Cosquin 2012
“El jardín de los senderos que se bifurcan”: Una transición en marcha
Por Alfredo Ferrarassi
Jorge Luis Borges publicaba el 30 de diciembre de 1941 el libro El jardín de senderos que se bifurcan, el cual marcó un punto de inflexión en la historia de la literatura argentina. Después de esta obra, la cual inexplicablemente no ganó el Premio Nacional de Literatura del trienio 1939-1941, se convirtió más allá de la no mención honorifica en un referente de las letras y también significó que Borges siguiera “recluido” como bibliotecario en la Biblioteca Miguel Cané de Boedo, cargo este que desempeñaría en diferentes reservorios, entre ellos como Director de la Biblioteca Nacional, luego de haber sido “degradado” a Inspector de Aves y Corrales por no congeniar con el gobierno populista de la década del 50.
Hemos citado a la más famosa pluma argentina porque encontramos una similitud entre el titulo de esta obra con lo que sucede en nuestra música folklórica y en el festival mayor de América.
En efecto, luego de la edición número 50, aunque un tiempo atrás ya se podía observar este síndrome, se tomó debidamente nota que el tiempo transcurre inexorablemente y que muchos de los ídolos populares abandonaban el escenario por haberse mudado al Olimpo de los músicos a tocar junto a sus pares en el cielo peñero o bien por el paso de los años que impedía sus presentaciones, dejando en ambos casos, un espacio que paradojalmente era ocupado por otros músicos que tomaban la posta, más no el rumbo musical. Esto es, que partiendo de una base folklórica efectuaron modificaciones, no solo de puesta en escena, al dejar de lado las ropas tradicionales por aquellos sobrios trajes de los Trovadores o el Grupo Vocal Argentino de la década del 60, para dejar de lado aquella transgresión armoniosa y presentarse ahora en vestimentas más rockera o de grupos de culturas urbano marginales, dejando el buen gusto archivado en el olvido.
Esto que comenzó con actuaciones en bermudas o “pilchas” raperas, en ojotas, que bajo ningún punto de vista significó, ni puede llegar a parecerlo, como una revolución, ni estética y menos musical, ya que es una etapa indudablemente intermedia, una especie de “Edad Media” en la historia de nuestra música popular y de la cual debería venir una etapa de vuelta al clasicismo o bien un perfil tan diferente que marcaría el comienzo de algo totalmente nuevo, el cual ahora sería difícilmente posible de definir puesto que está en plena gestación.
Cabe aclarar que a lo largo de la historia cultural de la humanidad, se dice Edad Media al periodo comprendió entre 476 y el 1492 (caída del Imperio Romano de Occidente y el Descubrimiento de América) en el cual hubo un marcado estancamiento de aquella, ya que la vida se “refugio” en los castillos, quienes gobernados férreamente por el señor feudal estuvieron aislado de las otrora grandes ciudades y no produjeron cambios en la producción de bienes culturales, sino más bien un retroceso, el cual fue superado cuando se produce un resurgimiento de la economía, vía la aparición del capitalismo, con sus cambios de vida y conceptos sobre el universo.
Por ello, esta etapa de estancamiento y retroceso en la calidad musical, del cual nos explayaremos más adelante, estimamos, que salvadas las distancias, estamos viviendo una especie de “edad media” en cuanto a nuestra música.
La dualidad existente entre lo que se exige en el Pre Cosquín y lo que se no se observa en el Festival propiamente dicho es tan notoria que parecería que en un lapso de pocos días ese universo de márgenes estrictos da paso a otro de un “libertinaje” diametralmente opuesto, en el que todo está permitido, en donde las reglas de esfuman y con total desparpajo y desenfado se infringen, por la rebeldía propia de la juventud o simplemente porque los “más grandes”, que son quienes imponen un estilo, el cual de no seguirse, hace que se corra el riesgo de quedar fuera del circuito supuestamente “in”, siendo entonces una moda que dura en el tiempo histórico, el equivalente al pestañeo en la vida de una persona, pero que en esa existencia produce una tendencia que luego cuesta revertir. Tampoco podemos olvidarnos que las expresiones artísticas que se observan son parte también del fenómeno denominado posmodernismo o post industrialismo, en donde hay un supuestamente ordenado caos que es lo que se puede percibir actualmente en varias ramas del arte.
Hace unas cuantas ediciones que venimos sosteniendo que el fenómeno Festival del Folklore de Cosquín viene sufriendo un procesos de metamorfosis kafkiana, el cual tiene cuando menos dos grandes aristas. Por un lado, los nuevos intérpretes se han volcado a la composición musical con una marcada influencia roquera, la cual sin dudas no es ya la música nativa tal cual se debería escuchar en un festival de estas características, sino una proyección que cada vez se aleja más de las fuentes en las cuales debería abrevar para no perder la esencia que le dio origen.
Por el otro, debemos señalar que el festival o los festivales en sí, han tenido un cambio en su organización, ya que no son los objetivos comunitarios y culturales que los vieron nacer los que se han impuesto, ya que actualmente miran lamentablemente más al show business, en especial a Viña del Mar, que a lo que deberían cuidar y respetar por lo que han simbolizado para varias ciudades. Sin dudas Cosquín se terminó aislando cuando se modificó la Plaza Prospero Molina y se cortó ese vínculo freudiano que existía entre el artista, el festival y el público que lo rodeaba y le daba sentido.
Allí se produce el quiebre, allí la historia comienza a ser otra, ya no importaron las razones de su creación, ya no tuvo sentido el pasado, ese que había aislado a un pueblo por temor a la tuberculosis y que vuelve a la consideración del turismo gracias al festival. Aquellas fiestas en las que todos se olvidaban de los problemas cotidianos, de las condiciones sociales, de los saberes, para ser todos uno en torno a un fenómeno de masas y volver a estar integrados, fue dando paso al negocio festivalero, a la absurda y descabellada idea de pagar cachés que excedían las posibilidades de cualquier evento y que convirtieron a algunos grupos o solistas en supuestos especies de Rey Midas folklóricos, cuando en realidad lo que se hizo fue trabajar para poder abonar los caprichos del mercado discográfico, que exprimió las arcas de los festivales.
Algunos parecen haberse olvidado que nacieron artísticamente en Cosquín y cuando gracias a la promoción de éste se afianzaron fueron quienes más “apretaron” con montos astronómicos a los festivales. Allí se confundió desgraciadamente, convocatoria con arte, masividad con calidad, allí se organizaron eventos para poder contratar a ciertos y determinados números que insumían el esfuerzo de todas las noches y terminaron generando pérdidas.
Cuando las mismas se tornaron imposibles de cubrir, se debió recurrir de manera casi exclusiva al gobierno de turno, a la clase política para poder saldar los descubiertos y entonces se trasvertió la razón original, habiendo “hijos y entenados”, apadrinados del poder, números impuestos, ostracismo artístico y las historias por todos ya conocidas.
Quien escribe estas líneas, también es académicamente historiador, por lo tanto no puede desprenderse de esa actividad que comparte desde su época de estudiante con el periodismo, ello le confiere, al haberse dedicado a la Historia Regional, en este caso la de Punilla, algunas posibilidades de interpretar el fenómeno festivalero desde otra óptica y así poder explayarse sobre los orígenes, las razones de los nacimientos de estos encuentros musicales estivales que vieron la luz por la necesidad de contar con acontecimientos que fueran turísticamente convocantes y el Valle se convirtió en el padre de los mismos.
El antibiótico produjo en los años 50 un impacto beneficioso en la salud pero negativo en lo turístico para la zona de las Sierras Chicas, ya que los pueblos que están a ambos lados del cordón más viejo de Córdoba sintieron el remesón por la competencia que generaba la costa. Por ello no debe extrañar que frente a esta realidad se respondiera con la creación de Festivales que atrajeron multitudes. El de Cosquín, primero en su género y en existencia con 52 ediciones, el del Tango, en La Falda, a solo 16 kilómetros, con más de 45 años de existencia, aunque algunos años sabáticos de por medio y del otro lado del camino en el este serrano, Festirama de Rio Ceballos, que duro solo un par de años; más al noreste de las montañas, donde la tierra se hace llanura el de Jesús María, aunque lo suyo no haya sido jamás para atraer al turismo, ya que carece de la base e infraestructura serrana, sino representar a una región en su actividad cotidiana.
Si nos remontamos a la historia veríamos que fueron Los Chalchaleros los primeros que graban un disco con acompañamiento orquestal, que si bien significó un impacto mediático en su momento, no tuvo igual repercusión en la ventas de las disquerías con lo cual este “experimento” quedó en la historia de la música como un hito, tal vez fallido, de una renovación que no llegó a tal. Posteriormente con la llegada de la tecnología, la cual estaba en una etapa rudimentaria por cierto, permitió la incorporación de los primeros órganos en las actuaciones y grabaciones de los varios conjuntos y solistas. Este instrumento permitía una superación práctica frente al viejo piano, el cual era difícil de transportar, al contrario de este instrumento que era portátil y posibilitaba aunque limitadas varias secuencias rítmicas frente a aquel, sin embargo el sonido de aquel Long Play “Coronación del Folklore” no pudo jamás ser superado y hoy a la distancia continúa asombrándonos por su pureza sonora.
Ejecutar estos instrumentos no requería del conocimiento que el piano solicitaba. Posteriormente las guitaras acústicas o de cuerdas de acero fueron las que ganaron adeptos, los cuales frente al ahora incesante avance de la tecnología encontraron un campo impensado. Domingo Cura asombraba con sus bombos afinados en distintas tonalidades y un metal que solo era ejecutado de manera sutil y sin estridencias. Este percusionista abrió un panorama nuevo, ya que aquella pasaba a tener un papel diferente, en igualdad de posibilidades frente a las cuerdas, pero entonces alguien pensó en una batería, en una guitarra eléctrica, en los sintetizadores y el folklore perdió terreno, aunque con esto no queremos ni menoscabar el valor de las ejecuciones, ni de lo interpretado, solo que simplemente creemos no es folklore, que puede sonar bien, que tiene su valor, pero que está más cerca del pop o de la balada que de lo folklórico.
Sin dudas hay un recambio generacional muy importante por lo que sería pertinente que se fijaran los límites entre aquello que da origen al festival y esto que es fusión, puesto que de continuar en este camino en unos pocos años más será una verdadera rareza escuchar un conjunto folklórico con tres guitarras y un bombo.
Es como la obra de Borges, un jardín en el que los senderos se bifurcan, de acuerdo a cual tomemos será al sitio donde arribemos, ya que no podemos olvidar el origen pero tampoco ignorar los adelantos en la tecnología y las posibilidades que abre, pero lo que nunca se debe perder es el sentido musical que el folklore tiene, porque de hacerlo habremos matado al festival buscando números que cierren y perdido la brújula que marcará siempre el norte de nuestra música nativa.
No es necesario vivir en el campo privado de todo para poder hacer verdaderamente nuestra música, se puede estar rodeado de rascacielos y no perder la esencia, por ende si sabemos diferenciar entre proyección, fusión o música urbana estaremos dando a cada género su lugar y ¿por qué no aspirar a que tengan un sitio y su propio festival en un tiempo no lejano?
Sin dudas de lo que se trata es de salvar al encuentro mayor de América sin discriminar a ningún estilo o tendencia, solo que es dable esperar que en un Festival Nacional del Folklore lo que se escuche sea cuando menos música folklórica y no rock con ciertos tintes folk. El tiempo dirá si el camino que proponemos es el sendero acertado o si en esa bifurcación nos hemos perdido en la maraña de tendencias hibridas, mientras buscábamos arribar a buen puerto sin que el barco sufriera daño alguno
Por Alfredo Ferrarassi
Jorge Luis Borges publicaba el 30 de diciembre de 1941 el libro El jardín de senderos que se bifurcan, el cual marcó un punto de inflexión en la historia de la literatura argentina. Después de esta obra, la cual inexplicablemente no ganó el Premio Nacional de Literatura del trienio 1939-1941, se convirtió más allá de la no mención honorifica en un referente de las letras y también significó que Borges siguiera “recluido” como bibliotecario en la Biblioteca Miguel Cané de Boedo, cargo este que desempeñaría en diferentes reservorios, entre ellos como Director de la Biblioteca Nacional, luego de haber sido “degradado” a Inspector de Aves y Corrales por no congeniar con el gobierno populista de la década del 50.
Hemos citado a la más famosa pluma argentina porque encontramos una similitud entre el titulo de esta obra con lo que sucede en nuestra música folklórica y en el festival mayor de América.
En efecto, luego de la edición número 50, aunque un tiempo atrás ya se podía observar este síndrome, se tomó debidamente nota que el tiempo transcurre inexorablemente y que muchos de los ídolos populares abandonaban el escenario por haberse mudado al Olimpo de los músicos a tocar junto a sus pares en el cielo peñero o bien por el paso de los años que impedía sus presentaciones, dejando en ambos casos, un espacio que paradojalmente era ocupado por otros músicos que tomaban la posta, más no el rumbo musical. Esto es, que partiendo de una base folklórica efectuaron modificaciones, no solo de puesta en escena, al dejar de lado las ropas tradicionales por aquellos sobrios trajes de los Trovadores o el Grupo Vocal Argentino de la década del 60, para dejar de lado aquella transgresión armoniosa y presentarse ahora en vestimentas más rockera o de grupos de culturas urbano marginales, dejando el buen gusto archivado en el olvido.
Esto que comenzó con actuaciones en bermudas o “pilchas” raperas, en ojotas, que bajo ningún punto de vista significó, ni puede llegar a parecerlo, como una revolución, ni estética y menos musical, ya que es una etapa indudablemente intermedia, una especie de “Edad Media” en la historia de nuestra música popular y de la cual debería venir una etapa de vuelta al clasicismo o bien un perfil tan diferente que marcaría el comienzo de algo totalmente nuevo, el cual ahora sería difícilmente posible de definir puesto que está en plena gestación.
Cabe aclarar que a lo largo de la historia cultural de la humanidad, se dice Edad Media al periodo comprendió entre 476 y el 1492 (caída del Imperio Romano de Occidente y el Descubrimiento de América) en el cual hubo un marcado estancamiento de aquella, ya que la vida se “refugio” en los castillos, quienes gobernados férreamente por el señor feudal estuvieron aislado de las otrora grandes ciudades y no produjeron cambios en la producción de bienes culturales, sino más bien un retroceso, el cual fue superado cuando se produce un resurgimiento de la economía, vía la aparición del capitalismo, con sus cambios de vida y conceptos sobre el universo.
Por ello, esta etapa de estancamiento y retroceso en la calidad musical, del cual nos explayaremos más adelante, estimamos, que salvadas las distancias, estamos viviendo una especie de “edad media” en cuanto a nuestra música.
La dualidad existente entre lo que se exige en el Pre Cosquín y lo que se no se observa en el Festival propiamente dicho es tan notoria que parecería que en un lapso de pocos días ese universo de márgenes estrictos da paso a otro de un “libertinaje” diametralmente opuesto, en el que todo está permitido, en donde las reglas de esfuman y con total desparpajo y desenfado se infringen, por la rebeldía propia de la juventud o simplemente porque los “más grandes”, que son quienes imponen un estilo, el cual de no seguirse, hace que se corra el riesgo de quedar fuera del circuito supuestamente “in”, siendo entonces una moda que dura en el tiempo histórico, el equivalente al pestañeo en la vida de una persona, pero que en esa existencia produce una tendencia que luego cuesta revertir. Tampoco podemos olvidarnos que las expresiones artísticas que se observan son parte también del fenómeno denominado posmodernismo o post industrialismo, en donde hay un supuestamente ordenado caos que es lo que se puede percibir actualmente en varias ramas del arte.
Hace unas cuantas ediciones que venimos sosteniendo que el fenómeno Festival del Folklore de Cosquín viene sufriendo un procesos de metamorfosis kafkiana, el cual tiene cuando menos dos grandes aristas. Por un lado, los nuevos intérpretes se han volcado a la composición musical con una marcada influencia roquera, la cual sin dudas no es ya la música nativa tal cual se debería escuchar en un festival de estas características, sino una proyección que cada vez se aleja más de las fuentes en las cuales debería abrevar para no perder la esencia que le dio origen.
Por el otro, debemos señalar que el festival o los festivales en sí, han tenido un cambio en su organización, ya que no son los objetivos comunitarios y culturales que los vieron nacer los que se han impuesto, ya que actualmente miran lamentablemente más al show business, en especial a Viña del Mar, que a lo que deberían cuidar y respetar por lo que han simbolizado para varias ciudades. Sin dudas Cosquín se terminó aislando cuando se modificó la Plaza Prospero Molina y se cortó ese vínculo freudiano que existía entre el artista, el festival y el público que lo rodeaba y le daba sentido.
Allí se produce el quiebre, allí la historia comienza a ser otra, ya no importaron las razones de su creación, ya no tuvo sentido el pasado, ese que había aislado a un pueblo por temor a la tuberculosis y que vuelve a la consideración del turismo gracias al festival. Aquellas fiestas en las que todos se olvidaban de los problemas cotidianos, de las condiciones sociales, de los saberes, para ser todos uno en torno a un fenómeno de masas y volver a estar integrados, fue dando paso al negocio festivalero, a la absurda y descabellada idea de pagar cachés que excedían las posibilidades de cualquier evento y que convirtieron a algunos grupos o solistas en supuestos especies de Rey Midas folklóricos, cuando en realidad lo que se hizo fue trabajar para poder abonar los caprichos del mercado discográfico, que exprimió las arcas de los festivales.
Algunos parecen haberse olvidado que nacieron artísticamente en Cosquín y cuando gracias a la promoción de éste se afianzaron fueron quienes más “apretaron” con montos astronómicos a los festivales. Allí se confundió desgraciadamente, convocatoria con arte, masividad con calidad, allí se organizaron eventos para poder contratar a ciertos y determinados números que insumían el esfuerzo de todas las noches y terminaron generando pérdidas.
Cuando las mismas se tornaron imposibles de cubrir, se debió recurrir de manera casi exclusiva al gobierno de turno, a la clase política para poder saldar los descubiertos y entonces se trasvertió la razón original, habiendo “hijos y entenados”, apadrinados del poder, números impuestos, ostracismo artístico y las historias por todos ya conocidas.
Quien escribe estas líneas, también es académicamente historiador, por lo tanto no puede desprenderse de esa actividad que comparte desde su época de estudiante con el periodismo, ello le confiere, al haberse dedicado a la Historia Regional, en este caso la de Punilla, algunas posibilidades de interpretar el fenómeno festivalero desde otra óptica y así poder explayarse sobre los orígenes, las razones de los nacimientos de estos encuentros musicales estivales que vieron la luz por la necesidad de contar con acontecimientos que fueran turísticamente convocantes y el Valle se convirtió en el padre de los mismos.
El antibiótico produjo en los años 50 un impacto beneficioso en la salud pero negativo en lo turístico para la zona de las Sierras Chicas, ya que los pueblos que están a ambos lados del cordón más viejo de Córdoba sintieron el remesón por la competencia que generaba la costa. Por ello no debe extrañar que frente a esta realidad se respondiera con la creación de Festivales que atrajeron multitudes. El de Cosquín, primero en su género y en existencia con 52 ediciones, el del Tango, en La Falda, a solo 16 kilómetros, con más de 45 años de existencia, aunque algunos años sabáticos de por medio y del otro lado del camino en el este serrano, Festirama de Rio Ceballos, que duro solo un par de años; más al noreste de las montañas, donde la tierra se hace llanura el de Jesús María, aunque lo suyo no haya sido jamás para atraer al turismo, ya que carece de la base e infraestructura serrana, sino representar a una región en su actividad cotidiana.
Si nos remontamos a la historia veríamos que fueron Los Chalchaleros los primeros que graban un disco con acompañamiento orquestal, que si bien significó un impacto mediático en su momento, no tuvo igual repercusión en la ventas de las disquerías con lo cual este “experimento” quedó en la historia de la música como un hito, tal vez fallido, de una renovación que no llegó a tal. Posteriormente con la llegada de la tecnología, la cual estaba en una etapa rudimentaria por cierto, permitió la incorporación de los primeros órganos en las actuaciones y grabaciones de los varios conjuntos y solistas. Este instrumento permitía una superación práctica frente al viejo piano, el cual era difícil de transportar, al contrario de este instrumento que era portátil y posibilitaba aunque limitadas varias secuencias rítmicas frente a aquel, sin embargo el sonido de aquel Long Play “Coronación del Folklore” no pudo jamás ser superado y hoy a la distancia continúa asombrándonos por su pureza sonora.
Ejecutar estos instrumentos no requería del conocimiento que el piano solicitaba. Posteriormente las guitaras acústicas o de cuerdas de acero fueron las que ganaron adeptos, los cuales frente al ahora incesante avance de la tecnología encontraron un campo impensado. Domingo Cura asombraba con sus bombos afinados en distintas tonalidades y un metal que solo era ejecutado de manera sutil y sin estridencias. Este percusionista abrió un panorama nuevo, ya que aquella pasaba a tener un papel diferente, en igualdad de posibilidades frente a las cuerdas, pero entonces alguien pensó en una batería, en una guitarra eléctrica, en los sintetizadores y el folklore perdió terreno, aunque con esto no queremos ni menoscabar el valor de las ejecuciones, ni de lo interpretado, solo que simplemente creemos no es folklore, que puede sonar bien, que tiene su valor, pero que está más cerca del pop o de la balada que de lo folklórico.
Sin dudas hay un recambio generacional muy importante por lo que sería pertinente que se fijaran los límites entre aquello que da origen al festival y esto que es fusión, puesto que de continuar en este camino en unos pocos años más será una verdadera rareza escuchar un conjunto folklórico con tres guitarras y un bombo.
Es como la obra de Borges, un jardín en el que los senderos se bifurcan, de acuerdo a cual tomemos será al sitio donde arribemos, ya que no podemos olvidar el origen pero tampoco ignorar los adelantos en la tecnología y las posibilidades que abre, pero lo que nunca se debe perder es el sentido musical que el folklore tiene, porque de hacerlo habremos matado al festival buscando números que cierren y perdido la brújula que marcará siempre el norte de nuestra música nativa.
No es necesario vivir en el campo privado de todo para poder hacer verdaderamente nuestra música, se puede estar rodeado de rascacielos y no perder la esencia, por ende si sabemos diferenciar entre proyección, fusión o música urbana estaremos dando a cada género su lugar y ¿por qué no aspirar a que tengan un sitio y su propio festival en un tiempo no lejano?
Sin dudas de lo que se trata es de salvar al encuentro mayor de América sin discriminar a ningún estilo o tendencia, solo que es dable esperar que en un Festival Nacional del Folklore lo que se escuche sea cuando menos música folklórica y no rock con ciertos tintes folk. El tiempo dirá si el camino que proponemos es el sendero acertado o si en esa bifurcación nos hemos perdido en la maraña de tendencias hibridas, mientras buscábamos arribar a buen puerto sin que el barco sufriera daño alguno
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