentación superficial, casi de las mismas características que las modas de la indumentaria. No sucede lo mismo con los tatuajes, que al parecer se han convertido en una pandemia, especialmente entre los que han descubierto el modo de alcanzar una cierta fama vociferando detrás de un micrófono o pateando una pelota, y ganar mucho dinero a través de ello, con lo que aumentan las horas de ocio opulento, el cual a falta de mejores ideas puede ser invertido en fastuosas decoraciones sobre la propia piel. Hasta hay quienes no titubean dejarse tatuar su propia lengua… ¿supondrán ser así más interesantes? (foto).
En otros tiempos menos modernosos, el tatuaje era algo exótico que se practicaba en algunos lugares del lejano Oriente, especialmente en Japón, lugar donde eran conocidos los tatuajes artísticos de todo el cuerpo. También se los veía en los marineros de ultramar, que se hacían tatuar en países lejanos anclas, corazones y los nombres de las novias que tenían en cada puerto, lo cual por esos raros mecanismos fetichistas de la mente humana, los ayudaba nostálgicamente a soportar muchos meses de ascética navegación entre barbados y rudos compañeros de viaje. El tatuaje de números y símbolos sobre la piel también fue usado en forma denigrante para marcar a los prisioneros y a las víctimas de diferentes genocidios. Quien esto escribe lo ha visto en diferentes personas supérstites de esas formas de degradación humana sucedidas en el siglo pasado.
Actualmente, esta costumbre es ya una práctica invasiva consistente en la inoculación de pigmentos en las capas medias y no pocas veces en las profundas de la piel, lugares en los que hay terminaciones nerviosas y vasculares capilariformes y por ende el peligro de infección. Como no faltará quien niegue esto, sugiero observar el notable enrojecimiento de la piel en las zonas cercanas al tatuaje cuando éste se está haciendo o acaba de hacerse, rubor característico de un proceso inflamatorio identificado en fisiopatología como la Tétrada de Celso. Es la protesta del cuerpo. De más está decir que al ser una práctica realizada por no médicos, si falla la asepsia y no hay una cuidadosa esterilización del instrumental puede haber infecciones o producirse el contagio de enfermedades tales como el SIDA o la hepatitis.
Dentro de este panorama de cambios artificiales en la pigmentación corporal, es notable el caso del cantante y bailarín afro-americano Michael Jackson, quien a la inversa de lo descripto, sometió su piel a numerosas cirugías con la finalidad de despigmentarse, convirtiéndose así en “blanco”. Se trata de un verdadero y simbólico gesto, casi un grito en contra de la discriminación vigente hasta no hace mucho en el país del norte, superada más tarde en lo ideológico, también simbólicamente, con el acceso al poder de un Presidente negro.
Una costumbre actual auto-agresiva bastante difundida entre los jóvenes y que no titubearía en calificar como “un lujo de los pobres”, es la colocación de los “piercings” con dudoso gusto en la nariz, en los labios, en las cejas, en el ombligo, en los pezones, en la úvula dentro de la faringe, y aún en zonas pudendas que no nombraré. Es un paso más allá de la inocente costumbre generalizada de perforar las orejas para colgar los aretes como simple adorno o como ostentación de riqueza si son de metales o piedras preciosas, que era a lo más que se atrevían las generaciones occidentales del siglo pasado.
Quien esto escribe ha tenido ocasión de ver y estudiar las gravísimas deformaciones provocadas por vendajes compresivos en los pies de las mujeres y que eran moneda corriente entre las clases acomodadas japonesas, llamados “pies de loto” (foto comparativa) por una supuesta distinción que –vislumbro- no sería otra cosa que el oculto objetivo de limitar el desplazamiento de las mujeres. Que no pudieran salir de la cárcel de oro de sus pagodas y palacios, mientras sus conyugues iban a visitar a las geishas.
Sabemos y hemos visto como todavía, en algunos lugares de países supuestamente avanzados, Italia por ejemplo, se practican ritos salvajes de inspiración católica como la flagelación para alejar al demonio y “lavar las culpas”. Son conocidas las procesiones en las cuales los feligreses avanzan mientras azotan sus propias espaldas con látigos improvisados como ramas con espinas, hasta quedar empapados en su propia sangre.
En épocas no muy lejanas, la manipulación religiosa a través de la culpa generaba en la psique de los devotos la necesidad de “purgarlas” castigando al cuerpo de diversas formas, entre las cuales citaremos el cilicio, que eran túnicas o cinturones hechos de tela áspera o bien de cueros de animales con los pelos hacia adentro que usaban para mortificar “la carne”, aventando así los malos pensamientos y las tentaciones del sexo, considerado pecaminoso en casi todos los casos. Hay grabados antiguos que ilustran sobre la costumbre entre los caballeros medievales y sus mujeres, de colocar la espada en el centro de la cama dividiendo los cuerpos para hacer penitencia. Y ni hablar de los cinturones de castidad… Siempre, castigar al cuerpo y a la naturaleza.
Con la visualización constante urbis et orbi que proporciona la tecnología moderna, nadie ha dejado de ver las deformaciones supuestamente embellecedoras que practican algunos grupos humanos cuya condiciones de vida son aún semejantes a las de hace miles de años. Platillos de madera insertados en los labios o las orejas hasta convertir esos órganos en colgajos, narices atravesadas por insertos perforantes de hueso o de madera, anillos progresivamente colocados en el cuello de las niñas hasta provocar un crecimiento anómalo de las vértebras cervicales y un extraordinario alargamiento del mismo, tatuajes costrosos y queloideos en cara y cuerpo provocados mediante quemaduras o insertando astillas de madera bajo la piel, deformaciones craneales forzadas mediante diversos adminículos, son tan solo algunas de estas curiosas costumbres
En algunos casos, cual maldiciones bíblicas que vienen de las noche de los tiempos, se siguen practicando mutilaciones nacidas –conjeturamos- por necesidades de identificar a los propios en remotas épocas turbulentas y que, esto es lo más grave, se hacen en los niños cuando no están en edad de defenderse de prácticas aberrantes como la circuncisión. Es el caso de los judíos, ese pueblo tan azotado por la historia y que clama permanentemente en contra de la discriminación, sin ver que se discriminan a sí mismos “marcando” a su gente como hacen los ganaderos con sus reses, mediante una mutilación irreversible practicada sobre niños indefensos. El argumento absurdo escuchado de que se hace por razones de higiene no tiene sustento fisiológico alguno. Es como si extirpáramos los párpados para poder lavar mejor el ojo. Es una vez más jugar a ser dioses superando a la naturaleza, que bien sabe lo que hace con sus criaturas desde lo funcional.
Aún más terribles son las indignas, alevosas y degradantes ablaciones de clítoris y labios menores que se ponen en práctica en algunos países de Asia y África también sobre indefensas niñas por motivaciones supuestamente religiosas, pero en realidad inconfesables y crueles que nos hacen ver cuán lejos están todavía en algunos pueblos los procesos civilizatorios a los que hemos llegado en Occidente. Se trata del más incalificable e inaceptable sometimiento de la mujer, dentro de un contexto en el que se las considera poco más que un objeto reproductivo al que no se concede derecho humano alguno más que una denigrante servidumbre hacia el varón. El propio Presidente “afro” de los Estados Unidos, acaba de rechazar estas conductas en Nairobi-Kenia, país originario de su padre, al manifestar que “No hay razón alguna para que niñas jóvenes sufran mutilación genital, y en las sociedades civilizadas tampoco hay lugar para los matrimonios forzosos” (*).
El horror provocado por el afán de lucro y la estulticia humana parece no tener límites, llegándose a situaciones tan perversas que son difíciles de creer, como las que mostraba hace años una de las dos versiones del film documental italiano Mondo Cane (Mundo Perro), en el que podían apreciarse las ingeniosas y elaboradas deformaciones que una banda de delincuentes provocaba mediante diversas ataduras permanentes en niños pequeños para que cuando crecieran fuesen explotados como mendigos inspiradores de compasión para los paseantes. ¡Destruían el cuerpo y el futuro de una persona con el único fin de usarlos como lisiados mendicantes!
Como demostración de la vigencia de estas prácticas aberrantes y crueles en todos los tiempos, hoy mismo estamos asistiendo a la introducción quirúrgica de prótesis siliconadas en distintas partes del cuerpo, no ya por alteraciones patológicas o necesidades funcionales que las justificarían, sino tan solo por razones puramente estéticas y hedonistas enmarcadas en la frivolidad de nuestro tiempo, donde la superficialidad y la ausencia de pensamiento profundo campean por sus fueros. Podríamos incluir también los by pass gástricos sobre personas sanas pero obesas a causa de su bulimia, y todas las cirugías denominadas “estéticas” practicadas en personas sanas que terminan siendo no pocas veces verdaderamente anti-estéticas
No se agota seguramente aquí, la enumeración de las mortificaciones a que ha sido sometido el cuerpo humano en desmedro de una supuesta “racionalidad” que debería caracterizar al Homo Sapiens en defensa de ese frágil instrumento que le ha sido transitoriamente asignado. Pero lo denunciado alcanza para pensar…


(*) La Voz del Interior, La Nación, 27/7/2015.

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