Las disculpas del Papa
Por Alberto E. Moro
“Ora, pero sigue remando hacia la orilla”
Como bien nos enseña la Psicología Social de las Organizaciones, éstas suelen sostener y mantener todo lo posible “utopías funcionales” que cohesionan a sus seguidores. Muchas veces, sin que sus propios sostenedores tengan bien en claro el porqué de esa lucha que ocasionalmente se da por generaciones, como es el caso del celibato. Cuesta mucho abandonar esas utopías, desoyéndose por lo general toda argumentación en contrario. Cuando finalmente se dejan de lado, es porque la fuerza de las circunstancias, o el simple paso del tiempo y la evolución de la sociedad, las hacen insostenibles. Todas las utopías, tarde o temprano caen por su propio peso, como una pera madura, pues su esencia es precisamente, la de ser inalcanzables.
El celibato impuesto a los sacerdotes es una de esas utopías, propia de la organización denominada Religión Católica, Apostólica y Romana, con sede en el Vaticano, y que es uno de los estados más pequeños y a la vez más poderosos del mundo, cuyo imperio espiritual es inconmensurable. Siempre hubo una gran resistencia a eliminar esta condición en las altas esferas del papado porque, aunque sea antinatural, forma parte de su identidad. Pero esto ya hace que, sobre todo en tiempos de Internet e información globalizada, disminuyan las vocaciones sacerdotales.
Esa imposición denominada celibato, que alcanza a hombres y mujeres de la grey católica, es una utopía porque es imposible ir contra la Naturaleza, sobre todo cuando se trata de una de las pulsiones mas acendradas e ingobernables de los seres humanos, como que está apuntalada por estructuras neurológicas muy arcaicas que tenemos en común con otras especies, por el sistema endocrino u hormonal, y por rasgos psicológicos de antiquísima data que provienen aún de los homínidos que nos precedieron en el planeta.
La búsqueda de la castidad como fin supremo es el resultado de la sempiterna lucha ideológica entre el bien y el mal, en este caso, en contra de la lascivia, el libertinaje y el desenfreno que llevaron al ocaso a civilizaciones enteras. Pero eso no le quita su condición utópica. Se cuenta que en la Edad Media, en los matrimonios de los caballeros de cierto rango, era frecuente la colocación de la espada (la flor de tizona que se usaba en aquellos tiempos) en medio de la cama para evitar todo acercamiento conyugal, al menos -ironizando un poco- con la propia esposa. De esa época data también la invención de los famosos cinturones de castidad, de donde puede deducirse que la castidad absoluta, tanto entonces como ahora, es una utopía hecha y derecha.
Una de las derivaciones más aberrantes de esta imposición religiosa que afortunadamente no todas las religiones ponen en práctica, es la denominada paidofilia (uso esta conjunción de palabras en lugar de la que está en boga, porque es mucho más apropiada, teniendo en cuenta sus verdaderos orígenes greco-latinos). Es ésta una vía de escape a las anti-biológicas restricciones, perpetrada por quienes la padecen, victimizando a los seres más indefensos de la sociedad, que son los niños y los jóvenes inmaduros. Durante siglos, ha sido cuidadosamente sepultada la memoria de estos reiterados episodios no siempre descubiertos, pero siempre existentes.
Dentro del propio clero, suenan cada vez más alto las voces que piden el cambio hacia la normalidad, permitiendo que los religiosos puedan tener –de eso se trata- una vida normal, constituyendo una familia como todas las demás. Este grito de las conciencias que no quieren vivir en la hipocresía, suena cada vez más fuerte, y muchos, en el propio seno de la Iglesia claman por un cambio, pidiendo que la norma sea revisada. ¿Qué mejor que un cura imbuido de religiosidad, dando un ejemplo de vida virtuosa a través de su propia familia?
El propio Papa Benedetto XVI (Ratzinger), no obstante su posición ortodoxa, ha pedido disculpas tres veces por los estragos de los curas paidófilos, pidiendo que les sea aplicado todo el rigor de la Ley. Lo ha hecho en Octubre de 2006 cuando recibió a los obispos irlandeses, donde habló de “enormes crímenes frente a los cuales es urgente tomar medidas para que no se repitan”; en abril pasado en su visita a los Estados Unidos, donde expresó su “profunda vergüenza” mientras recibía a cinco víctimas; y finalmente, acaba de hacerlo en julio de este año en Australia, afirmando que “los culpables debe ser llevados ante la justicia”. Este reconocimiento público de los abusos sexuales contra menores cometidos por muchos curas en el mundo, es inédito, y es quizás lo único que el Papa pueda hacer en el plano verbal.
Hay quienes reclaman algo más, ya en el plano gestual, como llevar a cabo por ejemplo un encuentro mundial de las víctimas, o promover una jornada mundial de oración y penitencia como la que llevaron a cabo los obispos norteamericanos, que hicieron una a nivel nacional.
A quien esto escribe le parecen ridículas estas últimas propuestas, que no serían otra cosa que un nuevo reconocimiento de que el problema existe, sin hacer nada concreto para resolver estas actitudes criminales que afectan a miles y quizás a millones de personas en todo el mundo. Lo actuado por el Papa, es un paso adelante, pero insuficiente. Se requiere algo más. Cuando éste u otro Papa en el futuro, propongan la derogación de esta exigencia que tanto daño causa y nada aporta, podremos empezar a creer que se ha tomado al toro por las astas. Y esto no es una utopía. Tarde o temprano, ocurrirá. Algún notable antiguo, cuyo nombre no recuerdo, dijo alguna vez: “Ora, pero sigue remando hacia la orilla”.
“Ora, pero sigue remando hacia la orilla”
Como bien nos enseña la Psicología Social de las Organizaciones, éstas suelen sostener y mantener todo lo posible “utopías funcionales” que cohesionan a sus seguidores. Muchas veces, sin que sus propios sostenedores tengan bien en claro el porqué de esa lucha que ocasionalmente se da por generaciones, como es el caso del celibato. Cuesta mucho abandonar esas utopías, desoyéndose por lo general toda argumentación en contrario. Cuando finalmente se dejan de lado, es porque la fuerza de las circunstancias, o el simple paso del tiempo y la evolución de la sociedad, las hacen insostenibles. Todas las utopías, tarde o temprano caen por su propio peso, como una pera madura, pues su esencia es precisamente, la de ser inalcanzables.
El celibato impuesto a los sacerdotes es una de esas utopías, propia de la organización denominada Religión Católica, Apostólica y Romana, con sede en el Vaticano, y que es uno de los estados más pequeños y a la vez más poderosos del mundo, cuyo imperio espiritual es inconmensurable. Siempre hubo una gran resistencia a eliminar esta condición en las altas esferas del papado porque, aunque sea antinatural, forma parte de su identidad. Pero esto ya hace que, sobre todo en tiempos de Internet e información globalizada, disminuyan las vocaciones sacerdotales.
Esa imposición denominada celibato, que alcanza a hombres y mujeres de la grey católica, es una utopía porque es imposible ir contra la Naturaleza, sobre todo cuando se trata de una de las pulsiones mas acendradas e ingobernables de los seres humanos, como que está apuntalada por estructuras neurológicas muy arcaicas que tenemos en común con otras especies, por el sistema endocrino u hormonal, y por rasgos psicológicos de antiquísima data que provienen aún de los homínidos que nos precedieron en el planeta.
La búsqueda de la castidad como fin supremo es el resultado de la sempiterna lucha ideológica entre el bien y el mal, en este caso, en contra de la lascivia, el libertinaje y el desenfreno que llevaron al ocaso a civilizaciones enteras. Pero eso no le quita su condición utópica. Se cuenta que en la Edad Media, en los matrimonios de los caballeros de cierto rango, era frecuente la colocación de la espada (la flor de tizona que se usaba en aquellos tiempos) en medio de la cama para evitar todo acercamiento conyugal, al menos -ironizando un poco- con la propia esposa. De esa época data también la invención de los famosos cinturones de castidad, de donde puede deducirse que la castidad absoluta, tanto entonces como ahora, es una utopía hecha y derecha.
Una de las derivaciones más aberrantes de esta imposición religiosa que afortunadamente no todas las religiones ponen en práctica, es la denominada paidofilia (uso esta conjunción de palabras en lugar de la que está en boga, porque es mucho más apropiada, teniendo en cuenta sus verdaderos orígenes greco-latinos). Es ésta una vía de escape a las anti-biológicas restricciones, perpetrada por quienes la padecen, victimizando a los seres más indefensos de la sociedad, que son los niños y los jóvenes inmaduros. Durante siglos, ha sido cuidadosamente sepultada la memoria de estos reiterados episodios no siempre descubiertos, pero siempre existentes.
Dentro del propio clero, suenan cada vez más alto las voces que piden el cambio hacia la normalidad, permitiendo que los religiosos puedan tener –de eso se trata- una vida normal, constituyendo una familia como todas las demás. Este grito de las conciencias que no quieren vivir en la hipocresía, suena cada vez más fuerte, y muchos, en el propio seno de la Iglesia claman por un cambio, pidiendo que la norma sea revisada. ¿Qué mejor que un cura imbuido de religiosidad, dando un ejemplo de vida virtuosa a través de su propia familia?
El propio Papa Benedetto XVI (Ratzinger), no obstante su posición ortodoxa, ha pedido disculpas tres veces por los estragos de los curas paidófilos, pidiendo que les sea aplicado todo el rigor de la Ley. Lo ha hecho en Octubre de 2006 cuando recibió a los obispos irlandeses, donde habló de “enormes crímenes frente a los cuales es urgente tomar medidas para que no se repitan”; en abril pasado en su visita a los Estados Unidos, donde expresó su “profunda vergüenza” mientras recibía a cinco víctimas; y finalmente, acaba de hacerlo en julio de este año en Australia, afirmando que “los culpables debe ser llevados ante la justicia”. Este reconocimiento público de los abusos sexuales contra menores cometidos por muchos curas en el mundo, es inédito, y es quizás lo único que el Papa pueda hacer en el plano verbal.
Hay quienes reclaman algo más, ya en el plano gestual, como llevar a cabo por ejemplo un encuentro mundial de las víctimas, o promover una jornada mundial de oración y penitencia como la que llevaron a cabo los obispos norteamericanos, que hicieron una a nivel nacional.
A quien esto escribe le parecen ridículas estas últimas propuestas, que no serían otra cosa que un nuevo reconocimiento de que el problema existe, sin hacer nada concreto para resolver estas actitudes criminales que afectan a miles y quizás a millones de personas en todo el mundo. Lo actuado por el Papa, es un paso adelante, pero insuficiente. Se requiere algo más. Cuando éste u otro Papa en el futuro, propongan la derogación de esta exigencia que tanto daño causa y nada aporta, podremos empezar a creer que se ha tomado al toro por las astas. Y esto no es una utopía. Tarde o temprano, ocurrirá. Algún notable antiguo, cuyo nombre no recuerdo, dijo alguna vez: “Ora, pero sigue remando hacia la orilla”.
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