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Lugar: La Falda, Córdoba, Argentina

El titular ha superado los 25 años en la actividad periodística, habiendo participado de los medios gráficos de la región, ha sido director de medios radiales y ha hecho televisión, fue corresponsal de La Voz del Interior.

viernes, 28 de marzo de 2008

Educación tras las rejas

Mañana de viernes. 14 de marzo, 10:00 horas. Día convenido para conocer el mundo detrás de las rejas: el Complejo Carcelario Andrés Abregú de Cruz del Eje.

Por Verónica Cardozo (*)



El sol caía a pique sobre el asfalto, aún sin terminar, en las 15 cuadras que transitamos hasta llegar a la cárcel. El calor ya era insoportable.
El temor a lo extraño nos dominaba, a medida que las calles quedaban atrás, íbamos en silencio, hasta que el sonido de la puerta de hierro a nuestras espaldas, cerrándose, nos hizo tomar conciencia que dábamos inicio a nuestras incógnitas.
Rejas, pasillos oscuros, el aire algo espeso y los ojos vigilantes de los guardiacárceles nos transportaron hacia un lugar ajeno a nuestras cotidianeidades, tan pequeñas ante esas nuevas circunstancias.
Un pasillo blanco, limpio y lleno de afiches con frases y figuras, de esos que hacen las maestras, pareció sumergirnos en otra realidad dentro de esa nueva que estábamos descubriendo.
Y, a los costados, las salas con alumnos que casi no entraban en las mesitas, con sus cuerpos grandotes y acobardados de tiempos, pero atentos a las explicaciones. Una maestra exponiendo una y otra vez los pasos de una división en la pizarra y un alumno, mientras, con una sonrisa contagiosa mostrando con orgullo la cuenta resuelta.
Algunos tan concentrados sobre sus cuadernos que no sólo no notaron nuestra presencia, sino que los cinco sentidos estaban en ese momento enlazando letras.
Cada sala era un mundo en que se vivía algo. Cuentas, lecturas, cartulinas con dibujos pintados con témpera, casitas y barquitos creados pacientemente con fósforos y ganas de aprehender el tiempo que se escapaba.
Y en el salón mas grande, la biblioteca. Tres reclusos sentados. Dos de ellos leyendo unos apuntes, el tercero, sellando pacientemente los libros de hojas amarillentas y gastadas. Pocos libros. Necesitan más libros, quizá no sólo pueden soñar mientras duermen, sino que a través de la lectura también recordar lo que es la libertad.

Otro pasillo, más rejas y sonidos sordos, más ojos y pasos firmes detrás de nosotros, vigilándolos…, vigilándonos.
Llegamos al taller textil. Repleto de máquinas de coser modernas, surfiladoras, planchas de vapor, moldes sobre mesas grandes y cómodas, telas y muchos ojos que se encontraban con los nuestros. Algunas sonrisas tímidas al ver que los observábamos, las manos extendidas en un fuerte apretón.
No podíamos charlar con cada uno de los presos, sólo algunas frases cortas de algo trivial.
Pero uno siempre tiene esa interrogación, que se filtra en un instante sin querer y en el momento más inoportuno, al saludar con un hola estamos gritando dentro nuestro ¿Qué habrá hecho? ¿En qué momento el destino le jugó una mala pasada que estuvo en el lugar equivocado el momento equivocado? ¿Qué lo llevó a eso? ¿Qué pasará por su cabeza al observarnos? Y muchos ¿Por qué?
Ahora, eran chicos jóvenes, muchachos con sus cabellos cortos, su ropa limpia y prolija y haciendo chistes silenciosos como si en verdad estuvieran trabajando en un taller común de un barrio común…hasta que, al darnos vuelta, de nuevo las rejas, los ojos vigilantes, más y más guardias expectantes de nuestras palabras y, entonces, comprendimos.
Limpian su celda temprano, desayunan, estudian por la mañana, talleres por la tarde, gimnasia alguna vez en la semana, un poco de fútbol, visitas los viernes, sábados y domingo si sus familiares recuerdan que es importante seguir acompañándolos.
Una compañera docente me comentó que en una oportunidad, al tomar un examen en la cárcel, uno de sus alumnos no pudo aprobar y ella preocupada le dijo: “Lo siento pero no estás suficientemente preparado”. “No importa”, le respondió él, “tengo aún siete años acá adentro y tiempo de sobra para aprobarla”.
Quizá nos preguntemos, ¿qué es el tiempo?. Qué distinta es la definición del tiempo que podemos hacer nosotros, de la que puede hacer alguien que desea que éste sólo transcurra y cuando llega ese día, ya nada será igual.
Otra profesora me decía, que muchos estudian y hasta se esfuerzan porque si fallan, si no cumplen, si no adelantan; pierden la oportunidad de seguir en “la escuela” y eso significa ya no pertenecer al mundo, no tener el contacto con alguien que viene de “afuera”, ese docente que lo hace sentir que está vivo.
Seguramente, muchos están allí porque deben cumplir una condena, deben pagar por algo que han hecho o quedarse para siempre, porque no podrán nunca insertarse en la sociedad.
Pero esa misma sociedad que los expulsó, que no les dio oportunidad, que los hizo nacer en un hogar con un cuarto y 10 hermanos, un padre alcohólico o una madre enferma y desnutrida por parir tantos hijos, esa sociedad es la que debe, aunque tarde, tratar de darle las pocas herramientas para que se sientan personas.
Me cuesta mucho pensar que alguien quiera estar en la calle sucio, pidiendo lo que al otro le sobra y siendo humillado ante la mirada de la mayoría.
Me cuesta mucho pensar que alguien tenga ganas de aplastar a alguien con el auto o de descuartizar a un pobre anciano en su casa.
No ocurre de golpe y de casualidad, se van dando los indicios y nadie hace nada hasta que… “Alguien golpea a la puerta”, y cuando comprobamos lo que estábamos vislumbrando, ya es tarde.
Escuchaba en la radio, estos últimos días, que un oyente decía, “las cárceles deberían ser de vidrio, para que los presos puedan seguir insertos en la sociedad, aunque estén encerrados”. Para una mujer estaba bien que “ayuden con su trabajo a sus familias, que no tienen la culpa de lo que ellos hicieron”. Otro prefería, sin anestesia, “matarlos a todos…”.

Al salir aquella tarde del lugar, mis pulmones se llenaron de aire, en el cielo un jote estaba a baja altura planeando con sus alas libres, unos niños gritaban en una canchita cercana, mientras corrían tras una pelota, un perro rascaba sus pulgas y se adormilaba debajo de la sombra de un aguaribay, una gallina picoteaba con intensidad el costado de una piedra enterrada.
Todo sucedió en ese momento, todo eso que pasa a diario, ese día, pasó en ese instante.
Y ya a lo lejos, se cerraba con fuerza la puerta de hierro celeste de la cárcel y, detrás de ella, encerrados, dejé mis prejuicios y mis preconceptos y ya no había ojos vigilándonos.

(*) Profesora de Literatura, Periodista. Directora página web: www.letravivadigital.com.ar

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