El amanecer del rock en democracia
Los 25 años del regreso a la vida en democracia y su relación con la música que representa a quienes tuvieron un rol protagónico en estas dos décadas y media: los jóvenes.
Por Néstor Pousa
Hace 25 años este país recuperaba la democracia y muchos de nosotros empezamos a experimentar por primera vez lo que eso significaba. Éramos una generación que hacía poco tiempo habíamos dejado la comodidad de la escuela secundaria, y algunos ya habían tenido que marchar a la Guerra de Malvinas. Al año siguiente se nos vendría encima otra responsabilidad, elegir un presidente constitucional para los próximos 6 años. Todo esto, sin curso, ni entrenamiento previo.
La noche del domingo 30 de octubre de 1983 la gente salió a festejar (los vencedores, pero de alguna manera también los vencidos) de una forma tan eufórica y alocada que sólo era comparable con la conquista del Campeonato Mundial de Fútbol de cinco años atrás. No habíamos tenido muchos motivos para celebrar así, tampoco nos lo habrían permitido. Por eso la ansiedad era tan grande; tanto que ese mismo día por la mañana formamos largas colas frente a las flamantes urnas para poder votar. Los jóvenes tuvimos en esa difícil etapa de la Argentina un papel inesperadamente preponderante.
La misma agitación demostrada en el plano político se verificó en todos los otros, incluyendo las artes. Queríamos ver, leer y escuchar todo lo que se pudiera, y no nos habían dejado hasta entonces.
¿Y qué pasaba con la música que identificaba a la juventud? Las tijeras de la censura habían sido terriblemente despiadadas con los artistas comprometidos, sobre todo con los más expuestos con su arte, a ellos les tocó el exilio. Pero gran parte del rock -entonces llamado música contemporánea y luego rebautizada como rock nacional- había zafado por no ser estrictamente panfletario en sus letras; con una poética no lineal lograban gambetear al censor, a punto tal que hasta sus propios seguidores recién algunos años después entenderíamos lo que habían querido decir. Así por ejemplo en 1980 Charly García -por entonces con Seru Giran- componía la alegórica Canción de Alicia en el país, pero con el entumecimiento que había ganado nuestras conciencias, tardamos un tiempo en advertir lo que nos estaba tratando de decir.
Si el rock predominante en los 70’s, como un reflejo de la época, fue estilística e ideológicamente rebelde, a la vez que duro en el sonido y denso en las letras (cito aquí a: Manal, Vox Dei, Pappo’s Blues, Pescado Rabioso, Color Humano, Billy Bond y La Pesada, Polifemo); el de los 80’s en cambio vino con una fuerte carga de optimismo, y así se modernizó con un sonido pop y letras desprejuiciadas; aunque perder la solemnidad que lo había caracterizado no quería decir que se ablandara en sus temáticas. La alegría ahora no era sólo brasilera, muchos cantautores exiliados regresaron y nuevas expresiones tales como: Virus, Zas, Soda Stereo, Sumo, Los Twist, Los Cadillacs, y muchas otras, florecieron. El rock volvería a cruzar las fronteras, pero ahora no por estar proscripto, sino para exportar su sonido que iba a influenciar a toda América Latina.
Esa primavera no nos duró demasiado, los avatares económicos heredados y propios siempre fueron el talón de Aquiles de cada nuevo gobierno. Ya un poeta como Spinetta en su Resumen porteño, y a riesgo de sonar prosaico, había hablado de un infierno inflacionario.
En 1989 comienza la década infame, la de la no-cultura, no-educación y no-compromiso; y con el espejismo del Uno a Uno otra vez mordimos el anzuelo y le garpamos la fiesta a unos pocos. En 1993 Divididos bautiza el momento como La era de la boludez, en donde la televisión pasó a ser la vedette de los medios masivos de comunicación, ejerciendo su nefasto efecto. Su influjo sería (lo es aún hoy, y en mayor medida) determinante para que nos vendieran las “bondades” de la vida en el mundo material, y la meta de imitar a los países híper desarrollados. Pero el nuestro era un primer mundo que prometía salariazos que nunca llegaron y regalaba teléfonos celulares sin crédito, una careta. Cuando esa nube de pedos llamada convertibility system súbitamente se desinfló, entramos al Guinness con cinco presidentes en una semana y la argentinidad al palo.
Una vez que pase este momentáneo estado de lánguida nostalgia que irremediablemente nos trae el recuerdo de estas dos décadas y media que nos ha tocado vivir, la historia continuará inexorable. Y paradójicamente el rock (y cuando digo rock incluyo a todo otro tipo de arte comprometido) tiene una tarea más difícil ahora que en el amanecer democrático de 1983. Le toca vérselas contra este mundo ultra globalizado y consumista, un mundo que sólo respeta las mayorías. Porque si algún optimista pensó que el boludismo era un estado pasajero, le erró feo, ya que arrastró sus tentáculos hasta nuestros días.
Como una parábola, a todos nosotros también nos toca seguir escribiendo esta historia en el mismo escenario y contra los mismos problemas, pero ahora sin la excusa de haber sido tomados por sorpresa.
Por Néstor Pousa
Hace 25 años este país recuperaba la democracia y muchos de nosotros empezamos a experimentar por primera vez lo que eso significaba. Éramos una generación que hacía poco tiempo habíamos dejado la comodidad de la escuela secundaria, y algunos ya habían tenido que marchar a la Guerra de Malvinas. Al año siguiente se nos vendría encima otra responsabilidad, elegir un presidente constitucional para los próximos 6 años. Todo esto, sin curso, ni entrenamiento previo.
La noche del domingo 30 de octubre de 1983 la gente salió a festejar (los vencedores, pero de alguna manera también los vencidos) de una forma tan eufórica y alocada que sólo era comparable con la conquista del Campeonato Mundial de Fútbol de cinco años atrás. No habíamos tenido muchos motivos para celebrar así, tampoco nos lo habrían permitido. Por eso la ansiedad era tan grande; tanto que ese mismo día por la mañana formamos largas colas frente a las flamantes urnas para poder votar. Los jóvenes tuvimos en esa difícil etapa de la Argentina un papel inesperadamente preponderante.
La misma agitación demostrada en el plano político se verificó en todos los otros, incluyendo las artes. Queríamos ver, leer y escuchar todo lo que se pudiera, y no nos habían dejado hasta entonces.
¿Y qué pasaba con la música que identificaba a la juventud? Las tijeras de la censura habían sido terriblemente despiadadas con los artistas comprometidos, sobre todo con los más expuestos con su arte, a ellos les tocó el exilio. Pero gran parte del rock -entonces llamado música contemporánea y luego rebautizada como rock nacional- había zafado por no ser estrictamente panfletario en sus letras; con una poética no lineal lograban gambetear al censor, a punto tal que hasta sus propios seguidores recién algunos años después entenderíamos lo que habían querido decir. Así por ejemplo en 1980 Charly García -por entonces con Seru Giran- componía la alegórica Canción de Alicia en el país, pero con el entumecimiento que había ganado nuestras conciencias, tardamos un tiempo en advertir lo que nos estaba tratando de decir.
Si el rock predominante en los 70’s, como un reflejo de la época, fue estilística e ideológicamente rebelde, a la vez que duro en el sonido y denso en las letras (cito aquí a: Manal, Vox Dei, Pappo’s Blues, Pescado Rabioso, Color Humano, Billy Bond y La Pesada, Polifemo); el de los 80’s en cambio vino con una fuerte carga de optimismo, y así se modernizó con un sonido pop y letras desprejuiciadas; aunque perder la solemnidad que lo había caracterizado no quería decir que se ablandara en sus temáticas. La alegría ahora no era sólo brasilera, muchos cantautores exiliados regresaron y nuevas expresiones tales como: Virus, Zas, Soda Stereo, Sumo, Los Twist, Los Cadillacs, y muchas otras, florecieron. El rock volvería a cruzar las fronteras, pero ahora no por estar proscripto, sino para exportar su sonido que iba a influenciar a toda América Latina.
Esa primavera no nos duró demasiado, los avatares económicos heredados y propios siempre fueron el talón de Aquiles de cada nuevo gobierno. Ya un poeta como Spinetta en su Resumen porteño, y a riesgo de sonar prosaico, había hablado de un infierno inflacionario.
En 1989 comienza la década infame, la de la no-cultura, no-educación y no-compromiso; y con el espejismo del Uno a Uno otra vez mordimos el anzuelo y le garpamos la fiesta a unos pocos. En 1993 Divididos bautiza el momento como La era de la boludez, en donde la televisión pasó a ser la vedette de los medios masivos de comunicación, ejerciendo su nefasto efecto. Su influjo sería (lo es aún hoy, y en mayor medida) determinante para que nos vendieran las “bondades” de la vida en el mundo material, y la meta de imitar a los países híper desarrollados. Pero el nuestro era un primer mundo que prometía salariazos que nunca llegaron y regalaba teléfonos celulares sin crédito, una careta. Cuando esa nube de pedos llamada convertibility system súbitamente se desinfló, entramos al Guinness con cinco presidentes en una semana y la argentinidad al palo.
Una vez que pase este momentáneo estado de lánguida nostalgia que irremediablemente nos trae el recuerdo de estas dos décadas y media que nos ha tocado vivir, la historia continuará inexorable. Y paradójicamente el rock (y cuando digo rock incluyo a todo otro tipo de arte comprometido) tiene una tarea más difícil ahora que en el amanecer democrático de 1983. Le toca vérselas contra este mundo ultra globalizado y consumista, un mundo que sólo respeta las mayorías. Porque si algún optimista pensó que el boludismo era un estado pasajero, le erró feo, ya que arrastró sus tentáculos hasta nuestros días.
Como una parábola, a todos nosotros también nos toca seguir escribiendo esta historia en el mismo escenario y contra los mismos problemas, pero ahora sin la excusa de haber sido tomados por sorpresa.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio