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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

jueves, 3 de enero de 2013

La Clave 2013: Unidad Programática

Por Alfredo Ferrarassi

Cuando no se ha acabado aun el 2012, ya se sienten los ruidos de lo que será el año venidero con la renovación de la legislatura y todo lo que ello encierra tanto para el oficialismo como para la oposición.
Estas elecciones serán diferentes a otras anteriores de la Historia Argentina, puesto que lo que está en juego es la suerte misma del sistema republicano que nos acompañó la mayoría de nuestros años desde 1810, ya que esa institucionalidad no figuró en los tiempos oscuros de las dictaduras que supimos padecer.
Este gobierno, que no podemos catalogar de una dictadura, ha avanzado, sin embargo, sobre los derechos individuales de una manera nunca vista en una administración que se jacte de democrática, siendo este rasgo el más distintivo de la gestión de la Presidente Fernández Wilhelm de Kirchner.
Su gestión ha estado teñida por la intolerancia y por una altísima cuota de soberbia, amén de la confrontación permanente que registra, la que surge a partir de que debe existir una hipótesis de conflicto permanente para poder “bajar línea” ideológica, que no siempre tiene los frutos esperados.
Seríamos injustos si ciñéramos esta característica solamente en la figura presidencial y su entorno más próximo, ya que es esta particularidad la que define a todos sus seguidores, aun aquellos que se dicen críticos de la gestión.
Solo basta escuchar las opiniones de Aníbal Fernández, Agustín Rossi o Carlos Kunkel, sin olvidarnos del inefable Alberto Samid o el intratable Artemio López, para darnos cuenta que hay un verticalismo discursivo-conductal que rememora las características típicas de lo que significa un estado populista-fascista en estado puro, el cual por cierto no es exclusividad de Argentina, sino que se puede observar con características propias en otros países americanos, todos los cuales tienen como particularidad de autodefinirse como progresistas.
Esta manera de concebir la praxis política, es la que lleva que ciertos gobernadores sean genuflexos con el poder central, que soporten humillaciones más allá de lo tolerable, que no se animen a decirle basta a estas extorsiones por temor a sufrir más recortes en la coparticipación, de tal manera que aquel que se anime por dignidad por convicción y a ser libre, corra riesgos de asfixia financiera.
Con esto no queremos que se entienda que cantamos loas al gobierno cordobés, ya que si bien se ha enfrentado con el centralismo porteño de la presidente, no lo hace, a nuestro juicio, por convicción federal, por amor a su terruño, sino por sus ambiciones políticas presidencialistas y en esa lucha por la sucesión del sillón de Rivadavia está la clave del padecimiento de los cordobeses, en especial los jubilados que han visto lisa y llanamente la confiscación de sus aumentos de haberes por seis meses ante la pasividad cómplice de los gremios que han protestado tibiamente, haciendo un juego perverso y macabro con el kirchnerismo, en especial la UEPC que desde el ahora ministro Walter Grahovac ha arriado todas las banderas del normalismo, para sujetar el sindicato a los caprichos del partido justicialista y sus dirigentes de turno.
Si ante el panorama, al que debemos sumar una galopante inflación que licua los salarios de los más necesitados, no reacciona la sociedad, reclamando sus derechos más elementales como son a la vida digna, a la seguridad, a la salud, a la educación, a la igualdad de oportunidades, debemos comenzar a plantearnos ¿que hemos hecho de este sistema democrático de vida, en que hemos convertido a los principios republicanos?, en definitiva en asumir que somos emocionalmente más vulnerables que nunca y que el sistema ideado por Mussolini ha triunfado por encima de todos los valores que supimos alguna vez exhibir.
Si no asumimos que tenemos una republica sin una plena división de poderes, si no comprendemos que la garantía de coexistencia democrática está en los controles que los poderes ejercen entre si y en la independencia que se debe observar entre ellos para que se pueda asumirse en plenitud este estado de derecho, entonces también debemos plantearnos que hemos fallado en la educación democrática de la sociedad, que la escuela es un rotundo fracaso dado que no fue capaz de formar, como hasta hace unas décadas, ciudadanos pensantes y que ha triunfado la mediocridad tinelliana y que todos estamos más pendientes del bailando o el cantando, del futbol para todos, que hemos olvidado como sufre el que está al lado, como padece por atención medica gran parte de la población, como se le “quema” el cerebro a generaciones de niños por falta de alimentación adecuada y en la adolescencia por el avance de la drogadicción.
Si ante todo esto, no somos capaces de decir basta y romper con los moldes estancos de las heredades partidocráticas y decidir por nosotros mismos lo que queremos, si nos compran la voluntad con un mísero y denigrante bolsón, estamos frente a una crisis terminal como nación que nos demuestra lo maleables que como pueblo somos.
Entonces reflexionemos a partir de respondernos ¿qué es lo que está en juego en las elecciones del años próximo? Simplemente la continuidad de la vida republicana, nada más y nada menos que ello, que es simplemente aquellos valores que nos hicieron grandes en una parte considerable de nuestra historia.
Si observamos que aquella vieja constitución del ´53 nos dejó una serie de valores que posibilitaron el despegue de nuestra economía y calidad de vida, veremos que cuando quisimos cambiar esos principios por otros que aseguraran la continuidad gubernativa por más de un periodo comenzaron todos nuestros problemas, porque en lugar de gobernar para hacer las cosas bien, se ha gobernado pensando en la reelección y los temas centrales, aquellos que realmente nos aquejan, han sido siempre postergados por la necesidad de asegurar la continuidad del gobierno.
Cuando Menem planteó desde la estrategia de que había gobernado con una constitución y la reforma aprobada aseguraba que había la posibilidad de dos periodos consecutivos y que entonces podía intentar una rereelección, la actual mandataria fue una de las cuestionadora de esta teoría, pero resulta que años después, siendo mandataria, con otros términos viene a intentar lo mismo, solo que ahora desde una nueva reforma, pero que en el fondo en nada se diferencia de la estrategia de perpetuación del ex mandatario riojano.
Nadie podrá quitarle a la presidente que ganó con el 54%, eso será así por el resto de los días que nos quede como nación, lo que ello implica es que esa cifra encierra un mayor compromiso de su parte para con el 46% restante que de una u otra manera le dijo que no.
Aunque esto es una entelequia, ya que todo aquel que se anime a oponerse, que se plante ante sus caprichos, ante sus desaguisados políticos, ya por sea Boudou, Jaime, De Vido, Garfunkel y cía., por el manejo de los fondos coparticipables, es el enemigo, es a quien se debe destruir cueste lo que cueste, no hay lugar en este gobierno para el disenso, siendo el ejemplo más acabado de maniqueísmo en estado puro.
La otra pregunta es ¿qué hizo la oposición cuando tuvo la oportunidad de cambiar desde la legislatura la situación y se pasó en medio de luchas intestinas en lugar de unirse y luchar por el autoritarismo que se palpaba a diario? Nada, simplemente dejarse manejar en diputados por Agustín Rossi y en senadores por Miguel Pichetto. ¿Pero es que nadie pudo darse cuenta del tristísimo papel que estaban haciendo? A ojos vista, nadie advirtió que se preparaban el camino para que Cristina obtuviera el 54%. Entonces debemos señalarlos como funcionales a los intereses oficialistas, porque opinar lo contrario es ser tan necios como fueron nuestros representantes en la legislatura.
El rol de la posición en la elecciones de 2013 es tratar de buscar la unidad programática, en limar asperezas, en deponer egos, en pensar en la salud republicana antes que en sus mezquinos intereses partidarios, porque si van separados, enfrentados, quien gana es el proyecto cristinista de reelección indefinida, es una posibilidad de que en poco nos rijamos por una constitución bolivariana, que significará la instauración de una “monarquía” patagónica con todo lo nefasto que ello significaría.
Si los partidos no son contestes que lo que se juega es la continuidad de un sistema democrático frente a la alternativa corporativista que es la preferida del oficialismo, entonces le estaremos haciendo el juego al gobierno, serán funcionales a los intereses de un sector setentista, porque no todos los setentistas han sido los que hoy vemos, los otros tuvieron la dignidad de caer peleando y no “rajarse” al exterior como lo hicieron quienes hoy gobiernan.
La clave es entonces que los políticos se den cuenta lo que está en juego, lo que se arriesga de no lograrse acuerdos, ya que después será demasiado tarde para remediar semejante error estratégico y de imprevisibles consecuencias.
Ya hay sectores que hablan de la fundación de una segunda republica habida cuenta que esta primera, la que naciera en 1853 se halla aquejada de un mal incurable y que se ha agravado merced al tratamiento que le dieran las actuales autoridades, por ello la refundación del país sin los verticalismos del pasado, sin los aparatos nefastos de comprar voluntades, sin el servilismo judicial, sin el voto de conciencia de nuestros representantes, con una constitución que limite el protagonismo exhibido del ejecutivo y por sobre todo del actual sistema de votación en donde “La Cabeza de Goliat” (léase Buenos Aires) decide por todos nosotros, entonces, piensan, podremos volver a imaginar una republica que nos devuelva aquellos laureles que supimos conseguir.
La otra alternativa es poner freno al sueño imperial del gobierno y recuperar la dignidad electoral, sentir orgullo de no dejarnos “apichonar” y sabernos dueños de nuestro destino sin necesidad de depender del mesianismo de nadie, levantar aquella frase de Felipe Varela “Naide más que naide” y henchirnos de orgullo republicano por el recupero de la dignidad ciudadana perdida.



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