Nombre:
Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

jueves, 1 de marzo de 2012

Islas Malvinas, un enfoque socio-antropológico

Por Alberto E. Moro
_______________________________________________________________

La integración con ese pueblo tan cercano en nuestro mar continental
vendrá espontáneamente cuando Argentina vuelva a ser el gran país que fue.
_______________________________________________________________

El pequeño destacamento argentino en las islas Malvinas fue desalojado en 1833 por los ingleses, que ya habían estado allí antes (1765), así como también y un año antes que ellos, los franceses (1764). Según el conocido Tratado de Tordesillas, celebrado en 1494, las islas estaban dentro de los territorios de ultramar del Reino de España hasta que reconociéndose la independencia argentina (1916), pasaron automáticamente a formar parte del territorio nacional. Desde entonces, una y otra vez los gobiernos argentinos reclamaron su devolución, con justo derecho pero sin éxito. Por si sirve de consuelo, Gibraltar, dentro del territorio español, fue ocupada por los ingleses en 1704, y aún están allí, en la puerta de entrada al Mediterráneo, no obstante las reiteradas gestiones realizadas por España.
Muchas veces, como ahora, el reclamo se hizo pour la gallerie, a sabiendas de que nada se logrará ante la inflexibilidad británica, y no pocas veces para –vieja táctica política- desviar la atención del pueblo con un tema sensible, para distraerlos de los acuciantes problemas que una administración del país defectuosa, inepta o corrupta le está generando.
Para iniciar un abordaje del tema, que será incompleto desde luego por la vastedad del problema, se me ocurre echar una mirada panorámica sobre la división política de pueblos y países a lo largo de la historia. Nuestra flaca memoria y generalmente escasa información sobre el devenir de la humanidad, hace que la mayoría de las personas no recuerde en detalle lo que estudió y tenga una concepción muy a vuelo de pájaro distraído de lo sucedido los últimos doscientos años en “la sucesión sucesiva de los sucesos sucedidos sucesivamente”, como reza una graciosa definición de la historia que alguna vez llegó a mis oídos.
Y cuando la memoria va más atrás, suele juzgar los acontecimientos del pasado con los parámetros del presente, cometiéndose graves injusticias con los precursores y pioneros de una nacionalidad siempre transitoria y en vías de consolidación, que hicieron lo que pudieron, como veremos que, en definitiva, ha ocurrido siempre en todos los pueblos de la Tierra al enfrentar sus propios procesos históricos.
Sin ir demasiado lejos sin embargo, es obvio que las fronteras y los límites políticos están en constante movimiento y ningún país es hoy lo que fue ayer. Todo el tiempo, en un lapso que no puede ser fácilmente apreciado en el decurso de una vida humana, los límites se están modificando, así como los nombres de los países. Un ejemplo cercano de ese “movimientismo” social lo tenemos en el continente africano, verdadero laboratorio social en plena ebullición donde las diferentes etnias están permanentemente en busca de una identidad, con nuevos límites y nuevas denominaciones para su porción de suelo ancestral.
En la vieja Europa, de la cual proviene en gran parte nuestra cultura, Yugoslavia ya no es lo que era, la Unión Soviética desapareció y en los Balcanes han surgido a menudo con nuevos nombres, otros países. En América tomemos una nación con rica historia como México, del que todo el mundo sabe que estuvieron allí los Aztecas y los Mayas, pero muy pocos tienen presente que antes de ellos estuvieron los Toltecas y los Olmecas, y muchos otros seguramente de los que no se guarda memoria. El escritor mexicano Octavio Paz, refiriéndose a su país, expresó que la historia es una sucesión de pasados superpuestos, excelente definición que puede aplicarse a todas las entidades políticas del planeta.
No son las gentes que han estado allí por generaciones a veces desde tiempo inmemorial, las que se mueven. Son las fronteras y la división política, en una búsqueda incansable que forma parte de la naturaleza del colmenar humano.
A escala continental, piénsese en la cuenca del Mediterráneo, el “Mare Nostrum” antiguo al que sus habitantes consideraban el centro del mundo, y los cambios que sufrió a través de los siglos bajo la férula de los imperios conquistadores, entre los cuales se contaron sucesivamente, aunque me olvide de algunos, el Hitita, el Asirio, el Babilónico, el Persa, el Macedonio, el Romano, el Bizantino, el Califato, el de Saladino, el Mongol, el Otomano y, si cabe, el Colonialismo Europeo que se repartió las tierras según sus conveniencias económicas y su poder, sin tener en cuenta para nada el origen étnico de sus habitantes. Al retirarse estos países neo-imperialistas de sus posesiones mal habidas con la prepotencia de las ametralladoras -y aquí estamos hablando de historia relativamente reciente- vuelta al re-trazado de los límites y a ponerle nombres autóctonos a los países emergentes de la debacle. Reconstrucción, creatividad, ¡y nuevos mapas!
Mientras tanto, en un proceso que continúa hoy, la misma Europa con todos sus países bien diferenciados, se ha reconfigurado para formar un nuevo estado supra-nacional llamado Unión Europea. Quisiéramos creer que todos estos movimientos apuntan a una utópica Unión Universal que ninguno de los que hoy estamos vivos veremos y que de suceder algún lejano día, tendrá también sus grandes escollos que sortear y sobrellevar, porque la crisis es la verdadera “partera” de la historia.
Lo triste es que estos cambios son frecuentemente el resultado de esa “prolongación de la política por otros medios” que es el sangriento crimen de la guerra, tan bien delimitado jurídica y éticamente por nuestro Juan Bautista Alberdi.
Nosotros también tuvimos “nuestra guerra” por las Malvinas, más que nada como un intento irresponsable y desesperado de un gobierno de facto que intentaba recuperar una credibilidad irremisiblemente perdida. Como consecuencia de esa tonta patriada, ya no podemos recitar que “nuestra bandera jamás fue atada al carro triunfal de ningún vencedor de la Tierra”, como aprendíamos en la escuela primaria. Este episodio violento de nuestra historia nada resolvió, endureciendo la postura del ocupante y aportando, sí, sufrimiento y muerte para muchos argentinos.
Intensos debates con inofensiva pirotecnia verbal se suceden por estos días con respecto a las Malvinas, tanto en Argentina como en Gran Bretaña, y me asalta la sospecha de que en ambos casos se utiliza el tema como pantalla distractiva, con la complicidad de ambos gobiernos, que bien saben que nada cambiará por el momento. Tanto más considerando las graves equivocaciones argentinas, ideológicamente anacrónicas y primitivas en su concepción. Tan primitivas como ir a la guerra fanfarroneando, como hicieron los mandos militares, contra uno de los países más poderosos del mundo, confiando ciega e ingenuamente en una eventual “ayuda” de los Estados Unidos, el país que más lazos de origen y de idioma tiene con Inglaterra, a la que efectivamente ayudó.
Desde la Rubia Albión, el largo brazo con garfio del pirata Morgan llega hasta nuestros días. Y hay algo de lo que NADIE habla, que NADIE parece haber advertido. Parado sobre las Falklands con su pata de palo, Morgan escudriña con su ojo sano el horizonte y ambiciona las riquezas petro-químicas de lo que llamamos “la Antártida Argentina”, sabiendo que el estar allí le da derecho no solo a la riqueza ictícola del mar circundante, sino a reclamar una gran parte de la torta helada del Polo Sur que contiene sabrosos ingredientes: petróleo, uranio, minerales, y grandes reservas de agua potable. No hay que ser ingenuos.
Ni ositos de peluche como en la cancillería de Menem, ni bloqueos navales “solidarios” a los buques ingleses a los que solo les bastaría con cambiar de bandera para poder fondear y surtirse en cualquier puerto de América.
Aunque llamemos “Kelpers” y ciudadanos de segunda a los habitantes de las islas, ellos tienen el respaldo de un país mucho más organizado que el nuestro, y están allí desde hace casi doscientos años. Cuando Argentina se convierta en el gran país que fue y que siempre nos están prometiendo falsamente los demagogos de los últimos sesenta años, la integración con ese pueblo tan cercano en nuestro mar continental vendrá espontáneamente.
Entonces habrá llegado el momento de la DIPLOMACIA, pero una diplomacia hecha por diplomáticos de carrera y no por ex guerrilleros aficionados y políticos corruptos. Es probable que en ese futuro lejano pero posible, los malvinenses también quieran tener la doble nacionalidad. Por algo se empieza…

1 comentarios:

Blogger Agustín ha dicho...

Ex guerrilleros aficionados? Yo que pensé que esta mañana iba a ser sólo de investigación, y buscando buscando me encuentro con frases como estas. Me gusta la postura, me encanta la problematización del asunto Malvina/Falklands, no te tildo de nada, mucho menos de derechista. Frases como la primera que transcribí de tu texto, igualmente, PARA MI, van en detrimento de lo que pudo haber sido un mensaje más apaciguante y reflexivo que penetrante y combativo. Muchas gracias por escribir.

21 de mayo de 2012, 7:07  

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio