¿Las mujeres cambian la política o la política cambia a las mujeres?
Nora Gómez
¿Cuáles han sido los resultados de las leyes de cuotas?
¿El acceso femenino ha mejorado la calidad de la democracia?
¿La asimilación de las mujeres a las formas de hacer política que predominan entre los varones es la causa de que no se produzca una verdadera transformación de las instituciones?
Las llamadas leyes de cuotas fueron el fruto más visible - aunque no necesariamente el más importante - de la confluencia de movimientos y cambios sociales que ampliaron las posibilidades de participación política de las mujeres latinoamericanas. Su objetivo era mejorar la participación femenina en los cargos electivos garantizando que no queden marginadas ni subrepresentadas en la vida pública. También se esperaba que su presencia en ámbitos antes reservados a los varones, representara un avance cualitativo en las prácticas e instituciones políticas.
A fines de los 90, el sistema de cuotas ya había sido adoptado de diversas formas en 12 países latinoamericanos con leyes modestas - el porcentaje para las mujeres oscila entre el 20% y el 40% - y difíciles de cumplir. En algunos casos, totalmente ineficaces, ya que las candidaturas femeninas no siempre se traducen en una proporción equivalente de cargos. A pesar de ello, el sistema de cuotas dio “una legitimidad irreversible a demandas de participación que durante años habían sido descartadas como exorbitantes” .
Resultados visibles
- Se incrementaron las posibilidades de acceso de las mujeres a todos los niveles de representación democrática en América Latina. Su presencia pasó del 9% a 14% en el poder ejecutivo (en posiciones ministeriales), del 5% al 13% en el senado y del 8% al 15% en la cámara baja o en parlamentos unicamerales”.
- Entre 1991 y 2008 doce países adoptaron leyes de cuotas, que varían entre 20 y 40% para la participación política de las mujeres en las elecciones legislativas.
- Argentina fue el primer país del mundo en implementar en 1991 esta medida a nivel nacional para el Poder Legislativo (30% para la Cámara Baja y para el Senado).
- En la actualidad, 7 países no han adoptado aún las leyes de cuotas: Chile, Colombia, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Uruguay y Venezuela. En ellos, el promedio de parlamentarias es 7 puntos por debajo del promedio latinoamericano y 26 puntos por debajo de Argentina.
- Cuatro mujeres han llegado a presidentas de la república por la vía de las urnas. Dos de ellas, la nicaragüense Violeta Barrios de Chamorro (1990) y la panameña Mireya Elisa Moscoso (1999), siendo una parte de su capital político su condición de esposas de destacados dirigentes. Otros liderazgos están basados en la trayectoria personal, profesional y partidaria, es el caso de la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, electa en 2005 con 53,5% de votos y de Cristina Fernández de Kirchner, en 2008 en Argentina, con 45,29 % de votos.
- Las ministras apenas alcanzaban el 9% en la década de los 90. Diez años después, el porcentaje ha crecido casi al triple, hasta llegar al 24%. Un cambio cualitativo importante: cada vez más mujeres ocupan carteras antes reservadas a los varones, como las de Interior, Defensa, Economía, Producción, Industria, Ciencia y Tecnología, entre otras
Las leyes de cupo no solo facilitaron la presencia de mujeres con poder y capacidad de decisión en ámbitos políticos sino que también tuvieron impacto en los imaginarios colectivos. Según lo comprueba una encuesta (Gallup, Washington, 2000) la opinión pública transformó su percepción de las mujeres líderes. Más de la mitad de los/as entrevistados/as en Argentina, Brasil, Colombia y México opinan que tener más mujeres en cargos políticos conduciría a un mejor gobierno y la mayoría cree que ellas tienen más capacidad para ejercer un liderazgo “positivo” y son mejores que sus colegas masculinos en el manejo de la economía, la promoción de la educación, la defensa de la seguridad pública, la protección del medio ambiente, la reducción de la pobreza y la corrupción. Si bien estas opiniones parecen demostrar que los prejuicios invalidantes de las capacidades y del deseo de poder de las mujeres están cediendo, por otro, confirman que los atributos adjudicados siguen respondiendo al estereotipo femenino tradicional: buen comportamiento, honestidad, sensibilidad y dedicación a causas sociales son el pasaporte que se les exige para ingresar a la política. Esas expectativas les imponen un estándar moral mucho más fuerte que el exigido a los varones.
Los partidos políticos: un cuello de botella
Hacia el interior de los partidos se mantienen prácticas que obstaculizan las posibilidades de acceso femenino a los espacios formales de representación. La ausencia de valores, la falta de análisis políticos serios, la precaria institucionalidad, las modalidades de financiamiento de las candidaturas, ciertas suposiciones admitidas como verdaderas – “a las mujeres no las votan” son algunos de los elementos que dificultan la participación femenina.
Las mujeres suelen entrar por la puerta chica, la de los cargos “menores” y en puestos de suplencia que las colocan simbólicamente como representantes del varón ausente. A partir de allí no es fácil que ellas desplieguen fluidamente su carrera política. Cuando enfrentan situaciones de discriminación en sus partidos, las mujeres suelen asumir posiciones de desafío o de adaptación, comportamientos estériles ambos, ya que el resultado suele ser el mismo. Las que se adaptan son convencidas de ceder los espacios que podrían ocupar y las que desafían las inequidades, son consideradas “conflictivas”, sometiéndolas al desgaste y, finalmente, a su exclusión de los espacios de poder.
Los resultados de la encuesta Están disponibles en www.iadb.org/sds/prolead
Los costos ocultos
Parece que para desempeñarse eficazmente en ámbitos “masculinos” ellas deben superar un “déficit”, que aunque no sea atribuido a causas naturales sino históricas o culturales, marca una carencia que debe ser superada. Este prejuicio proviene no sólo de quienes detentan el poder sino también de quienes lo padecen. Al representar a las mujeres como carentes de experiencia o de capacidades, explícita o implícitamente, se posiciona a los varones como el modelo a seguir y a su forma de hacer política como la correcta, supuesto que a estas alturas habría que revisar.
Ahora bien, debiéramos preguntarnos si el aumento del número de mujeres en los espacios de representación política y el mejoramiento de su imagen pública, han servido para transformar las inequidades de género y las instituciones políticas. Su presencia en estos ámbitos no garantiza por sí misma que una vez elegidas, vayan a actuar de una manera particular o conforme a ciertos valores.
Las leyes de cuotas han sido indispensables para calificar la democracia, pero de ningún modo son suficientes para asegurar todas las transformaciones que habría que emprender al interior de las instituciones políticas para revertir la desigualdad de género en el conjunto social. Es importante que las mujeres políticas trasciendan la tentación de asimilar los códigos y prácticas masculinas vigentes o dejen de convalidar los estereotipos femeninos para ser aceptadas y “protegidas”, pero mucho más interesante y necesario sería que se animen a ensayar otras modalidades de participación y ejercicio del liderazgo.
¿Cuáles han sido los resultados de las leyes de cuotas?
¿El acceso femenino ha mejorado la calidad de la democracia?
¿La asimilación de las mujeres a las formas de hacer política que predominan entre los varones es la causa de que no se produzca una verdadera transformación de las instituciones?
Las llamadas leyes de cuotas fueron el fruto más visible - aunque no necesariamente el más importante - de la confluencia de movimientos y cambios sociales que ampliaron las posibilidades de participación política de las mujeres latinoamericanas. Su objetivo era mejorar la participación femenina en los cargos electivos garantizando que no queden marginadas ni subrepresentadas en la vida pública. También se esperaba que su presencia en ámbitos antes reservados a los varones, representara un avance cualitativo en las prácticas e instituciones políticas.
A fines de los 90, el sistema de cuotas ya había sido adoptado de diversas formas en 12 países latinoamericanos con leyes modestas - el porcentaje para las mujeres oscila entre el 20% y el 40% - y difíciles de cumplir. En algunos casos, totalmente ineficaces, ya que las candidaturas femeninas no siempre se traducen en una proporción equivalente de cargos. A pesar de ello, el sistema de cuotas dio “una legitimidad irreversible a demandas de participación que durante años habían sido descartadas como exorbitantes” .
Resultados visibles
- Se incrementaron las posibilidades de acceso de las mujeres a todos los niveles de representación democrática en América Latina. Su presencia pasó del 9% a 14% en el poder ejecutivo (en posiciones ministeriales), del 5% al 13% en el senado y del 8% al 15% en la cámara baja o en parlamentos unicamerales”.
- Entre 1991 y 2008 doce países adoptaron leyes de cuotas, que varían entre 20 y 40% para la participación política de las mujeres en las elecciones legislativas.
- Argentina fue el primer país del mundo en implementar en 1991 esta medida a nivel nacional para el Poder Legislativo (30% para la Cámara Baja y para el Senado).
- En la actualidad, 7 países no han adoptado aún las leyes de cuotas: Chile, Colombia, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Uruguay y Venezuela. En ellos, el promedio de parlamentarias es 7 puntos por debajo del promedio latinoamericano y 26 puntos por debajo de Argentina.
- Cuatro mujeres han llegado a presidentas de la república por la vía de las urnas. Dos de ellas, la nicaragüense Violeta Barrios de Chamorro (1990) y la panameña Mireya Elisa Moscoso (1999), siendo una parte de su capital político su condición de esposas de destacados dirigentes. Otros liderazgos están basados en la trayectoria personal, profesional y partidaria, es el caso de la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, electa en 2005 con 53,5% de votos y de Cristina Fernández de Kirchner, en 2008 en Argentina, con 45,29 % de votos.
- Las ministras apenas alcanzaban el 9% en la década de los 90. Diez años después, el porcentaje ha crecido casi al triple, hasta llegar al 24%. Un cambio cualitativo importante: cada vez más mujeres ocupan carteras antes reservadas a los varones, como las de Interior, Defensa, Economía, Producción, Industria, Ciencia y Tecnología, entre otras
Las leyes de cupo no solo facilitaron la presencia de mujeres con poder y capacidad de decisión en ámbitos políticos sino que también tuvieron impacto en los imaginarios colectivos. Según lo comprueba una encuesta (Gallup, Washington, 2000) la opinión pública transformó su percepción de las mujeres líderes. Más de la mitad de los/as entrevistados/as en Argentina, Brasil, Colombia y México opinan que tener más mujeres en cargos políticos conduciría a un mejor gobierno y la mayoría cree que ellas tienen más capacidad para ejercer un liderazgo “positivo” y son mejores que sus colegas masculinos en el manejo de la economía, la promoción de la educación, la defensa de la seguridad pública, la protección del medio ambiente, la reducción de la pobreza y la corrupción. Si bien estas opiniones parecen demostrar que los prejuicios invalidantes de las capacidades y del deseo de poder de las mujeres están cediendo, por otro, confirman que los atributos adjudicados siguen respondiendo al estereotipo femenino tradicional: buen comportamiento, honestidad, sensibilidad y dedicación a causas sociales son el pasaporte que se les exige para ingresar a la política. Esas expectativas les imponen un estándar moral mucho más fuerte que el exigido a los varones.
Los partidos políticos: un cuello de botella
Hacia el interior de los partidos se mantienen prácticas que obstaculizan las posibilidades de acceso femenino a los espacios formales de representación. La ausencia de valores, la falta de análisis políticos serios, la precaria institucionalidad, las modalidades de financiamiento de las candidaturas, ciertas suposiciones admitidas como verdaderas – “a las mujeres no las votan” son algunos de los elementos que dificultan la participación femenina.
Las mujeres suelen entrar por la puerta chica, la de los cargos “menores” y en puestos de suplencia que las colocan simbólicamente como representantes del varón ausente. A partir de allí no es fácil que ellas desplieguen fluidamente su carrera política. Cuando enfrentan situaciones de discriminación en sus partidos, las mujeres suelen asumir posiciones de desafío o de adaptación, comportamientos estériles ambos, ya que el resultado suele ser el mismo. Las que se adaptan son convencidas de ceder los espacios que podrían ocupar y las que desafían las inequidades, son consideradas “conflictivas”, sometiéndolas al desgaste y, finalmente, a su exclusión de los espacios de poder.
Los resultados de la encuesta Están disponibles en www.iadb.org/sds/prolead
Los costos ocultos
Parece que para desempeñarse eficazmente en ámbitos “masculinos” ellas deben superar un “déficit”, que aunque no sea atribuido a causas naturales sino históricas o culturales, marca una carencia que debe ser superada. Este prejuicio proviene no sólo de quienes detentan el poder sino también de quienes lo padecen. Al representar a las mujeres como carentes de experiencia o de capacidades, explícita o implícitamente, se posiciona a los varones como el modelo a seguir y a su forma de hacer política como la correcta, supuesto que a estas alturas habría que revisar.
Ahora bien, debiéramos preguntarnos si el aumento del número de mujeres en los espacios de representación política y el mejoramiento de su imagen pública, han servido para transformar las inequidades de género y las instituciones políticas. Su presencia en estos ámbitos no garantiza por sí misma que una vez elegidas, vayan a actuar de una manera particular o conforme a ciertos valores.
Las leyes de cuotas han sido indispensables para calificar la democracia, pero de ningún modo son suficientes para asegurar todas las transformaciones que habría que emprender al interior de las instituciones políticas para revertir la desigualdad de género en el conjunto social. Es importante que las mujeres políticas trasciendan la tentación de asimilar los códigos y prácticas masculinas vigentes o dejen de convalidar los estereotipos femeninos para ser aceptadas y “protegidas”, pero mucho más interesante y necesario sería que se animen a ensayar otras modalidades de participación y ejercicio del liderazgo.
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