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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

miércoles, 20 de mayo de 2009

25 de Mayo 1810/2009

Un debate inconcluso


Alfredo Ferrarassi (*)


La ruptura con las autoridades hispanas era solo una cuestión de tiempo ya que la caída en España de la Junta Central y la impugnación hacia el Consejo de Regencia habían debilitado, no solo a quienes pretendían en la península continuar gobernando, sino a las propias estructuras del poder central en América.
Si bien se recuerda siempre como Fiesta Patria al 25 de mayo, por lo que se jugó en el Cabildo Abierto del 22 de mayo, es este el de mayor importancia ideológica para nuestra historia, al grado que hasta hoy los efectos de las teorías que allí se sostenían tienen un impacto directo en nuestra realidad social y mientras no hallemos solución a la misma seguiremos envueltos en un conflicto, por el momento, sin solución a la vista.
En efecto, ese 22 lo que se puso en discusión era hacia donde volvían los derechos de ese “contrato social” que por causa del conflicto napoleónico se había roto y que dividió al país en dos bando, hasta hoy irreconciliables, por un lado el centralismo porteño y por otro, el interior que reclama sus derechos.
Como se puede apreciar, lo que en esos días se resolvió llegó a tener la mayor implicancia imaginable y una influencia directa en nuestro presente, al grado que ha marcado casi dos siglos de Historia Argentina, en la que las Guerras Civiles no estuvieron ausentes.
Originados los sucesos en los cuales la monarquía de los Borbones ya no reina, se producen una serie de acontecimientos en los que la teoría de Jean-Jacques Rousseau del Contrato Social sirve de fundamento para justificar la disolución del vínculo con el poder español. Lo que ese 22 de mayo se produce es una discusión sobre que sucedía con los derechos de soberanía gubernativa cuando producida la ruptura del contrato que los unía, el poder quedaba acéfalo. Y allí se observan dos bandos, uno el criollo o revolucionario y el otro, el español, pero más allá de ello lo que interesa son las fundamentos que se esgrimen.
Por un lado se levantó la Subrogacion de los Derechos a los Pueblos, es decir que los derechos vuelven a las instituciones y que éstas pueden decidir como gobernarse, puntualmente Buenos Aires con su andamiaje institucional colonial intacto asume la representatividad de todo el virreinato y en nombre de todos elije la forma de gobierno y procede hacerlo, naciendo así la Primera Junta de Gobierno, a la par que legaliza el centralismo porteño.
Mientras que por el otro, se sostiene la Retroversión de los Derechos a los Pueblos, a quienes en cada rincón del vastísimo territorio virreinal deben discutir que manera de gobierno desean y entre todos proceder a instituirlo. Si bien esta es lo postura goda, que buscaba afanosamente tiempo para maniobrar, es necesario destacar que rescataba al interior y le adjudicaba derechos federales.
Parte de esto se verá concretado cuando se conforme la Junta Grande, aunque el desorden que produjo por el multitudinario número de sus integrantes, llevará a la necesidad de acotarlos en el Primer Triunvirato.
Volvamos, entonces, a ese Cabildo Abierto tan crucial en cuanto a su proyección histórica. Buenos Aires logró imponerse y con ello sus necesidades y conveniencias económicas, mientras que el interior atado a la ganadería porteña veía caer sus economías regionales abruptamente y observaba impotentes como las mercancías extranjeras la invadían y arruinaban.
No tardarán los dueños de esas regiones en organizarse y de enfrentar al poder central. Será el feudal caudillo, dueño de esas alicaídas actividades mercantiles e industriales el que organice las montoneras, que a punta de cuchillo y tacuaras luche contra la portuaria ciudad-estado por la dignidad del interior del interior.
Si bien la propuesta caudilleja, sea aún en su momento de esplendor retardataria, respecto al liberalismo portuario, lo que lo convierte en germen de la protesta social es la lucha por la plena vigencia del federalismo. Habrá excepciones respecto al modelo señorial que levantan Quiroga, Peñaloza, López o Ramírez, una será la de Juan Bautista Bustos y la otra la antibritánica proclama de Felipe Varela.
Han transcurrido casi 200 años, sin embargo el fondo de la desigualdad que padecemos es el mismo: la injusta redistribución de las rentas públicas. Buenos Aires consume la mayoría de los ingresos nacionales y lo que es peor niega a las provincias acceder coparticipación mediante, a sus legítimas fuentes de recursos.
Para que esto suceda tan descaradamente como ahora, es necesario contar con una estructura de poder basada en aquellos principios feudales de los caudillos, en la que se extorsiona, se discrimina al interior provinciano, en la que sólo tienen acceso a una parte de sus derechos distributivos aquellos obsecuentes gobernantes que se han convertido en parte del séquito de la “graciosa monarquía reinante”, ya no es la Casa de Borbón la que manda, ahora es la patagónica Casa del Calafate la que dicta “reales células” y se arroga la suma del poder público.
Que distinto hubiere sido si las ideas de Moreno o el Deán Funes hubieren triunfado, si el interior habría sido realmente representado, si cada región, por más distante que estuviera, se la hubiese tenido en cuenta, si el centralismo no se hubiera impuesto como lo hizo.
Sin dudas tendríamos un país más armónico en el más amplio sentido del término, con mejor distribución de las riquezas, de la población, de las oportunidades, pero desgraciadamente se logro imponer un modelo portuario que se invagino y que concentra todas las riquezas del país, aún las que no les son propias.
La Semana de mayo es pues un debate que aun nos debemos y que cuando superemos las antinomias que allí surgieron recién podremos iniciar el camino de prosperidad que nos merecemos.
(*) Historiador Periodista

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