El Papa, la ética, el G-8 y la O.N.U
Quizás nos encontremos ante el momento y la oportunidad de fundar
un mundo más equitativo a través de una gran redistribución de la riqueza planetaria
En un mundo fatalmente globalizado, una de cuyas características principales parece ser el activismo general de los grandes capitales internacionales, cuya única finalidad es obtener las mayores ganancias posibles sin reparar en los medios para lograrlo, el Papa Benedicto XVI ha puesto un poco de luz en el horizonte, al demostrar que aún quedan reductos donde prima un humanismo bien entendido que pone el foco no en la renta sino en “la gente”. Esa gente –el famoso “pueblo” con el que se llenan la boca los políticos- que suma miles de millones de personas que viven en la más abyecta pobreza o cercanos a ella, y que son víctimas inocentes de la extrema desigualdad existente en la distribución de la riqueza de las naciones.
En vísperas del encuentro del G-8, sigla eufemística que representa al grupo de países más industrializados y poderosos económicamente, el Papa, en la tercera encíclica de su pontificado, Caridad en la Verdad, aboga oportunamente por un nuevo orden financiero mundial, guiado por la ética, la dignidad y la búsqueda del bien común. Afirma que, “Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la ONU como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones.”
Justifica, además, el reclamo de reforma de la Organización de las Naciones Unidas (O.N.U.), “porque ante los sufrimientos de la humanidad, demostró ser incapaz de afrontar las sacudidas de la globalización”. Entre otras razones, por no haber logrado hasta ahora enfrentar con éxito “el escándalo del hambre, en gran parte por el despilfarro y la falta de transparencia en las ayudas humanitarias”.
Entre otras cosas, afirma textualmente que “hay que volver a poner la ética y la dignidad humana como centro del desarrollo”; que “la economía necesita una ética centrada en la gente para funcionar correctamente”; y que “si la ganancia se produce por medios indignos, corre el riesgo de crear mas pobreza”, lo cual es ya muy evidente. No podemos menos que compartir estas definiciones, en la seguridad de que los lectores también lo harán.
Vivimos épocas en que el sentimiento religioso está en crisis, reemplazado por un pragmatismo materialista que centra todos los esfuerzos humanos en un consumismo exacerbado y en la maximización de las ganancias a cualquier precio, muchas veces inescrupulosamente. Como si el sentimiento humanitario del amor al prójimo y la solidaridad se hubiesen vuelto, más que nunca, una declaración hueca, vacía de sentido y desprovista de contenido espiritual.
Por eso representa una bocanada de aire fresco el descubrimiento de que aún hay reductos, como las organizaciones humanas dedicadas a exaltar esa constante antropológica de la sociedad humana que es el sentimiento religioso, que abogan por un bien entendido humanismo en el que el bienestar de los hombres sea mas importante que la acumulación improductiva de riqueza en pocas manos tan egoístas como codiciosas.
Casi simultáneamente con la difusión de la Encíclica y la inauguración de la Cumbre del Grupo de los 8, se produce otro hecho auspicioso con la visita al Vaticano del presidente Barack Obama, quien es portador de una nueva manera de hacer política, más humanitaria que la de sus predecesores en el cargo ejecutivo del país mas poderoso y armado de la Tierra. Es de esperar que las relaciones entre esta autoridad política y la máxima autoridad religiosa de Occidente den sus frutos en una nueva concepción de los negocios, alejada del viejo “Business are business” justificador de las peores tropelías.
El Papa ha hecho conocer la posición del Vaticano en su encíclica, manifestando que la Iglesia reclama trabajo “decente” como derecho inalienable para todos, no oponiéndose a la existencia del “mercado”, a condición de que éste no se reduzca tan solo a la maximización de los beneficios y admita los controles del Estado que resguarden a los pueblos de los abusos del capital.
Según sus palabras, la Iglesia tampoco está en contra de algo irreversible como es la globalización, siempre que ésta no sea contrarrestada con proyectos proteccionistas por parte de estados que actúan en forma egocéntrica; haciendo notar también con luminosa esperanza, que quizás nos encontremos ante el momento y la oportunidad de fundar un mundo más equitativo a través de una gran redistribución de la riqueza planetaria, a favor de los nuevos vientos despertados por la reciente crisis internacional.
Que así sea, lo deseamos todos.
Fuentes: Agencias ANSA, Reuters, AP y AFP, diario La Nación 8/7/09.
un mundo más equitativo a través de una gran redistribución de la riqueza planetaria
En un mundo fatalmente globalizado, una de cuyas características principales parece ser el activismo general de los grandes capitales internacionales, cuya única finalidad es obtener las mayores ganancias posibles sin reparar en los medios para lograrlo, el Papa Benedicto XVI ha puesto un poco de luz en el horizonte, al demostrar que aún quedan reductos donde prima un humanismo bien entendido que pone el foco no en la renta sino en “la gente”. Esa gente –el famoso “pueblo” con el que se llenan la boca los políticos- que suma miles de millones de personas que viven en la más abyecta pobreza o cercanos a ella, y que son víctimas inocentes de la extrema desigualdad existente en la distribución de la riqueza de las naciones.
En vísperas del encuentro del G-8, sigla eufemística que representa al grupo de países más industrializados y poderosos económicamente, el Papa, en la tercera encíclica de su pontificado, Caridad en la Verdad, aboga oportunamente por un nuevo orden financiero mundial, guiado por la ética, la dignidad y la búsqueda del bien común. Afirma que, “Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la ONU como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones.”
Justifica, además, el reclamo de reforma de la Organización de las Naciones Unidas (O.N.U.), “porque ante los sufrimientos de la humanidad, demostró ser incapaz de afrontar las sacudidas de la globalización”. Entre otras razones, por no haber logrado hasta ahora enfrentar con éxito “el escándalo del hambre, en gran parte por el despilfarro y la falta de transparencia en las ayudas humanitarias”.
Entre otras cosas, afirma textualmente que “hay que volver a poner la ética y la dignidad humana como centro del desarrollo”; que “la economía necesita una ética centrada en la gente para funcionar correctamente”; y que “si la ganancia se produce por medios indignos, corre el riesgo de crear mas pobreza”, lo cual es ya muy evidente. No podemos menos que compartir estas definiciones, en la seguridad de que los lectores también lo harán.
Vivimos épocas en que el sentimiento religioso está en crisis, reemplazado por un pragmatismo materialista que centra todos los esfuerzos humanos en un consumismo exacerbado y en la maximización de las ganancias a cualquier precio, muchas veces inescrupulosamente. Como si el sentimiento humanitario del amor al prójimo y la solidaridad se hubiesen vuelto, más que nunca, una declaración hueca, vacía de sentido y desprovista de contenido espiritual.
Por eso representa una bocanada de aire fresco el descubrimiento de que aún hay reductos, como las organizaciones humanas dedicadas a exaltar esa constante antropológica de la sociedad humana que es el sentimiento religioso, que abogan por un bien entendido humanismo en el que el bienestar de los hombres sea mas importante que la acumulación improductiva de riqueza en pocas manos tan egoístas como codiciosas.
Casi simultáneamente con la difusión de la Encíclica y la inauguración de la Cumbre del Grupo de los 8, se produce otro hecho auspicioso con la visita al Vaticano del presidente Barack Obama, quien es portador de una nueva manera de hacer política, más humanitaria que la de sus predecesores en el cargo ejecutivo del país mas poderoso y armado de la Tierra. Es de esperar que las relaciones entre esta autoridad política y la máxima autoridad religiosa de Occidente den sus frutos en una nueva concepción de los negocios, alejada del viejo “Business are business” justificador de las peores tropelías.
El Papa ha hecho conocer la posición del Vaticano en su encíclica, manifestando que la Iglesia reclama trabajo “decente” como derecho inalienable para todos, no oponiéndose a la existencia del “mercado”, a condición de que éste no se reduzca tan solo a la maximización de los beneficios y admita los controles del Estado que resguarden a los pueblos de los abusos del capital.
Según sus palabras, la Iglesia tampoco está en contra de algo irreversible como es la globalización, siempre que ésta no sea contrarrestada con proyectos proteccionistas por parte de estados que actúan en forma egocéntrica; haciendo notar también con luminosa esperanza, que quizás nos encontremos ante el momento y la oportunidad de fundar un mundo más equitativo a través de una gran redistribución de la riqueza planetaria, a favor de los nuevos vientos despertados por la reciente crisis internacional.
Que así sea, lo deseamos todos.
Fuentes: Agencias ANSA, Reuters, AP y AFP, diario La Nación 8/7/09.
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