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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

domingo, 12 de abril de 2015

Un orgullo para el país


Por Alberto E. Moro


A todos nos gustaría felicitarlo..., aclamarlo como a un campeón... Sin embargo, nadie habla de él... Dale alegría a la Argentina, Maldacena, deberían cantar los argentinos en estos tiempos de cólera aunque algún descreído diga: ¡¡Qué va a cantar bien Maldacena si vivía en Caballito, a la vuelta de mi casa!!
(De autor desconocido, rescatado de Internet, vea al final el texto completo)


El leer las últimas dos líneas del párrafo que he transcripto más arriba, que llegó por Internet sin firma, me inspiró el fantasioso comentario que sigue, emparentado aunque más no sea por un apellido, con el texto recibido por Internet sobre el extraordinario papel de una luminaria de la ciencia, un argentino hoy reconocido internacionalmente por sus méritos científicos.
Me impresionó esencialmente la frase insertada en el epígrafe similar a la consabida “¡Qué va a ser un genio, si vivía a la vuelta de mi casa!” cosa que sucede por la admiración que suscita el genio, cualquier genio destacado por alguna de las numerosas cualidades que adornan a los seres humanos, diferenciándose entre sus congéneres.
Fantaseando –como he anunciado- desde que conocí hace unos años este caso tan meritorio y ejemplar ya muy publicado por los medios, arrastro una incógnita que no he podido develar y muy probablemente nunca logre hacerlo, pero que estimo puede ser de interés para los lectores.
Desde chico y hasta mis 28 años aproximadamente, podría decir que, no obstante una diferencia etaria de entre 30 y 40 años, fui amigo de una “carbonero” italiano que tenía un local alquilado en una de las esquina de la cuadra porteña de mi casa, donde vendía carbón y papas. Ambas cosas muy sucias, el carbón de por sí, y las papas porque en ese entonces no venían lavadas sino en terrosas bolsas de arpillera; de resultas de lo cual mi amigo Francesco Maldacena, estaba siempre sucio con ropa, brazos y manos siempre tiznados delatando su “modus vivendi”. Curiosamente, lo mismo que el Maldacena de la historia científica reciente, vivíamos en el barrio de Caballito, para ser más exactos en la Calle Gregorio de Laferrére, entre Puan y Hortiguera, siendo ésta última, la esquina de Laferrére y Hortiguera, la del negocio mencionado.
Este hombre tenía un camioncito destartalado y tembleque cuando andaba, al que yo utilizaba frecuentemente como transporte de diversas cargas relacionadas con mi vida, mi familia o mi trabajo, momentos en los cuales viajábamos juntos traqueteando por la ciudad a la velocidad que permitía el viejo catafalco. Pero el tiempo del viaje transcurría rápido, porque cantábamos a dúo y a voz en cuello canzonettas italianas o bien nos enfrascábamos en interesantes conversaciones ya que su vida, como todas las vidas, tenía interesantes aristas que me asombraban y enternecían a la vez por su desarraigo, sus peripecias, y su anodino trabajo de frágil supervivencia en un barrio de Buenos aires, tan lejos de su país natal. A Europa se viajaba en barco entonces, y eso no estaba al alcance de cualquiera.
Así fue como supe que, cuando joven y como soldado italiano, había estado en China, en uno de esos turbulentos conflictos donde todas las grandes potencias marítimas convergían en el lejano Oriente para dirimir supremacías y bellaquear apoderándose de tierras y riquezas de las regiones del planeta que no habían alcanzado aún su organización social completa y mucho menos un desarrollo bélico que les permitiera defenderse. Entre sus recuerdos, me impresionó entonces el relato de que la vida de las personas no valía nada en aquellos remotos lugares, y podía matarse impunemente a cualquiera por motivos fútiles. También, que las madres vendían y hasta regalaban a cambio de fruslerías a sus propias hijas menores de edad.
A la hora del canto, que ambos practicábamos a voz en cuello con gran entusiasmo y muy poco arte a bordo de su “camionchino” (así se pronuncia en italiano “camioncito” y se escribe camioncino), me confesó una vez que “Il sogno piu grande de la mia vita sarebbe stato cantare come Beniamino Gigli”. Ni él ni yo, por supuesto, jamás pudimos aproximarnos siquiera a esa maravillosa voz que los discos de pasta nos regalaban de tanto en tanto al darle manija al fonógrafo portátil.
En fin, estamos compartiendo episodios vividos por unos y otros en esa extraña, única e irrepetible experiencia que es la vida…
A despecho del poco estimulante significado del apellido Maldacena, ¿no será también el científico de ese nombre una deriva argentina del incomparable genio italiano que tanto ha contribuido a la construcción de nuestra identidad? Como también lo fue con su humilde trabajo, su vida azarosa y sus nostalgias, mi viejo amigo carbonero, que si hay un cielo para los difuntos, allí estará seguramente deleitando a los ángeles con lo que sabía del bel canto.
¿Podría haber sido “mi” Maldacena un pariente del actual? Considerando las coincidencias de apellido y barrio, si alguien puede aportarme más datos, estaré muy agradecido.

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Un orgullo para el país (recibido por Internet, sin firma)

El nuevo Einstein se llama Juan y tiene apenas 43 años. Nació en el barrio porteño de Caballito y hoy está en la tapa de varios diarios del mundo porque ganó el Yuri Milner que es un premio a las investigaciones sobre física fundamental que otorga tres millones de dólares. Escuchó bien... Tres millones de dólares!!! Un dato para comparar: El premio Nóbel otorga apenas un millón doscientos mil dólares.
Esto no es todo. A los 30 años, Juan, recibió en Budapest uno de los mayores reconocimientos que existen en el campo de la ciencia y fue tapa del New York Times. Se podría hacer una película titulada: “Juan, de Caballito a Budapest”. O mejor dicho, a Harvard. Allí en Harvard, en la cumbre de la excelencia educativa, está trabajando este ex vecino del barrio porteño de Caballito. Es el profesor vitalicio más joven de la historia de Harvard.
Juan es la expresión de una historia luminosa que debería hacer inflar de orgullo el pecho a los argentinos. Hay que tomarlo como una forma de superar tanta irracionalidad y odio que a veces siembra la realidad cotidiana. Una manera de equilibrar tanta mala nueva. Juan Martín Maldacena, en estos tiempos olímpicos, debería subir al podio más alto y recibir una medalla de oro gigante.
Maldacena es el creador de una teoría revolucionaria que lo convirtió en el niño mimado de la física moderna y en uno de los científicos más populares del planeta. Muchas publicaciones científicas se preguntan si el mundo no está ante la presencia de un nuevo Albert Einstein. Es que precisamente, su gran descubrimiento tiene que ver con ese emblema universal del conocimiento que fue Einstein. Juan formuló una nueva teoría que explica mejor cómo está formado y cómo funciona el universo.
Esa teoría fue bautizada como “La conjetura de Maldacena”. Mediante este logro, Maldacena logró unificar teorías que parecían irreconciliables: la teoría de la relatividad de Einstein y la de la mecánica cuántica.
Un intento de explicar con palabras sencillas su teoría como para que lo entienda gente ajena a la física, pasaría por decir que Maldacena relacionó y unificó la “Teoría de la Relatividad”, que describe el funcionamiento de objetos tan grandes como estrellas, galaxias o el propio universo, con la teoría de la mecánica cuántica que analiza el comportamiento de los mundos infinitesimales, como los electrones o los Quarks.
Este porteño es profesor en la Escuela de Ciencias Naturales del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, el mismo en el que trabajó y murió Einstein.
Juan es el típico producto de la movilidad social ascendente de una típica familia de clase media porteña, que hasta no hace mucho podía enviar a su hijo a la universidad. Luis y Carmen, los padres de Juan, pudieron darle educación superior también a sus otras dos hijas. Es aquel sueño que Florencio Sánchez planteaba en “Mi hijo el doctor”. Esa utopía del progreso, cuyo paradigma fue y debería ser siempre el que nuestros hijos sean mejores y más felices que nosotros. Juan estudió dos años en Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires y después en la meca científica de la física argentina que es el Instituto Balseiro de Bariloche.
Historias como esta merecen ser contadas porque ayudan a levantar el ánimo de los argentinos ante tanta basura de inseguridad, corrupción y peleas por el poder como hay. Es una forma de reafirmar que los argentinos aún pueden, como alguna vez pudieron, algo que se ve reflejado en varios premios Nobel científicos y otros obtenidos. Es una expresión de que en la Argentina no todos son solo futbolistas, o políticos corruptos, o piqueteros, o delincuentes, o "la mano de Dios"... Los argentinos generalmente descollan a nivel mundial en forma individual, pero les es muy difícil lograrlo a nivel de grupo o equipo, justamente al revés que otras sociedades.
Juan Maldacena tenía 30 años cuando recibió el premio “Javed Husain”, en Hungría, ante 2.000 científicos, cada uno más famoso que el otro. Los más importantes centros científicos del mundo lo querían fichar en sus planteles de investigadores. Basta con mencionar su apellido entre los grandes intelectuales, y estos saben que se está hablando de un argentino, y de otra Argentina muy distinta a la que presentan los medios mundiales cada vez que sus gobernantes se descuelgan con alguno de sus habituales desaguisados, a contramano del resto de del mundo. La CNN y la revista Time apostaron a él como futuro líder.
Juan extraña las montañas de Bariloche que solía escalar, y nuestra música folklórica, con guitarra y bombo. Con sus neuronas Juan supo generar cosas insólitas. En una importante convención de estas mentes superiores, alguien de la Universidad de Chicago, cambió la letra de “Macarena” por “Maldacena”. ¿Se acuerda de “Dale alegría a tu cuerpo Macarena”? Todos se sumaron al coro de esta canción bastante popular de la historia contemporánea en los Estados Unidos y que fuera la base de la campaña electoral de Bill Clinton. "Dale alegría a tu teoría Maldacena", cantaban en esta oportunidad los muchachos.








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