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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

sábado, 2 de febrero de 2013

26 de Enero, Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto

Escribir desde el horror

Por Alberto E. Moro
Así es como la literatura, para quienes tienen la posibilidad y la fuerza de ejercerla después de estas experiencias terribles, se convierte en un sustento inmejorable de la memoria, para que la historia, el mundo y la humanidad, guarden el recuerdo del grado de sevicia que puede alcanzar nuestra especie, cuando se pierden de vista los valores esenciales de la razón, la dignidad, la compasión, y el respeto al prójimo, atentando impunemente contra la vida desde un lugar que debiera estar reservado tan solo a los imaginarios dioses de todas las culturas.

Escribir, dibujar, son actividades proyectivas en las cuales el individuo expresa algo más que el significado literal o figurativo de los signos y las imágenes. De alguna manera, el que escribe proyecta también su personalidad, sus estados de ánimo, sus sentimientos más profundos, su tristeza, su alegría y su dolor. Deja un testimonio sobre ese ser irrepetible y único que es él mismo, lo que se revela en la conjunción de las palabras, en el trazo, en la descripción y en el color. De allí la vigencia de la grafología y de los tests basados en el dibujo. El manejo habilidoso de las manos, y a veces hasta de los pies, como instrumentos expresivos del “ser”, son un rasgo adquirido por los seres humanos a través de ese exclusivo y personalísimo mecanismo de adaptación y supervivencia que es la cultura.
Muchas de las grandes obras de la literatura universal, expresan el sufrimiento subyacente de algunos individuos que en ese momento se representan no solo a si mismos sino también a su comunidad. Y aún más, pueden en muchos casos personificar la queja universal por situaciones degradantes, injustas, siniestras o trágicas. De allí la metáfora literaria de Tolstoi: “Pinta tu aldea, y pintarás el mundo”, en el sentido de describir el eterno y universal retorno de las situaciones de la vida en cualquier parte del planeta. La historia humana antigua, reciente y actual contiene miles y miles de episodios de crudelísima sevicia perpetrados por seres humanos enfermos de poder e impunidad, contra otros seres humanos que por diversas circunstancias se encuentran discriminados y en inferioridad de condiciones. La simple enumeración de algunos lugares geográficos delimitados como países será suficiente para despertar en los lectores el recuerdo de tantas matanzas irracionales cometidas en el último siglo por razones ideológicas, políticas, religiosas, o de disputa territorial: Armenia, España, Unión Soviética, Ucrania, Camboya, China, Alemania, Japón, Afganistán, Irán, Irak, Líbano, Palestina, Ruanda y -por qué no?- Argentina.
Tristemente, a muchos pueblos sometidos o mantenidos en la ignorancia por gobiernos mesiánicos, tiránicos y corruptos, les cuesta dejar testimonio de las vejaciones sufridas a causa del analfabetismo generalizado y la violenta represión ante todo lo que sea la libertad de expresión. Quizás sea por esto que cada día se descubren nuevos testimonios de la barbarie nazi perpetrada en países de Europa central, en los cuales la gente tenía un buen nivel de educación y algunos pudieron escribir desde el más profundo dolor.
Desde los ampliamente conocidos cuadernos de Anna Frank, en los que se evidencia el desconcierto de una jovencita ante la barbarie nazi que terminaría matándola tan solo por haber nacido en el seno de una familia identificada con una determinada confesión religiosa, pasando por los demoledores escritos de Hannah Arendt (1906-1975) (La banalidad del mal), siguen sin embargo apareciendo nuevos testimonios, aún tantos años después, cuando el miedo, finalmente, no es ya un impedimento psicológico para verbalizar lo indecible, para digerir lo imperdonable, para ponerle palabras a la quintaesencia de la maldad, al mal en estado puro concentrado.
No olvidamos tampoco las memorias del escritor italiano Primo Levi (1919-1987), sobreviviente de Auschwitz, en su libro Si esto es un hombre. Justamente en estos días se ha publicado el intercambio epistolar posterior e inédito de Levi con Jean Samuel, un farmacéutico francés alsaciano, ex-compañero del Lager en el cual perdió al padre, al hermano y a los tíos. El libro, titulado por Samuel Me llamaba Piccolo, es también un crudo testimonio de esta literatura rememorativa del infierno, como bien podría llamársela. Infiernos multiplicados en los que perdieron el don precioso de la vida millones de hombres, mujeres y niños inocentes.
Quizás por la enormidad, la anormalidad y la desesperación de los involucrados, no es demasiado abundante la literatura sobre este tipo de catástrofes humanitarias. A los mencionados, podemos aún agregar a Imre Kertész, Premio Nóbel de Literatura 2002, autor de Ser sin destino, y a Zvi Kolitz autor de un libro titulado El tigre bajo la piel, en el cual da vida a memorables personajes del ghetto de Varsovia entre los cuales hubo héroes ignorados, como en todos los campos de exterminio, a no dudarlo, pero también millones de seres anonadados, fatalmente entregados a su cruel e inmerecido destino. En uno de sus párrafos, este último nos pinta la desesperanza y las temibles secuelas que afectarán de por vida aún a los que sean liberados: “Las personas que esperan morir son mucho menos inquietas que las que esperan vivir [...] Y las personas liberadas de esos campos, en los cuales habían siempre esperado la catástrofe con la indiferencia de la profunda desesperación, al alcanzar la felicidad, perdieron el coraje y la fuerza.”
Seríamos injustos si olvidáramos en este paneo sobre la literatura del horror, la voz y la presencia del escritor esloveno Boris Pahor, muchas veces candidato al Nóbel y nacido en 1913, autor de Necrópolis, libro aparecido hace muchos años, en el que relata detalles extraordinariamente escabrosos sobre las vejaciones sufridas en el campo de Natzweiler-Struthof, y los esfuerzos que realizaban los prisioneros por salvarse de la carnicería, sin privarse de mencionar hasta las vivisecciones y pruebas bacteriológicas que se practicaban sobre los deportados con fines experimentales, y la constante proximidad con cadáveres desnudos a la espera de las gigantescas pinzas mecánicas que los enfardaban. En Francia le fue entregada en 2007 la Legión de Honor, que recibió con cierto sentimiento de culpa: el de haber sobrevivido.
Así es como la literatura, para quienes tienen la posibilidad y la fuerza de ejercerla después de estas experiencias terribles, se convierte en un sustento inmejorable de la memoria, para que la historia, el mundo y la humanidad, guarden el recuerdo del grado de sevicia que puede alcanzar nuestra especie, cuando se pierden de vista los valores esenciales de la razón, la dignidad, la compasión, y el respeto al prójimo, atentando impunemente contra la vida desde un lugar que debiera estar reservado tan solo a los imaginarios dioses de todas las culturas.


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