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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

viernes, 30 de noviembre de 2012

El clamor de la gente

Por Alberto E. Moro

“La contemporaneidad es una gran queja de las dificultades
de los mecanismos de representación”
Sandro Chignola


En mi escrito anterior afirmaba yo que algo nuevo y prometedor está naciendo, en un mundo que navega velozmente a bordo de los nuevos medios de comunicación masiva. Y esto no es decir mucho cuando hay un enorme malestar en casi toda la sociedad planetaria, evidenciado por multitudinarias e indignadas protestas, a las que asistimos cotidianamente por intermedio de las modernas tecnologías de la información.
Como seres esencialmente “visuales”(1) que somos, percibimos como nunca antes el dolor, la sangre, la enfermedad, el hambre, la pobreza extrema, la malnutrición infantil, las inequidades de todo tipo, y la infame corrupción de los políticos, pues todo ello lo “vemos” a diario en las grandes o pequeñas pantallas que están a nuestro alcance urbis et orbis. Si bien es más profundo el análisis, no es lo mismo leer en los diarios o escuchar en la radio las atrocidades que suceden por doquier, que verlas y sufrirlas “en vivo y en directo” y en “tiempo real”, como se dice ahora.
Este “ver” impacta en nuestra conciencia y repercute en los hechos creando una mayor conciencia planetaria. La gente ya no puede ignorar lo que sucede en otras partes del mundo, lo ha “visto” y toma partido defendiendo causas que afectan al equilibrio global, sabiendo que el mundo ha cambiado y que lo que sucede afuera nos afectará más pronto que tarde al desequilibrar esta celeste nave espacial en la que todos estamos atrapados. Esta toma de conciencia cabalga, además, sobre los extraordinarios avances que ha posibilitado la comunicación escrita, oral y visual instantánea y sin fronteras entre todos los habitantes del mundo en forma horizontal, sin importar el grado de educación o riqueza que cada uno pueda exhibir u ostentar.
Lo que acabamos de describir, está provocando cambios impredecibles en su dirección definitiva, que se están “cocinando” en las fervorizadas ebulliciones que caldean el ambiente por doquier, en las que grandes multitudes expresan su real y profunda disconformidad con la marcha de los asuntos humanos. Es la temida crisis que preanuncia los nuevos paradigmas que regirán las sociedades de un futuro seguramente no muy lejano que ya se avizora, aunque no ignoramos que en materia de evolución social los cambios no se miden en los términos temporales de una vida personal.
El malestar generalizado al que aludíamos proyecta su sombra gigantesca sobre los políticos y la política, que es donde está la raíz de todos lo males que aquejan a la humanidad. Una humanidad que produce riqueza de sobra para acabar con el hambre en el mundo y sin embargo no lo hace, una humanidad donde unos viven en ofensiva opulencia, mientras millones de niños y adultos carecen de agua, techo, salud y educación. Una humanidad donde el exterminio genocida es aún uno de los resortes de la política, sin que se haya encontrado la forma de pararlos. Una humanidad donde la mayoría de los sedicentes “representantes del pueblo” trabajan más para su provecho personal que para generar mejores condiciones de vida en sus ingenuos mandantes. Una humanidad donde, en pleno Siglo XXI y después de haber asistido a los experimentos mesiánicos colectivistas y nacionalistas, todavía hay gobernantes que creen que una mayoría circunstancial los habilita para apropiarse con maniobras delictivas de los fondos del Estado y modificar las alternancias de la historia y de la República perpetuándose en el poder.
Es obvio que este inicuo estado de cosas ha sido finalmente descubierto por la gente que, como también decíamos en el artículo anterior, “ya no come vidrio” ni aún saborizado por la demagogia y las retóricas insustanciales, y comienza a darse cuenta de los manejos de los corruptos, porque aunque sea de los que no leen, los “ve”.
Homo hominis lupo, decía San Agustín si no recuerdo mal, y los lobos encaramados en la política y en el capitalismo salvaje con su fachadas llamadas Bancos, suelen asociarse en los negocios sucios a espaldas de los pueblos, generando esclavitudes y degradaciones humanitarias inaceptables. Nuevos esquemas de poder, con menos poder para los políticos y más controles por parte de los propios ciudadanos, se hacen imprescindibles. En eso, según creo, pero con la resistencia de la legión de los corruptos, están las sociedades humanas con sus protestas, su indignación y sus proclamas.
La crisis de la política tal como la hemos conocido, con sus bajezas y su trastienda impresentable, se propaga velozmente; y hoy no hay región del planeta donde no haya pueblos manifestando clamorosamente en favor de una Justicia largamente postergada. La misma democracia, que con todos sus defectos es aún el más participativo de los sistemas, está siendo cuestionada. Las otrora valiosas palabras Democracia y República han sido vaciadas de sentido por muchos regímenes totalitarios que para nombrarse y definirse, la utilizaron y la utilizan como pantalla de sus sectarias y fanáticas aberraciones. Como cualquiera sabe, los ejemplos huelgan…
El influyente filósofo francés Michel Foucault había observado que “la libertad está tomando una nueva dimensión que ya no es la de las formas clásicas de la representación”. Y éste puede ser el meollo de la cuestión. Los partidos ya no representan a quienes dicen representar según su propia ideología y, por otra parte, cada vez hay más gente que no se siente representada por ninguna ideología, por ningún partido, ni por ninguna persona. Se ha perdido la confianza en la honestidad de los políticos y en su genuina vocación de servicio, ante la palmaria observación de que la enorme mayoría quiere alcanzar el poder –y para ello es capaz de esfuerzos denodados no siempre éticos- para servirse y no para servir.
Otro filósofo conceptual, el italiano Sandro Chignola, quien recientemente visitó nuestro país y disertó en una universidad argentina, ha manifestado que “lo que está sucediendo ahora es la crisis de los modos de pensar la política que veníamos utilizando desde hace trescientos años y que coincidían con la época del surgimiento del estado moderno”, y que “la contemporaneidad es una gran queja de las dificultades de los mecanismos de representación” (2).
Para que no queden dudas de que este texto ha sido construido como una secuela del anterior (3), transcribo como cierre un párrafo de aquel:
“La comunicación horizontal de las masas verdaderamente populares, antes inconexas y sujetas a la servidumbre de una organización partidaria, llegó para quedarse. No está sujeta a la censura que se pretende imponer a los medios tradicionales, y no depende de ningún “aparato” convocante susceptible de ser usado con el oportunismo y la hipocresía que caracterizan a la política. La comunicación está en manos de la gente, con sus adminículos increíblemente sofisticados a los que nada, o casi nada, puede ocultarse con los viejos métodos de manipulación de las masas”.


Referencias:
(1) La vista es nuestro mejor modo de percibir a distancia, ya que no tenemos -valgan solo como ejemplos- ni el olfato del perro ni el fino oído de la mayoría de los mamíferos.
(2) ADN CULTURA, con texto de Gustavo Santiago, en La Nación, 23/11/2012
(3) Alberto Moro. Desde las señales de humo a las redes sociales de Internet. Ecos de Punilla Nº 498, 21/11/2012




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