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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

viernes, 25 de junio de 2010

José Saramago, el campesino que llegó al Nobel

Consecuente con mi postura de no hacer el panegírico sobre escritores vivos, lo hago ahora sobre José Saramago (1922-2010), quien con su deceso hace unas horas me ha habilitado para contribuir a su homenaje y a su memoria en la modestísima proporción que está a mi alcance. Se ha dicho que cuando muere un hombre muere una biblioteca, y esto es acertadísimo en sentido metafórico aún cuando el fallecido no sea un literato. Tanto más en este caso, cuando un campesino que no pudo completar los estudios secundarios, se educó sin embargo devorando los libros de la biblioteca de su pueblo y ensayando con la pluma hasta alcanzar la perfección que hoy unánimemente se le reconoce.
Y se le reconoce universalmente gracias a la obtención del consagratorio Premio Nobel de Literatura en 1998 que hace que un escritor sea automáticamente conocido en todo el mundo, aun cuando haya muchos otros obreros de la pluma de su mismo o superior nivel, a los que no les ha tocado esta distinción, como nuestro José Luis Borges. Y permítaseme la disquisición, muchas veces ha sido cuestionada esa adjudicación, por haber sido otorgada a escritores de denuncia, que despotrican contra el orden establecido y las abundantes imperfecciones del sistema mundial sin proponer alternativas practicables fuera de la utopía, pues naturalmente no las tienen, ni ellos ni nadie por lo que se ha visto hasta ahora. Se trataría de una tendencia, ni más ni menos, una suerte de romanticismo social de los responsables del premio, que desde su gélido país ven con simpatía los movimientos pretendidamente libertarios que ocurren en lugares remotos para ellos, sin padecerlos. Pues de estar allí, verían con sorpresa que tales movimientos pseudo-socialistas, no son otra cosa que nuevas tiranías que se imponen a los pueblos, invariablemente en nombre de una justicia social distributiva que nunca llega para los desposeídos sino que, por el contrario, acentúa su pobreza.
El propio Saramago ofrece un clarísimo ejemplo de lo que acabo de decir. Poco después de recibir el Nobel que lo rescató de su anodino refugio isleño en Lanzarote, comenzó a disfrutar de la popularidad adquirida viajando hacia donde lo invitaban y hacia donde él mismo quería ir. Entre estos últimos destinos estaba Cuba, la Cuba idealizada de los que nada saben acerca de la penosa realidad de ese sufrido pueblo. Pero muy poco después de los consabidos abrazos e intercambio de elogios con el dictador mas recalcitrante, persistente y anacrónico del mundo, tuvo que desdecirse. Cuando el férreo régimen cubano detuvo y encarceló a 75 intelectuales disidentes por el simple hecho de cuestionar sus aberraciones –hecho que tuvo repercusión mundial-, manifestó públicamente que no estaba de acuerdo con ese tipo de procedimientos. ¡Había descubierto por fin la verdadera catadura de sus admirados “revolucionarios”! Me cuesta creer que habiéndose declarado “comunista hormonal” desconociera la verdad, y mucho más me cuesta pensar que no supiera de las atrocidades con millones de muertos cometidas por el régimen soviético con la excusa de la dictadura del proletariado. Pero concedámosle el beneficio de la duda. No es por casualidad que la palabra aislado signifique estar en una isla, lo que era su condición precisamente, ya que vivió las dos últimas décadas en una de las Islas Canarias. Quizás también, como muchos científicos o intelectuales enfrascados y embelesados con su trabajo, no leía los diarios, permaneciendo lejos del mundanal ruido, dedicado a la pura creación literaria.
Por mi parte, leyendo las noticias periodísticas de hoy, donde absolutamente todas las opiniones son coincidentes y laudatorias, sé perfectamente que al poner sobre el tapete estas cuestiones estoy nadando contra la corriente. Pero quiero dejar en claro que partiendo de la sentencia “la verdad nunca ofende”, mi intención no es en modo alguno agraviar la memoria de un gran escritor, como sin duda lo fue Saramago con sus sobrehumanas virtudes y sus muy humanas debilidades.
Como buen iconoclasta, posición saludable que comparto, José Saramago embistió literariamente contra todo lo que generalmente se acepta como verdad revelada, ya se trate de política, de religión, o de conflictividades sociales varias, como la representada por el capitalismo y la creciente indigencia que lo acompaña. Como no podía ser de otra manera, tratándose de alguien que reiteradamente manifestó su ateísmo visceral, la Inquisición y la misma Biblia, cayeron bajo su implacable escalpelo, pero siempre con una atenuante ironía que todo lo suavizaba y que seguramente era inherente y constitutiva de su propia personalidad.
Recuerdo haber leído a fondo su obra El Evangelio según Jesucristo, publicada en 1991, escrita en un tono monocorde y, sorprendentemente, sin ningún signo de puntuación. Ni comas, ni puntos, ni punto y coma, ni guiones, ni paréntesis. Todo se lee con fluidez, sin rispideces ni ripio alguno, como adormeciendo al lector para, en un momento dado, sobresaltarlo con alguna afirmación impactante por su comicidad o por su irreverencia. El comienzo del libro es una notable descripción de lo que se ve en una abigarrada lámina que aparece en las primeras páginas, un verdadero barroco religioso grabado, del cual extrae una infinita cantidad de detalles que hubieran pasado desapercibidos de no mediar su meticulosa descripción. Mas adelante, siempre sin levantar la voz y sin caer en ningún momento en la procacidad, describe lo que según su imaginación, puede haber sido la pérdida de la virginidad por parte de Jesús. Hecho que no sería tan fantasioso, sino muy normal, de no ser porque contradice el dogma generalmente aceptado.
La larga noche de la dictadura portuguesa dejó, como siempre ocurre, sus secuelas de intolerancia; y el gobierno no aceptó en su momento que el país fuera representado en un evento europeo por esta última obra que hemos comentado, lo que motivó la ruptura del escritor con las autoridades y el abandono del país hacia su refugio insular español. Entre sus obras se cuentan también El año de la muerte de Ricardo Reis, una novela que funge como pretexto para homenajear a una de las grandes plumas lusitanas: el poeta, escritor y periodista Fernando Pessoa. Otras novelas conocidas de su autoría fueron y son: Memorial del convento, La balsa de piedra, y El hombre duplicado. En la última década antes de su muerte, aparecieron, Las intermitencias de la muerte, El viaje del elefante, y Caín, ésta última el año pasado, historia en la cual como en la que comentado más arriba, acomete contra los libros “sagrados”. Para que el lector que aún no ha accedido a sus libros, transcribo un párrafo que pone en evidencia el intencionado y escaso apego al uso convencional de las mayúsculas y la irónica calidad de su prosa: “…le preguntó a adán, Tú cómo te llamas, y el hombre respondió, Soy adán, tu primogénito, señor. Después, el creador se dirigió a la mujer, Y tú, cómo te llamas tú, Soy eva señor, la primera dama, respondió ella innecesariamente, dado que no había otra. El señor se dio por satisfecho, se despidió con un paternal Hasta luego, y se fue a su vida. Entonces, por primera vez adán le dijo a eva, Vámonos a la cama.” Entre los hitos literarios de Portugal, además de Luis de Camoens y Fernando Pessoa, debe considerarse la presencia literaria de José Saramago como la del gran escritor que ha inscripto el nombre de su país en la historia posmoderna de la cultura letrada. Así se lo ha reconocido, y sus restos volverán a Lisboa en los próximos días.
Alberto E. Moro

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