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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

sábado, 6 de diciembre de 2014

La inasible, esquiva, Identidad Argentina

Por Alberto E. Moro

¿Qué significa el gentilicio “argentino”. ¿Qué es, ser argentino?

¡Qué difícil fue siempre en la corta vida del pueblo argentino determinar su identidad! Siempre buscando y tratando de autodefinirse sin encontrar nunca el equilibrio. Es natural, se trata de una país adolescente que está tratando de armar una identidad clara que todavía no tiene, sobre todo porque la decadencia educativa de tantos años no permite al común de las personas reflexionar y entender lo que muchos antropólogos, sociólogos, historiadores, filósofos, y otros pensadores tienen más en claro, al menos en cuanto a las complejidades inherentes a esa pretendida definición sobre qué somos, en el concierto de las naciones, los argentinos. No he incluido a los políticos porque al menos en los últimos setenta años, no ha habido ninguno que se ocupara con acierto de este tema. En su mayoría, con escasas, escasísimas excepciones, lo único que realmente les interesa es permanecer en el cargo más allá de los tiempos que les marca la Constitución, tratando de seducir o comprar a todos los que puedan, sin importar su origen político ni la franja social a la que pertenecen. Vemos hoy el colmo, de que no titubean en traer mediante ventajas y prebendas otorgadas con dinero argentino, a extranjeros de los países limítrofes para que voten por ellos, incorporándolos así a la nacionalidad con un sentido puramente utilitario.
Básicamente, debe tenerse en cuenta que el actual territorio argentino estuvo habitado por las etnias locales más las llegadas del viejo continente en toda la dilatada extensión del Virreinato del Perú primero, y más tarde en la escisión denominada Virreinato Río de la Plata, período de vida comunitaria en gran parte escamoteado por nuestra historiografía, que parece comenzar tan solo en el hiperbólico e hipertrofiado relato de 1810, como si ese extenso pasado no hubiera existido.
Y los aborígenes anteriores al “descubrimiento” del nuevo mundo por parte de las potencias marítimas de entonces, también tienen un larga historia sin rastros, desconocida por todos, que se remonta cuando menos a 13.000 años atrás en los que seguramente pasaron muchas cosas, entre las cuales matanzas y conquistas como las que llevaron a la constitución del Imperio Inca del cual sí, en cambio, contamos con numerosos testimonios de todo tipo, en particular arqueológicos. Muy escasos son los que hay en Argentina, tan solo algunas ruinas dispersas, como las de los Quilmes, actores y víctimas de una epopeya casi olvidada por nuestros contemporáneos.
Como estamos hablando de la identidad de un pueblo que de allá viene, de ese lejano pasado en gran parte desconocido, no es ocioso decir que como siempre ocurre, el mestizaje se produjo mucho más allá de lo que hoy pudiera pensarse, y los aborígenes están en la sangre y en los rostros y los rasgos de muchos argentinos de hoy que jamás lo imaginaron, y ni siquiera han pensado en ello. También hay que tener en cuenta a los africanos trasplantados por la infame esclavitud. Recuérdese que en la época colonial, el 30% de la población de Buenos Aires eran negros, y aunque no tengo cifras, seguramente lo mismo y aún más, sucedía en Córdoba, y en todas las mayores ciudades de provincia. El rostro asiático, mongoloide o afro de muchos de los argentinos que hoy andamos por la calle delata la presencia remota, ella sí auténticamente aborigen, de quienes provenientes de Asia pasaron por Beringia para colonizar por vez primera el continente americano.
Después viene la otra historia, mucho más conocida, en la que a partir de 1492, un nuevo “descubrimiento” de América (nombre que homenajea al navegante italiano Amérigo Vespuccio) por parte de los habitantes del viejo continente, principalmente España y Portugal, aunque no faltaron otros señores del mar como los ingleses y franceses que, según su idiosincrasia, no querían quedarse atrás, e intentaban “plantar bandera” en tierras lejanas como era de práctica corriente en aquellos tiempos. La aventura, el interés y el poder político o religioso eran, como siempre, los motores que alentaban estas expediciones en las que muchos humanos arriesgaban sus vidas embarcados en frágiles cáscaras de nuez, desafiando la furia implacable desatada por los vientos y el mar embravecido.
Poca gente sabe que es una falacia decir que la Argentina como país independiente nació en 1810, aunque es probable que la idea ya estuviera rondando en el magín de algunos próceres. Lo que realmente sucedió en ese año fue la declaración de los habitantes de nuestro suelo reafirmando su lealtad al Rey de España, aceptado propietario de estas tierras porque ese país había sido invadido por Napoleón, rechazando el traspaso automático de esos dominios imperiales al nuevo poder dominante. Seis años más tarde, en el denominado Congreso de Tucumán se declara efectivamente la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, hoy conocidas como República Argentina. Pero a causa de la dispersión y relativa incomunicación por la inmensidad del territorio, es recién en 1852, en el Acuerdo de San Nicolás, bajo la guía de las Bases para la Constitución de la Nación Argentina realizadas por Juan Bautista Alberdi, cuando puede empezar a hablarse del nacimiento de este país aunque, preciso es decirlo, con la ausencia de Buenos Aires, que recién se incorporará algunos años más tarde, en 1859.
A partir de allí comienza el desarrollo de esa gran nación sureña, “del fin del mundo” como diría recientemente uno de sus hijos ilustres convertido en Papa, en la que grandes hombres con visión de futuro fueron organizando el territorio hasta llevarlo a ser uno de los países con mayores expectativas hacia el futuro, lamentablemente malogradas en el último siglo por una sucesión de gobernantes ineptos que no solo la llevaron a la postración miserable de hoy, sino que incomprensiblemente se dedicaron y se dedican a denostar a los próceres de los cuales hablábamos, con una especie de envidia retrógrada y falsamente ideologizada, producto de sus propias insuficiencias intelectuales.
Aquellos grandes hombres, conocidos como “la generación del 80”, muy lejos casi siempre de coincidir en las ideas, tenían sin embargo principios y objetivos claros para llevar a esta región del mundo a constituirse en una República verdaderamente “progresista”, término que hoy ha sido bastardeado por una colección de ladrones encaramados en el poder. Con tal motivo, y considerando que “gobernar es poblar” (Sáenz Peña), idearon un plan de inmigración que tendría un éxito inigualable, atrayendo multitudes de migrantes procedentes de Europa que significarían una nueva inyección enriquecedora multirracial que se sumaría a la población ya existente complejizando aún más nuestra indescifrable y utópica “identidad”.
Según las estadísticas de ese proceso, un 50% de los recién llegados entre 1870 y 1930, eran italianos, un 45% españoles, y el 5% restante incluía una diversidad en la que no faltaron, ingleses, suizos, alemanes, franceses, polacos, checos, croatas, rusos, sirios, libaneses y japoneses. Un poco de todo eso, sumando a los pueblos pre-coloniales, a los españoles y a los negros, constituye la inescrutable identidad argentina, que se ha cocinado a fuego lento en un verdadero crisol de razas, como tantas veces se ha dicho. Es el melting-pot de los antropólogos ingleses y norteamericanos, cuya impronta es innegable en Argentina. Eso somos, nos guste o no. Lo que nos falta es aceptar esa diversidad y tratar de que la famosa justicia social, tan cacareada y a la vez tan retaceada, alcance a todos los habitantes del generoso suelo argentino, dejando de lado cualquier discriminación basada en el origen remoto de la nacionalidad.
Los intentos fragmentarios de caracterizar a los argentinos, no pocas veces patéticos, entre los cuales recordaremos sin profundizar demasiado algunas frases y hechos tales como “Los argentinos somos derechos y humanos” de Videla, “el medio pelo argentino” de Jauretche, “los argentinos descienden de los barcos”, las pretensiones de los mapuches o araucanos chilenos que solo pueden engañar a quienes no conocen la verdadera historia y, últimamente la alevosa intención de generar una “cultura villera” buscando generar una identidad y un cierto orgullo por vivir en una “villa miseria”, con la única finalidad de esconder el fracaso y cooptar voluntades políticas a través del engaño y la mentira.
La confusión sobre la identidad de los argentinos sigue siendo muy grande, aún en personas con cierto desarrollo intelectual. Siempre recuerdo a un conocido docente, autoproclamado historiador, quien en un rapto de folklorismo y olvidando su italianísimo apellido, me dijo con gran entusiasmo -¡Yo soy de la quena y el bombo!, cuando no había duda alguna de que su identidad original, no obstante ser argentino, se compadecía más con la canzonetta y la mandolina.
Para algunos, ser argentino es ser nacionalista excluyente al estilo nazi. O adherir a nefastas ideologías foráneas representadas por banderas del color de la sangre con que tiñeron a sus pueblos de origen. Y para ciertos políticos desastrosos, antes y ahora, ser argentino es pensar como ellos y ser peronista, de otro modo se es un “cipayo”, un “vendepatria” o un “destituyente”.
Muchos “desorientaos”, como diría el personaje también arquetípico del gaucho Martín Fierro, hasta niegan a “la madre patria” sin caer en la cuenta de que nunca podrán hacerlo ya que sin ir más lejos, el idioma en el que se expresan, que los une y los identifica, común a casi todos los latino-americanos, es el español. Tampoco podrán negar la influencia italiana certificada por el apellido de más de la mitad de los argentinos, por más que cometan la infamia de voltear la magnífica escultura que ha sido, es y será, la estatua de Cristóforo Colombo.
A propósito, y para terminar con una sonrisa este tema algo espinoso cuyo largo camino en definiciones al parecer ni siquiera hemos empezado a recorrer, al menos en la calle, me permito traer a colación un viejo dibujo humorístico de Oski (*) titulado Receta para fabricar un argentino medio, que muestra una gran olla en la que hierven un montón de personajes, con las indicaciones pertinentes que me atrevo a calificar como más esclarecedoras que muchos sesudos y ambiciosos escritos, incluyendo el que acaban ustedes de leer: “Tomar por orden: una mujer india de caderas anchas, dos caballeros españoles, tres gauchos muy mestizos, un viajero inglés, medio ovejero vasco y una pizca de esclavo negro. Dejar a fuego lento durante tres siglos. Antes de servir, agregar de golpe cinco campesinos italianos del sur, un judío polaco (o alemán, o ruso), un tendero gallego, tres cuartos de mercachifle libanés y también una prostituta francesa entera. Dejar reposar sólo cincuenta años. Luego servir amoldado y engominado.”(**)

(*) Oscar Conti (1914-1979), dibujante y humorista argentino, seudónimo Oski.
(**) Extraído del libro Argentine, de Pierre Kalfón, Editorial Hachette, Buenos Aires, 1972.

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